Este tipo no ha trabajado pie a tierra en su vida, es un buen politico,
es decir, un perfecto caradura
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Durante los años de la guillotina y la revolución
francesa, destacó un personaje llamado Nicolás
de Condorcet, intelectual, político, filósofo… El caso es que el tipo siempre
presumió de defender las libertades (excepto la religiosa) y de ser contrario a
la pena de muerte. Pero llegado el momento de dar la cara, cuando hubo que
votar en la asamblea si se guillotinaba o no a Luis XVI, Condorcet, adalid de
las libertades, científico, economista, defensor de los Derechos Humanos
(excepto para los eclesiásticos) y enconado enemigo de la pena de muerte, en
lugar de levantarse y mostrar su rechazo a rebanar el pescuezo al susodicho
Luis, en vez de echarle bemoles, gritar su creencia y enfrentare a los
jacobinos y ‘montagnards’ más ávidos de sangre, simplemente se fue de la sala;
de este modo, dándole la espalda al problema, no tuvo que manifestarse, no se
vio obligado a incomodar o enojar a los violentos, o sea, evidenció que,
llegado el momento, no era más que un cobarde que se achantaba ante los más
vocingleros, entre otras cosas, tal vez, porque pensó que podían ponerlo a él
en el punto de mira.
Algo muy parecido acaba de hacer un buen político (o
sea, un buen caradura), Durán Lleida. Como no quiere malquistarse con sus
colegas secesionistas, como sabe que en el fondo lo que pretenden éstos es un
disparate que, además, se acerca al imposible, en lugar de hacerse oír y
expresar valientemente sus ideas, optó (como aquel gabacho) por desaparecer a la
francesa, por anunciar que se va, de modo que se evita así tener que
posicionarse a favor o en contra de la secesión. Es más, cuando se le ha
preguntado directamente por el asunto, ha optado por la postura del perfecto
político: “mi partido no ha decidido”, lo que equivale a decir algo así como
“no quiero responder, no sea que se enfaden conmigo”. Es la postura de quien,
en el fondo, es el perfecto cobarde.
Pero es que, además, este buen político no ha hecho
otra cosa en toda su vida. Su cobardía queda patente desde el momento en que se
comprueba que jamás ha trabajado pie a tierra, o sea, como buen político, en
los últimos cuarenta años ha tenido pánico insuperable a echar pie a tierra y
ganarse su sustento según su esfuerzo y mérito; como a todo buen político, lo
único que en realidad le ha aterrado ha sido eso, que un día lo echaran de la
política y tuviera que trabajar a pie de calle. Es otro argumento que demuestra
ese miedo que le puede y le ha podido siempre: cualquier cosa antes que dejar
de vivir a costa del erario público. Por si fuera poco, se va pero se queda, es
decir, conservará sus pingües ingresos a cambio de hacer eso que ha hecho
siempre: parlotear con esa retórica demagógica y vacía tan característica del
político cagueta, la cháchara hueca del mediocre politicastro cuyo único fin es
permanecer en el lugar de privilegio donde viven los que entraron en política
apenas salidos de la adolescencia, la de los que llegaron a la política con la
intención de no volver nunca a trabajar.
Cobarde, vago y tendente al parasitismo (tiene 62
años y lleva en política desde los veintitantos, o sea, toda su vida). Es
decir, un buen político.
CARLOS DEL RIEGO
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