El héroe no hace caso a quien le asegura que 'más vale un cobarde vivo que un héroe muerto' |
Hablaban unos adolescentes de cine, de la película ‘Casablanca’
y, más concretamente, de su final. Unos decían que la peli acaba mal, otros que
el final es abierto y no está claro, y algunos no entendían por qué el
protagonista no quiso marcharse con la chica. En primer lugar resulta
sorprendente que chicos y chicas de 15 o 16 años no sólo se sienten a ver una
película vieja en blanco y negro, con escasa acción y sin efectos especiales,
sino que después se monten entre ellos un pequeño cine-fórum. Sea como sea, el
filme en cuestión ha de tener algo cuando más de sesenta años después sigue
capturando la atención de las nuevas generaciones. Tal vez sea que, además de
todas las virtudes de tan emblemática producción, ‘Casablanca’ (Michael Curtiz,
1942) muestra a ese personaje que se ve obligado a ejercer de héroe, a acometer
una tarea que no desea pero que, finalmente, él mismo se obliga a emprender. No
puede hacer otra cosa.
Sólo él puede enfrentarse al viejo avaro, y por eso renuncia a sus deseos más profundos |
Sí, a lo largo del filme, Rick subraya varias veces
que no le interesan los asuntos políticos, las peleas o los problemas de los
demás, que sólo le interesa lo suyo, su negocio y sus intereses…; pero eso es sólo
lo que él dice, incluso lo que él quisiera, de modo que ante las decisiones
trascendentes obra en contra de aquel sentimiento: cuando combate al franquismo
en España o la anexión de Austria (así se lo recuerda Laszlo) y, en la
penúltima escena, cuando renuncia a quedarse con la chica estropeando así un
final feliz. Nadie dudará de que Rick hubiera preferido irse con Ilsa que con
Renault, pero en el momento cumbre renuncia a su propio beneficio en aras de un
bien mucho mayor, es decir, en contra de su pensamiento e intenciones; y en
contra de lo que proclama, se comporta como un héroe, con unos principios
elevados que se imponen a su interés personal. Él no quiere ser eso, pero no
tiene otro remedio que serlo.
Este personaje, esta figura del esforzado que
sacrifica sus intereses por pura convicción y sin esperar gratificación ha sido
reflejado en no pocas ocasiones en el cine clásico americano. Además del caso
mencionado, hay otros dos que resultan muy significativos. Uno suele asomarse
al menos una vez al año a la televisión en medio mundo: George Bailey, el protagonista
de ‘Qué bello es vivir’ (Frank Capra, 1946). Como todo cinéfilo (veterano o
nuevo) sabe, Bailey tiene espíritu aventurero, quiere viajar por el mundo,
escuchar el silbido del tren o la bocina del barco, irse a países exóticos,
escaparse de aquel poblachón encerrado en sí mismo. Sin embargo, cada vez que
le llega la oportunidad de salir de allí (incluso cuando está a punto de
emprender su viaje de novios), las circunstancias le imponen el deber de
quedarse, pues en caso contrario los habitantes se verán aplastados por el
implacable y desalmado señor Potter. Él desea con todas sus fuerzas irse y
demostrar que es un hombre brillante, pero una y otra vez ha de posponer el
viaje. Por una causa u otra ha de decepcionarse a sí mismo, fastidiarse y
quedarse a solucionar los problemas de los demás, como si sólo él tuviera la
fuerza y la inteligencia suficiente para enfrentarse al dueño del pueblo, como
si los vecinos de éste fueran incapaces de sobrevivir sin él. Y así es, y él lo
sabe: sin alguien que le plante cara, el viejo de la silla de ruedas convertirá
el pueblo en ‘Potterville’. Y renuncia a sí mismo sin dudar, sin pensar,
simplemente dejando que su instinto aflore para imponerse a sus ilusiones. Su
conciencia, su integridad moral lo ata a ese indeseado liderazgo.
El tercer caso tiene al mismo actor protagonista que
el primero. Es el que incorpora al ex mayor Frank McLoud en ‘Cayo Largo’ (John
Huston, 1948). Varias veces a lo largo del filme trata éste de definirse como
un egoísta preocupado sólo por sus propios asuntos, y se presenta así porque,
al volver de luchar y ganar la guerra, no ha encontrado su sitio, nadie le
reconoce, nadie le echa una mano. No obstante, en los momentos de máxima
tensión, cuando se precisa el temple del hombre íntegro, su valentía emerge
incontenible, impidiéndole otra cosa que no sea el acto heroico: su verdadero
ser triunfa sobre la razón fría y lógica. De este modo, se arriesgará a recibir
un tiro sólo por aliviar el sufrimiento de una alcohólica, o preferirá
enfrentarse a los gángsters él solo que involucrar a indefensos. Su cabeza le
indica el camino sin riesgo, pero su vida le exige combatir la injusticia. En
fin, no hace caso al consejo de la cantante venida a menos: “Más vale un
cobarde vivo que un héroe muerto”.
Desgraciadamente esta clase de persona, íntegra y
sin dobleces que actúa en contra de sus propios razonamientos porque los demás
lo necesitan, esta representación de lo mejor del Ser Humano, es una auténtica
irregularidad en el cine de las últimas décadas, en donde los protagonistas
suelen ser personajes soberbios y engreídos, chulescos fantasmones sabelotodo
que, en realidad, no tienen nada más que buena imagen en pantalla. Lo peor es
que, además de en el cine, también es insólita esta figura en la vida real y
cotidiana. Tal vez por eso los guionistas, productores y directores hayan
modificado las virtudes que adornan a la persona principal de la película.
CARLOS DEL RIEGO
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