Las duras y justas sanciones impuestas a Alemania en el tratado de Versalles 1919 fueron el pretexto ideal para los nazis. |
La chispa que pone en marcha la maquinaria de guerra
se produce el 28 de julio de 1914 a causa del asesinato del heredero del
imperio austro-húngaro, pero detrás estaba una enrevesada política de alianzas
entre las diversas potencias europeas, que tenían como principal objetivo no
perder el tren del imperialismo; de hecho, la mayoría de los contendientes eran
imperios: el ruso, el turco, el austro-húngaro, el alemán y, por supuesto, el
británico, y junto a ellos dos que también soñaban, Francia e Italia. Entre
aquella fecha y el final del conflicto, en noviembre de 1918, alrededor de diez
millones de muertos.
Tras rendirse, Alemania tuvo que tragar con las
duras condiciones impuestas por los vencedores: desmilitarización y entrega de
armamento, división y pérdida de territorio (colonias incluidas) y, sobre todo,
enormes cargas, multas e indemnizaciones que incluyen: entrega de barcos
mercantes y fabricación de los necesarios para compensar los perdidos por los
vencedores durante la guerra, entrega de casi todo el carbón que se extrajera
de las minas alemanas (y cuando los mineros dejaron de extraer para protestar,
las tropas francesas invadieron y se hicieron cargo de las minas) y el pago de
una cantidad de dinero equivalente a medio billón de dólares de hoy, así como
otras cargas en diversos sectores industriales. Y por último, Alemania se
reconocía responsable, culpable de la guerra. Todo esto fue utilizado por el
partido nazi para convencer al pueblo alemán de que los males del país eran
culpa de los otros, que el castigo por haber provocado la Primera Guerra
Mundial era excesivo e insoportable…, y tales tesis fueron apoyadas por voces
relevantes entre los vencedores.
De hecho, a día de hoy son muchos los historiadores,
economistas y expertos que estiman desorbitadas las condiciones y las
indemnizaciones que recayeron sobre Alemania tras el tratado de Versalles de
1919, y por eso, porque hay quien cree que el castigo fue desproporcionado,
parece oportuna la pregunta ¿en cuánto se puede valorar la vida de casi diez
millones de personas?, ¿cuántas tragedias familiares ocasionó y cuántas
víctimas vivas dejó el conflicto?¿cuánto costó reconstruir todo lo destruido
por los agresores?
Por otro lado aquellos expertos señalan que el
pueblo no debe pagar por la locura de sus dirigentes, sin embargo hay que
reconocer que la gran mayoría de la población apoyaba entusiásticamente las
iniciativas bélicas. Y otro aspecto más: es precisamente la conciencia de
‘haberse pasado’ con las sanciones lo que hizo que los gobiernos del bando
aliado miraran a otro lado mientras la bestia se rearmaba, rugía e iniciaba el
ataque. El coste de suavizar el castigo supuso que la bestia tuviera las zarpas
libres para matar aun con más saña que antes.
Por tanto, se puede colegir que las sanciones
aplicadas al perdedor de la Primera, por muy humillantes que fueran, por muchos
sacrificios que hubiera de sufrir el pueblo alemán, fueron justas, y debió
vigilarse su cumplimiento estricto, incluso con intervención armada. Pero los
políticos se apiadaron de los agresores, manifestaron empatía con los matones,
se solidarizaron con los que hace una centuria iniciaron una guerra con
millones de muertos y pusieron los cimientos para otra. Y ocurrió lo que ocurre
cuando lo que se impone es la comprensión y el buenismo con el asesino: éste se
crece y se convence de que lo que hace o hizo es o fue correcto.
CARLOS DEL RIEGO
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