Todas las campañas, todos los aspirantes pretenden lo mismo, aprovecharse del ciudadano |
Cada partido envía a cada votante una carta, la
correspondiente papeleta, el sobre para ésta y todo ello dentro de otro sobre
con franqueo pagado. Si se multiplica todo esto por el número de votantes y por
el número de partidos, el gasto ha de ser multimillonario; y a ello hay que
añadir los carteles en las farolas, las vallas publicitarias, los vídeos y
demás parafernalia propagandística. Pero el asunto se vuelve más chocante si se
tiene en cuenta que, realmente, la influencia de la propaganda electoral en la
intención de voto de cada ciudadano es muy escasa, mínima, casi nadie cambia su
preferencia según la propaganda; de hecho, tienen que ser muy pocos los que
modifiquen el sentido de su voto por lo buena o mala que sea la campaña de
estos o aquellos, pues a los mítines sólo van los convencidos, las
intervenciones en radio y televisión son tildadas de estupendas por los propios
y de demagógicas por los contrarios y, en fin, los careos ante el público los
ganan todos.
Curiosamente quienes están implicados en este
colosal despilfarro lo ven como cosa normal, lógica, necesaria aun en una
situación de escasez como la actual; claro que todo ese dinero viene de la
subvención, o sea, de los impuestos que pagan los ciudadanos, y gastar el
dinero ajeno no cuesta ningún esfuerzo; otra cosa sería que todos estos
anuncios y reclamos fueran costeados por las cuotas de los militantes de cada
formación política…, entonces serían (sin duda) mucho más comedidos, mucho
menos espléndidos a la hora de enviar papeles que van directamente del buzón a
la basura sin siquiera comprobar el contenido de cada sobre. Por otro lado, el
hecho de que los aspirantes a las canonjías europeas vean normal tal derroche
es indicativo claro de que no tienen los pies en el suelo, de que viven unos
metros por encima de la realidad, aislados en el planeta de la política en el
que se ve razonable y justo gastar millones en papel inútil. Tal vez la
explicación esté en el hecho de que los agraciados se embolsarán 6.000 de
sueldo más 9.000 en complementos, netos todos los meses todos los
parlamentarios europeos españoles…; lo curioso es que entre los complementos
están las dietas por acudir a los plenos (es decir, por cumplir con su
obligación), las cuales se reducen a la mitad si no hacen acto de presencia en
la mitad de los plenos. Ante tal perspectiva, ante tales privilegios, parece
lógico echar el resto, ‘invertir’ lo que se tenga a mano para lograr bicoca
semejante, lo malo es que dicha inversión no sale de los bolsillos de los que
compiten por esos pingües destinos europeos; en fin, que los que pretenden
destinos de tan poco esfuerzo y tan grande provecho no arriesgan nada propio. Y
es que gastar y poner a producir el dinero que no ha costado ganar es muy
fácil.
En resumen, los partidos políticos (es decir, las
personas que viven de los partidos políticos) harán lo que sea, gastarán todo
lo que crean necesario, lo que tienen y lo que no, con el fin de alcanzar el apetitoso
objetivo de unas nóminas tan abundantes.
Hay que insistir en la idea: es necesario acabar con
la figura del político y sustituirla por la de ciudadano metido ocasionalmente,
temporalmente, a labores políticas; de este modo se acabará con el político
experto, el cual empleará su experiencia en hacer política, pues habrá
convertido la política en un fin, en su objetivo principal. ¿Quién no lo haría
si con ello se lleva 15.000 todos los meses? Por eso hay que huir del vicio de
la experiencia política.
Por eso se gastan lo que sea si a cambio ganan una
docena de votos.
CARLOS DEL RIEGO
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