La vengativa madre, en tratamiento desde la violación de su hija, perderá un par de años de libertad a cambio de la certeza de que el agresor no viva. |
La
noticia está haciendo arder los foros: una mujer que quemó vivo al violador de
su hija ha de entrar en prisión. Las particularidades del caso de la justiciera
de Benejúzar (Alicante) vuelven a dejar en evidencia la endeblez y
contradicción del injusto sistema penal español. Condenado a nueve años de
prisión por la violación de una niña de trece, el agresor ya estaba en la calle
pasados dos tercios de la condena, disfrutando de beneficios penitenciarios en
el pueblo donde sucedieron los hechos y donde residen todos los implicados; la
madre de la víctima lo encontró en un bar (previa provocación, según ella, sin
provocación según un testigo) y le prendió fuego tras empaparlo en gasolina. Ahora,
la mujer (en tratamiento desde que se produjo la violación) ha de ingresar en
prisión para cumplir una condena de cinco años por asesinato con eximentes.
La
condena de nueve años por violación de una menor es sin duda escasa, pero si
además el tiparraco está exhibiéndose ante la víctima pasadas sólo seis
primaveras la cosa se antoja, como mínimo, injusta, insultante y preocupante,
ya que un violador lo será toda su vida, lo que significa que cuanto antes esté
en la calle antes comenzará a buscar presas con las que saciar su animalidad.
Por otro lado, la madre-venganza había sido condenada por asesinato a nueve
años que quedaron en cinco; cuando entre en la cárcel (si entra) seguro que
vuelve a casa antes de veinticuatro meses, con lo que la ardiente paisana habrá
cometido un cruel asesinato (aunque sea de un indeseable) por el que habrá
pagado sólo con el tiempo que duran dos ligas de fútbol.
Seguro
que la desgraciada señora no calculó fríamente los hechos y sus consecuencias,
pero si lo hubiera hecho, la jugada le habría salido redonda. “Liquido a este
animal que encima no ha cumplido la condena completa, me caen unos años que con
la apelación quedarán en menos y, en último caso, voy unos cuantos meses a la
cárcel (contando la preventiva), pues portándome bien y haciendo algún
trabajito no me pierdo más de una navidad. Al fin y al cabo, si el agresor se
aprovecha de la levedad del código penal, ¿por qué no lo va a hacer el
ciudadano que, tras sufrir una brutal agresión, se toma la justicia por su mano
y paga con la misma moneda?”. Tales pueden ser los pensamientos de quien se
siente burlado por una justicia que, incomprensiblemente, está mucho más atenta
al bienestar del delincuente que al del agredido. Piénsese, por ejemplo, en el
caso del marido maltratador con dos docenas de denuncias, alejamientos e
incluso prisión a lo largo de los años; no sería tan descabellado que un
hermano de la mujer hiciera sus cuentas y pensara que, de seguir así las cosas,
más pronto que tarde ella sería el número ‘XX de la lista de muertes por
violencia machista’, por tanto (deduce) es mejor tomar la delantera, liquidarlo
y pasarse dos o tres años entre rejas; de lo contrario la muerta será ella y nosotros
estaremos llorando y rabiando el resto de nuestra vida, mientras él estará
libre en poco tiempo, buscando otra presa. El justiciero puede, por tanto,
hacerse a las pérdidas, valorar lo que se pierde dejando que el maltrato
desemboque en lo inevitable y contraponerlo a la entrega de unos años de
libertad, poder dormir aunque sea en chirona o pasarse las noches rumiando la
rabia de ver libre y ufano al bestia.
Hace
unos cuantos años, en Alemania una mujer mató de un tiro al asesino de su hija;
cuando escuchó la sentencia de varios años de cárcel apenas se inmutó, como si
las cuentas le hubieran salido según lo previsto.
CARLOS
DEL RIEGO
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