Hay que tener mente estrecha para suponer que ser más pequeño es mejor |
Desde todos los organismos internacionales insisten
en que la secesión de territorios conllevaría su expulsión automática de los
mismos, de modo que el territorio separado sólo sería admitido si lo aprueban
todos los integrantes de dichas instituciones; llegado el caso, el seguro veto
dejaría a esos hipotéticos e imposibles nuevos países al margen de los pactos y
asociaciones supranacionales. Sin embargo, los ideólogos de las políticas
separatistas creen y hacen creer, o se engañan y pretenden engañar a su población
de que las cosas serían maravillosas, que todo se solucionaría y todos serán
más felices desgajándose del país al que hoy pertenecen.
Actualmente los que meten más ruido son los
gobernantes de Cataluña y Escocia, los cuales han sido advertidos de que
decisiones unilaterales como las que pretenden sólo les acarrearían problemas,
muchos, diversos y trascendentes. Da la impresión, por otro lado, que las
ambiciones soberanistas de algunos politicastros de Bélgica o Bolivia (hasta no
hace mucho tan vocingleros como aquellos) están cediendo a la realidad, a la
lógica, aunque siempre habrá alguno que haga del separatismo la razón de su
vida, y siempre encontrará quien le siga.
Según esos mandamases de mente estrecha y visión
empequeñecedora, “todos en este país deseamos ser una nación independiente”,
pero la realidad a pie de calle suele diferir muchísimo de la apreciación que de
la misma tienen los que viven en el universo de la política. En 1992 los
políticos de la antigua Checoslovaquia llevaron a cabo una maniobra que,
básicamente, fue la partición del país sin preguntar al pueblo; es decir, los
dirigentes pensaron que la gente quería ser o checa o eslovaca, no
checoslovaca, lo supusieron o quisieron suponerlo, pero el caso es que actuaron
sin preguntar a los legítimos dueños del país, a los poseedores de la soberanía
nacional. Puede que si se hubiera hecho el correspondiente referéndum hubieran
ganado los partidarios de dividir, pero puede que no, y entonces les hubieran
quitado el caramelo de la boca, el caramelo de los puestos y sillones, de los
ministerios y subsecretarías, de los cargos y destinos en que ya pensaba toda
esa patulea de caraduras que se siente con derecho a vivir en la acotada parcela
del privilegio toda la vida; no hay que olvidar que dos estados supone doble de
maquinaria gubernativa y funcionarial. Por eso, por evitar el riesgo de
negativa, no se consultó al único depositario de la toma de decisiones: la
población, toda la población del país. Es una muestra de cómo los que viven
cinco metros por encima del suelo manejan y maniobran al margen del bien
general. Por cierto, este caso no tiene nada que ver con los de Cataluña y
Escocia (de hecho cada caso es único y sin paralelismo con otros).
En definitiva, lo que quieren los caudillos de la
disgregación es gobernar ellos sin tener que dar cuentas, hacer y deshacer a su
antojo, manejar los dineros públicos a capricho, imponer las leyes que les
venga en gana…; no olvidemos que en aquella parte de España hoy se puede multar
a quien no utilice el idioma obligatorio, o que los que ocupan poltrona gastan
enormes cantidades en ‘embajadas’ y viajes vanos a la vez que dejan sin fondos servicios
imprescindibles. En fin, que si se vieran libres de poderes y estamentos
superiores…
En realidad, esas intenciones de independencia para
poder disponer a su antojo, para manipular e imponer, ya se habían visto
anteriormente; por ejemplo en El Libertador, en Simón Bolívar, a quien la
igualdad de la población, los indígenas o la propia democracia eran conceptos
que le traían sin cuidado, y así lo demostró cuando en la reunión conspiratoria
para escindir la Gran Colombia de la metrópoli, prefirió ausentarse y no tener
que votar por un estado democrático; o en su testamento, donde aboga por la
desaparición de partidos políticos. No, Bolívar quería exclusivamente el poder
para él, para hacer y deshacer según sus deseos en toda Sudamérica y al margen
de Madrid (lo curioso es que la población se fiaba de las instituciones,
magistrados y funcionarios españoles y huía como de la peste de los criollos).
Eso es exacta y exclusivamente lo que pretenden los doctrinarios de la desunión:
el poder, pues en caso de conseguir su propósito dan por hecho que serán los
jefes supremos, la nueva aristocracia.
La vieja guardia de la Transición Española explica hoy
que, entonces, con la promulgación del Estatuto de Cataluña los políticos de
allí se dieron por satisfechos; sin embargo, los gerifaltes nacionalistas, al
igual que los adolescentes, cuando consiguen algo ya empiezan a pedir más, y
así sucesivamente, nunca están satisfechos, pedir está en su naturaleza (en la
de adolescentes y nacionalistas patrioteros y xenófobos cuya opinión difiere de
la de la población).
Y en fin, resulta más que chocante que se desee ser
más pequeño, aislado, intrascendente e irrelevante en un mundo que tiende a la
unión, a formar entes mayores y más potentes. Pues eso es, finalmente, lo que
pretenden los cabecillas: ser el pez gordo en el estanque pequeño.
CARLOS DEL RIEGO
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