Así ven los suizos a sus vecinos. |
Si Suiza fuera una persona podría calificársele como
egoísta. Quiere (y así lo ha exigido la mayoría de su población) que dejen de
entrar extranjeros en su país, que nadie venga a ocupar un espacio ‘suyo’; sin
embargo, no quiere renunciar a los beneficios económicos que tiene con los
países (extranjeros) de la Unión Europea a cuyos ciudadanos les quiere cerrar
la puerta. Y ello a pesar de que Suiza no estaría donde está sin la emigración,
sin los millones de europeos que han puesto la mano de obra a cambio de
salarios escasos para beneficio de suizos, empresas y, sobre todo, bancos
suizos. En otro tiempo acogió trabajadores extranjeros para mantener su
sistema, pero mirándolos siempre con conmiseración, con aires de superioridad,
llegando a veces a la xenofobia más vergonzante, como explica muy gráficamente
un antiguo emigrante español que recordaba un cartel en un bar de una
importante ciudad helvética, el cual decía “Prohibido perros y emigrantes”.
Además de egoísta, si Suiza fuera una persona podría
decirse que se ha comportado casi siempre como un hipócrita. Para comprobarlo
basta echar un vistazo a la historia reciente. Es de sobra conocido que durante
la Segunda Guerra Mundial Suiza acogió a muchos de los que huían de los nazis
(claro que, por otro lado, también les entregó muchos fugitivos para no entrar
en conflicto con ellos), pero a la vez acogía con mucho mayor entusiasmo el
dinero, las obras de arte, el oro que los nazis iban robando por los países
ocupados, ya fuera de museos, bancos, gobiernos o particulares, normalmente
tras liquidar a sus legítimos dueños. Ahí están algunas de las bases de la
situación privilegiada de Suiza; ¿alguien cree que los banqueros suizos
hicieron ascos a los tesoros que los jerarcas y potentados alemanes depositaban
en sus cajas? Hace tiempo se dijo que, durante dos décadas, un porcentaje
elevadísimo de los anillos de boda que lucían en sus manos los novios suizos
procedían de las bocas de los judíos de los campos de exterminio… Seguro que
los nazis los fundían y los transportaban (al sitio más cercano y seguro) como
lingotes, pero ¿algún banquero suizo se preguntaría de dónde venía todo ese
oro? Así, es fácil deducir cómo se financió el imparable progreso de Suiza. Del
mismo modo, hoy Suiza sigue siendo el lugar donde todo el dinero sucio quiere
residir, y del mismo modo, los bancos siguen sin ganas de hacer preguntas
cuando alguien llega con unas maletas llenas de dinero para ingresar.
Desde hace siglos la Confederación Helvética siempre
ha evitado entrar en conflicto aunque los agresores proclamaran a los cuatro
vientos su oposición a los Derechos Humanos más elementales. Muy pronto
comprendió este país que era mucho más rentable permanecer neutral, pues así
podrían aprovecharse de las necesidades de todos los contendientes. Ha transitado
por los últimos siglos un tanto al margen del planeta, ajena a los problemas
generales de la población mundial, procurando mantenerse en una tibieza cobarde
equivalente al egoísmo que, sorprendentemente, ha pasado por pacifismo.
Resulta verdaderamente patética la postura arrogante
de Suiza cuando deberían avergonzarse por haber sido los cajeros de los nazis.
Y es repugnante el desprecio con que tratan a sus países vecinos, teniendo en
cuenta el aporte de Suiza al progreso de la cultura, el arte, el pensamiento…
en relación con esos países vecinos. Y es que, aparte de la Cruz Roja, Heidi y
Guillermo Tell, el máximo exponente de Suiza es el cobarde, desnaturalizado,
machista, cruel e hipócrita Rousseau.
CARLOS DEL RIEGO
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