LOS CREEDENCE EN LA SIERRA DE GREDOS Hace aproximadamente un mes la legendaria banda estadounidense actuó en la localidad abulense de Hoyos del Espino, en plena Sierra de Gredos…, bueno, tocó sólo su cantante, compositor y guitarrista, John Fogherty, pero fue un ‘todo Creedence’
Toneladas de rock regaladas por una leyenda de 70 años, John Fogerty
Está claro, Creedence Clearwater Revival dejaron de
existir, como todo interesado sabe, en 1972 tras un lustro irrepetible, con
seis álbumes sencillamente prodigiosos (más otro del que también se saca jugo)
y una colección de canciones de tal calidad que hoy, tantas décadas después,
suenan tan frescas, tan llenas de vida, tan contagiosas como cuando irrumpieron
en la historia del rock & roll. Sin embargo, lo más cercano a Creedence que
se puede ver en el planeta es, claro está, John Fogerty, el cerebro, el alma,
el corazón de esa banda, una de las más imitadas de la galaxia del rock.
Y ahí, a un escenario natural, se acercó este
gigante de la música. El público no era lo que se dice joven, es decir, todo el
mundo quería escuchar ‘Born on the bayou’ o ‘Proud Mary’ en la voz original
porque llevaba muchos años cantándolas y las escucha como algo más que un par
de canciones. Pues eso es exactamente lo que ofreció el californiano, una hora
y tres cuartos de grandísimos éxitos de ‘la’ Creedence, tantos que resultaría
pesadísimo empezar a enumerar (sólo un par de piezas eran más recientes).
Debe sentirse algo único cuando se comprueba que
diez o doce mil personas se saben cada nota y cantan cada una de las canciones que
tú escribiste. Por eso no extraña que el autor de ‘Who´ll stop the rain’
repitiera varias veces “gracias por cantar conmigo”. Son temas que, sin duda,
han traspasado su época hasta convertirse en clásicos, como ‘The midnight
special’ o ‘Bad moon rising’. Pues todas estas y muchas, muchísimas más regaló
Fogerty a un público agradecido que al primer compás gritaba al reconocer el
título. Las pulsaciones no bajaban, era imposible. Uno tras otro, todos los
estribillos, metidos en las miles de memorias desde hacía décadas, pinchaban en
la neurona correspondiente para disparar otra dosis de adrenalina. Esa fue la
esencia de un concierto abrumador, poderosamente evocador, cargado de emociones
de una indescriptible intensidad…, sólo los amantes de ‘Green river’ o ‘Down on
the corner’ pueden entender qué fue aquello. Y es que cuando te arrancas con ‘Lookin’
out back my door’ o ‘Have you ever seen the rain’ notas la chispa que recorre
tu espalda, y entonces te das cuenta de que estás haciendo coros, en vivo, a
una figura colosal cuyas canciones seguirán escuchándose en los próximos
siglos; incluso llegas a pensar que cuando se le recuerde, dentro de cientos de
años, una milimicra de sus toneladas de gloria te pertenece. Lleva su tiempo
asimilar tan formidable sentimiento.
El tipo, septuagenario y con su invariable y
esperada camisa a cuadros, conserva aun mucha voz, incluso hay momentos en que
logra rememorar la chispa y vivacidad de aquellos portentosos discos de los
últimos sesenta. Es un maestro guitarrista, fino, sólido, seguro, ágil en los
solos y respetuoso con las melodías, genial siempre; por cierto, desplegó una
apabullante colección de guitarras, casi como el que muestra orgulloso su
colección a las visitas. Incansable, recorrió el escenario un montón de veces,
y al final de cada pieza (‘Up around the bend’, ‘Lodi’), daba el salto que lo
indicaba. En buena forma. Su hijo, Shane, disfrutó a la guitarra como el más
ferviente fan. Y capítulo aparte merece el batería, Kenny Aronoff, un veterano
que ha aporreado parches para infinidad de estrellas; en directo y con ritmos
tan potentes como los de la CCR se convierte en una bestia de más de ¡60! años,
un monstruo calvo y con gafas oscuras cuya cabeza se agita convulsa, enloquecida…,
y con más brazos que Visnú (en el adjunto vídeo de ‘Ramble tamble’, al final,
se le puede ver en acción).
Magia. Los Creedence (o sea John Fogerty) repasaron
sus grandes éxitos (‘Travelling band’, ‘Fortunate son’) más de cuarenta años
después y durante más de cien minutos. No hubo tiempo para ‘Molina’ o ‘Sweet
hitch hiker’, o sea, aun quedaba mucha munición. Este hombre es un genio. Lo
jurarían millones en todo el mundo.
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