domingo, 12 de enero de 2014

LA EXTINCIÓN DEL COMPRADOR DE DISCOS El comprador de música está en vertiginoso proceso de extinción, pues las canciones se pueden tener sin tener nada, o sea, sin soporte físico, con lo que ¡para qué comprar pudiendo escuchar sin pagar! Sólo hay una esperanza: el disco como objeto valioso


El disco de vinilo como objeto valioso es uno de los pocos clavos ardiendo
 que le quedan a la industria musical.
Toda la razón tenía Dylan cuando cantaba ‘Los tiempos están cambiando’, puesto que tal afirmación es una verdad permanente. Y como siempre, cuando llega una revolución (del tipo que sea) esos cambios se aceleran de modo vertiginoso, de manera que los efectos de aquella terminan por afectar a todos los sectores de la sociedad. La más reciente revolución es, evidentemente, Internet, cuya irrupción ha modificado ya formas y modelos en las más diversas esferas y, con total seguridad, seguirá impulsando la evolución en los campos más diversos. Uno de los espacios donde la red ha dado la vuelta a la situación es en el de la música.

Hace unas décadas quien quería escuchar música necesitaba un equipo reproductor y un soporte, es decir, disco de vinilo, cintas de magnetofón, cassetes, aquellos cartuchos, cedés… Hoy quedan ya muy pocos compradores de música en soporte físico, lo que ha desbaratado el sistema que los sellos y grandes multinacionales tenían montado desde hacía alrededor de medio siglo. Sin embargo, lejos de entender la nueva situación, siguen aferrándose a viejos tópicos, como tratar de convencer al futuro comprador con el argumento de que muchos otros ya han comprado. Pero ahora, como cada día hay menos aficionados a la música que deseen poseer el objeto que contiene las canciones, las discográficas han optado por la trola, por el engaño inútil, demostrando que siguen persuadidos de que las viejas tácticas les darán resultados.

En España se precisaba, en los años del vinilo, despachar cien mil ejemplares para lograr el disco de platino y la mitad para el de oro; cuando las cosas empezaron a ir mal se rebajó la cosa a ochenta y cuarenta mil, hasta llegar a día de hoy en que el de platino precisa cuarenta mil y veinte mil el de oro. Baratos se cotizan tales premios. Pero ni así. Hace unas semanas se producía una filtración de datos procedente de Promusicae, la empresa dedicada a contabilizar en España las ventas en todas sus formas (digitales y discos físicos), dejándose a la vista de todos las cifras auténticas, que resultan desoladoras. Resulta que Lady Gaga recibió disco de oro cuando sólo había vendido 8.000, Katy Perry con apenas 4.000, Eminem la mitad… Cuando el escándalo ya fue innegable, la otrora prestigiosa y fiable Promusicae adujo que la cantidad por la que se otorgan discos de oro ya no es la de copias vendidas, sino la de copias puestas a la venta, o sea, trampa, fraude, engaño, manipulación: lo que se premia es la posibilidad de alcanzar los números exigido, no la realidad. Y al problema se añade el hecho de que se consume mucha música en ‘streaming’, es decir, la puedes escuchar gratis pero no poseerla, con lo que se proporciona otra opción para no tener que comprar y se está convirtiendo la composición, arreglos y ejecución en un mero producto de usar y tirar, en un producto sin valor. En España las matemáticas afirman que las ventas de discos han caído nada menos que un 75% desde el año 2001. Baste apuntar que se ha entrado en el top cuarenta de ventas con ¡75! Cedés y entre los diez primeros con menos de diez mil.   

Curiosamente, lo único que aumenta sus ventas es…, sí, el disco de vinilo, el clásico elepé. Los estadounidenses compraron en 2012 un 15% menos de CD´s que el año anterior, pero un 32% más de elepés, para un total de seis millones de discos de 33 rpm que pasaron por caja. En realidad los formatos para giradiscos son de los pocos clavos ardiendo que tiene la industria musical para evitar el naufragio total. Y es que hay que dar valor al propio objeto, a lo tangible, no todo tiene que ser exclusivamente virtual, es decir, un álbum de la época clásica tenía aquella fantástica y elaborada portada (se podía identificar la pieza por el arte, talento e imaginación que había en ella) que animaba a mirar y escrutar hasta su último rincón, el paso del tiempo lo puede convertir en cotizada pieza de coleccionista, y no digamos si se trata de ediciones limitadas o rarezas, se presta a la creación de valiosas discotecas que serán siempre referencia de la vida del comprador…, y en fin, con el Lp el comprador tiene algo más que una pequeña recopilación de canciones, que es exactamente lo único que tiene el que sólo escucha música en dispositivos electrónicos de almacenaje y reproducción; de este modo, cuando la música sólo es un puñado de megas pierde valor, pierde encanto, pierde realidad, hasta convertirse en poco más que algo imaginario, probable, tácito…, humo.

No es que la tecnología no sea algo fantástico, todo lo contrario, pero cada cosa puede tener su espacio sin invadir otros, por eso, cuando la industria arrinconó miserablemente singles y elepés y optó por el cedé, más barato de fabricar, estaba cavando su propia fosa, pues desacostumbró al comprador de música a hacerse con objetos valiosos.     

En fin, se engañan quienes se niegan a aceptar que nunca volverán los buenos tiempos, cuando vender menos de cincuenta mil copias era un fracaso estrepitoso o cuando un grupo country de Texas vendía cinco millones sin salir del estado. Sin embargo, sí es posible que el vinilo de 33 y 45 revoluciones vuelva a contar con millones de aficionados que encuentren motivo de disfrute tanto con la música como con el estilizado y elegante álbum y el entrañable sencillo. 


CARLOS DEL RIEGO

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