Bachelet y Matthei, amigas de la infancia, rivales políticos, polos opuestos de la dictadura chilena |
Bachelet, la víctima, y Matthei, el traidor y cobarde |
Las dos son hijas de
militares, de generales adscritos a la fuerza aérea de Chile. Desde jóvenes,
éstos habían tenido el mismo destino y habían vivido uno frente a otro durante
muchos años; de este modo, las dos niñas, Michele y Evelyn, pasaron sus años
infantiles jugando juntas, en casa de una, en casa de otra, en la calle de la
base donde estaban destinados sus padres; estuvieron muy unidas, pues en tanto
que hijas de altos oficiales de la Fuerza Aérea de Chile estaban un tanto
apartadas de la sociedad civil; de hecho, Alberto y Fernando pasaban las horas
debatiendo sobre lo divino y lo humano, en casa de uno o en la de otro, como
colegas que se llevan bien, como amigos íntimos, con pensamiento opuesto pero unidos
por una (aparentemente) sólida y profunda amistad.
Pero en septiembre de
1973 Pinochet se sintió salvapatrias y asestó su golpe de estado. Alberto
Bachelet (de ascendencia francesa) era más proclive a Allende, mientras que el
otro, Fernando Matthei (ascendentes alemanes), estaba más cerca de la postura
pinochetista. Bachelet fue detenido varias veces, torturado y, finalmente,
asesinado en la Academia de Guerra del Aire (la muerte se produjo ya en la
cárcel) por algunos de sus subordinados y compañeros de armas; de esta academia
era director su ‘amigo’ Fernando Matthei, que estaba en Londres cuando aquel
Mussolini de los Andes sacó los tanques a la calle. No participó, por tanto, en
el golpe de estado, pero sí supo inmediatamente de la detención de su ‘amigo’.
Regresó a Chile en diciembre de ese año y luego formó parte de la Junta Militar
que presidía Pinochet. Lógicamente conoció desde el primer momento los
padecimientos de su colega, pero no movió un dedo en su favor. No hizo nada, no
trató de excarcelarlo, no pidió justicia para él, no pidió clemencia para su
‘amigo’, no se atrevió a enfrentarse a los golpistas ni, por supuesto, a llevarle
la contraria al del bigote y las gafas oscuras. Es evidente que tuvo miedo,
pero a diferencia de lo que ocurre con los valientes, el miedo lo paralizó, le
impidió actuar…, no pudo superar el canguelo y se dejó dominar por su cobardía,
de modo que abandonó a su camarada cuando más lo necesitaba.
Se puede pensar que
enfrentarse a Pinochet en aquellos momentos era poco menos que un suicidio, es
posible que pedir por su antiguo compañero de armas le hubiera acarreado graves
peligros, pero quedarse quieto, con brazos cruzados ante la desgracia de su
‘amigo’ siendo uno de los hombres más poderosos de aquel Chile, es pura
indignidad, deshonor, cobardía cómplice. Si temía por su vida y la de su
familia al pedir por su viejo compañero, podía renunciar a su cargo, salir del
país y denunciar el trato que estaba recibiendo Bachelet y otros militares que
se oponían a la dictadura pinochetista, pero no, estaba en una cómoda situación
social y no quiso renunciar a ella. Por eso son burdas mentiras su declaración
de que lo sintió mucho, sus continuas explicaciones de que lo pasó muy mal y
que todavía hoy se aflige y entristece por lo ocurrido con su ‘amigo’; es como
si el asesino trata de convencer a la víctima lo mal que se siente por lo que
hace justo cuando le está clavando el cuchillo. Son disculpas, autojustificaciones,
pretextos para sacudirse una responsabilidad que llevará adosada a su nombre incluso
después de su muerte. No sirven las explicaciones de padre e hija ante la
realidad: Fernando Matthei traicionó a quien había sido amigo suyo dejándolo
tirado a pesar de que sabía que iba a ser asesinado, a pesar de que conocía las
torturas y vejaciones que estaba sufriendo (aumentadas por el hecho de que
fueran sus subordinados y compañeros quienes se las infligían). Es posible que
el ‘amigo’ desleal no sea culpable judicialmente, pero sí lo es de vileza, de
inmoralidad…, de haber seguido viviendo como si no hubiera pasado nada.
Hoy, el general infiel
y su hija siguen excusando la inacción, la traición, de manera que Evelyn
Matthey insiste en que mantiene su amistad con Michelle Bachelet, pero no hay
que ser muy listo para entender que no pueden ser igual los sentimientos de
antes y los de después de septiembre de 1973. Afirman quienes están cerca de
las dos que se llevan relativamente bien, que se tratan con fría cordialidad, aunque
seguro que al mirar a su rival político, Michelle ya no verá a Evelyn como su
amiga de la infancia, sino como la hija del cobarde traidor que miró hacia otro
lado cuando su padre estaba siendo torturado.
CARLOS DEL RIEGO
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