Robert Smith, un personaje absolutamente singular en la historia del rock. |
Quienes estaban allí para vivirlo, pueden
sorprenderse de que ya hayan pasado tres décadas y media. Todavía en los
setenta del siglo XX, cuando los punks gritaban desaforados y asomaban los
cardados disparados de los ‘siniestros’ (afterpunk, post punk, luego góticos),
cuando la new wave invadía todos los ámbitos y abría puertas a mod, ska,
rockabilly y a cualquier ritmo o tendencia, cuando los heavys, sinfónicos y
grandes dinosaurios dudaban a qué carta quedarse, entonces, un tipo de rostro
aniñado da forma a una banda con una propuesta única. The Cure hizo su
aparición en el mercado con un álbum titulado ‘Three imaginary boys’.
Lo que Smith y sus compinches ofrecieron en el 79 era
ciertamente original en un momento en que casi a diario aparecían grupos y
discos con estilo y personalidad. Aquel histórico y seminal álbum comenzaba con
ambiente inquietante y misterioso logrado con un sonido muy natural (esa
batería a pelo), limpio, esquemático a veces, con idas y venidas, cortes,
irrupciones e incluso algún sólo de guitarra que aunaba algo antiguo y algo
nuevo. Las canciones recogen herencias, pero aportan cantidad de novedades
tanto en el aspecto formal como en el ambiental. La voz aguda de Robert Smith
contrasta con un bajo casi siempre profundo y en primera línea; las melodías
resultaron chocantes e imaginativas. U disco sorprendente que aun hoy llama la
atención por la carga emocional que transmite a pesar de su simpleza (y a la
vez eficacia) instrumental. El ‘estilo Cure’ se asoma. El álbum se reeditó
meses después en USA con el título de ‘Boys don´t cry’ y con un listado de
canciones diferente que incluía la primorosa pieza homónima o la hoy imposible ‘Killing
an arab’.
Tras una acogida buena pero sin mucho ruido, el
siguiente trabajo del grupo supuso la consolidación de un estilo propio,
inconfundible, identificador. ‘Seventeen seconds’ enseñaba una atmósfera
agobiante y depresiva. Las primeras notas a la guitarra recuerdan el comienzo
del disco anterior, enigmáticas, intrigantes, y casi sin darse cuenta, la
maravilla ‘Play for today’, apasionante pieza que logra texturas sonoras
increíbles con muy poco. Este álbum provocó críticas enfrentadas: unos
subrayaron el ingenio y la aportación novedosa de la banda, mientras que otros
se quejaban de que las canciones eran tristonas y distantes…, ambos tenían
razón. Pero basta con recuperar ‘The forest’ para comprobar, desde la
perspectiva del tiempo, que se trata de un disco esencial, atrevido, innovador.
Por entonces Rober Smith todavía llevaba el pelo corto y la cara libre de
maquillaje, pero aquello que ya se llamaba ‘afterpunk’ empezaba a tener su
propio apartado.
Después llegó otro trabajo sobresaliente. ‘Faith’
arranca con un bajo (de 6 cuerdas), tal vez perezoso, al que se une la guitarra
nuevamente misteriosa, que da paso a una voz lejana que a su vez lanza
proclamas retorcidas, existencialistas, duras, oscuras y envueltas en niebla;
Robert Smith reflexiona sobre su fe (católica) perdida y buscada. La segunda
pieza es como un mazazo, con un ligero aviso y una entrada de bajo a ritmo
frenético al que se unen guitarras que parecen ir y venir; es una canción
prodigiosa, densa y con un gancho irresistible. Siguen cortes ciertamente
depresivos, lóbregos a veces, intensos y emotivos siempre. Un álbum único, dotado
de una belleza angustiosa, tremendamente personal y con mucho que escuchar y
que leer (hay quien lo relaciona con el faro del rock oscuro y siniestro: el ‘Closer’
de Joy Division).
Lo siguiente es, para muchos, la obra cumbre de los
años clásicos de The Cure. Se trata de ‘Pornography’, publicado cuatro años
después de aquellos ‘Tres chicos imaginarios’. El misterio sigue presente, pero
ahora se ha sofisticado, con profusión de teclados y arreglos inesperados (con
el paso del tiempo The Cure utilizará cuerda, metal, electrónica y cualquier
otro recurso), que proporcionan al tono tétrico un grado mayor de decadente y
desesperada desolación, de frustración, de locura e incertidumbre. Y aunque a
Smith y compañía no les gustara la etiqueta, lo cierto es que con este álbum se
consolidaron dentro del rock siniestro (hoy gótico). Dicen que habían grabado
un vídeo-clip en un manicomio abandonado, que el guitarrista y cantante del
grupo se vio muy afectado por la muerte de Ian Curtis (Joy Division), e incluso
afirmaba que él sería el siguiente… Además, problemas personales y con los
miembros del grupo complicaron más las cosas, de modo que el disco no podía
resultar lo que se dice alegre. Para entonces ya lucía su cardado disparado y
su rostro maquillado al estilo borrón.
Tras estos primeros discos The Cure ya era un grupo
multitudinario y prestigioso. Sus siguientes álbumes mantenían un altísimo
nivel y en todos había tres o cuatro temas para los anales. ‘The top’ propuso
menos oscuridad y más psicodelia, destacando esa rareza titulada ‘The
caterpillar’. El sexto álbum, ‘The head of the door’, parece haberse liberado
de obligaciones, dejando que la imaginación les lleve; unos dicen que se
dejaron demasiado y el disco salió facilón, otros que es de lo mejor de la
banda; así hay delicatesen como la maravillosa ‘In between days’, ambientes
exóticos como en ´Kioto song’, sorpresas como la guitarra de la ‘ibérica’ y
poderosa ´The blood’ y clásicos como el ‘Close to me’.
Podría decirse que la época clásica de la banda
abarca hasta la mitad de los ochenta, aunque desde entonces no han dejado de
publicar canciones excelentes, como ‘Just like heaven’ o ‘Lovesong’, la
preciosa ‘Lullaby’, la sugestiva delicia pop ‘Friday I´m in love’…, ¡y qué
decir de esa rareza encantadora titulada ‘Lovecats’.
Sí, The Cure son una banda única, absolutamente
diferente e inconfundible. Resulta difícil de entender cómo han pasado tantos
años…, sobre todo al recuperar aquellas melodías que parecen haber sido
publicadas la semana pasada.
CARLOS DEL RIEGO
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