domingo, 17 de marzo de 2013

EL TIMO Y EL ENGAÑO EN EL MUNDO DEL POP Y EL ROCK La clase política viene estafando al ciudadano desde que se ‘inventó’ el poder, pero la trampa, el fraude y el engaño no son exclusiva del representante público, sino que están presentes en todos los ámbitos donde haya algo que ganar, y el mundo del pop y el rock no está exento de aprovechados y caraduras

Malcom McLaren (entre Sid Vicious y un poli) ideó una original estafa con Sex Pistols como protagonista

Como todas las actividades que producen dinero, fama, poder, el rock y el pop también han atraído a una amplia variedad de trileros, chorizos, embaucadores, engañabobos y timadores, que han urdido tramas más o menos hábiles en las que han caído muchos incautos. Los músicos estafan cuando no dan lo que prometen; por ejemplo cuando ofrecen el típico concierto rápido y corto, ese en el que se nota que los del escenario están deseando acabar y largarse; o cuando meten sonidos pregrabados sin reconocerlo; o cuando alguno de los integrantes del grupo se presenta ‘indispuesto’, como cuando los fantásticos Dr. Feelgood salieron a tocar con un Gypie Mayo incapaz de sujetar la púa o de sostenerse en pie, cosa que también ocurrió con el batería de Damned en el histórico Rock-Ola de Madrid.

Capítulo aparte merece el asunto de los plagios y apropiación de ideas ajenas, ya que son pocos los que se libran de acusación tan vergonzante; The Beatles y Stones, The Doors, Michael Jackson, Georges Harrison y otros grandes hubieron de sufrir sonrojantes denuncias, llegando algunos de ellos a acordar el pago al denunciante para no continuar con la causa; en este capítulo tienen papel protagonista Led Zeppelin, señalados como grandes copistas de los bluesmen norteamericanos (aunque no sólo), y Oasis, especialistas en tomar esto de aquí y aquello de allá para dar forma a una canción ‘propia’ (maestros del corta y pega); Blur, Coldplay, Nirvana y muchísimos otros han tenido que aguantar el dedo acusador. Y emblemática es la leyenda que asegura que el Coronel Parker había comprado por unos cuantos dólares varias decenas de canciones a músicos callejeros para luego, hábilmente transformadas, convertirlas en superventas en la voz de Elvis.


Entre ellos, entre los compañeros de grupo abundan también las peleas, más por temas relacionados con el efectivo que por asuntos musicales. Aquí la lista tiende al infinito, puesto que son muy habituales declaraciones de este guitarrista o aquel batería del tipo de “esa canción, esa idea es mía, el nombre del grupo lo tengo registrado yo, se aprovecharon de mí y luego no compartieron conmigo los beneficios…”; por ejemplo, Topper Headon, batería de The Clash, afirmó que sus compañeros le habían robado gran parte de los temas de los discos ‘Sandinista’ y ‘Combat rock’ y luego le pusieron de patitas en la calle (probablemente su adicción a la heroína contribuyó al despido).
  
Pero los engaños más sonados suelen ser aquellos que tienen al público como primo. Seguro que hay quien se acuerda de aquel dúo llamado Milli Vanilli que a finales de los años ochenta del siglo pasado alcanzaron un tremendo éxito, sobre todo en Estados Unidos, donde fueron disco de platino y fueron galardonados con premios Grammy y similares; sin embargo, los dos integrantes del grupo (Morvan y Pilatus) eran unos impostores, pues ellos nunca cantaban sino que se limitaban a hacer play back; pero como no podía ser de otro modo, un día el play back falló y, además, uno de los que estaba en el secreto (precisamente uno de los verdaderos cantantes) empezó a ‘cantar’. Finalmente, el productor que había ideado la engañifa confesó, con lo que se descubrió todo el pastel. Pero antes, en el colmo del cinismo, el tal Pilatus se había comparado con Dylan o McCarteney. La discográfica que había editado sus discos hubo de hacer frente a un sinfín de demandas de quienes compraron álbumes y entradas de sus conciertos. Todo el mundo cayó en la trampa, pero quienes peor quedaron (además de los embusteros) fueron los críticos que premiaron a estos cantamañanas.

Esa misma forma de trola es la que usaron los productores de Boney M, otro grupo surgido en Alemania a mediados de los setenta y cuyas voces siempre fueron dudosas; luego se supo que el cantante masculino no cantó jamás, y que las voces de las chicas tampoco correspondían con los rostros que aparecían en escena y en las portadas (al menos no todas). ¿Se ha dicho que el embaucador que urdió las dos mentiras, la de Milli y la de Boney, es el mismo?, así es, se trata del alemán Frank Farian, que ganó un montón de pasta con esos dos trabajitos.

Los propios músicos suelen ser los que, de un modo u otro, terminan por ser timados, trasquilados, esquilmados por las compañías discográficas, que les hacen firmar contratos con condiciones leoninas; y aunque eso era mucho más abundante hace unos años siempre habrá listillos e inocentes. El caso de Springsteen es el más conocido; firmó contrato con el manager y productor Mike Appel, con quien grabó sus dos primeros discos y parte del superéxito ‘Born to run’; como quiera que Appel tenía  firmado un papel con The Boss que le proporcionaría desorbitados beneficios por cada uno de sus lanzamientos, Sprignsteen decidió no publicar nuevo material hasta que ese contrato expirara, dedicándose así, durante dos años, a dar salida a sus irrefrenables capacidades artísticas en extensos y agotadores conciertos, pues cada uno de los que dio entre 1975 y 1977 superaba las tres horas de duración. Finalmente Apple (que jamás volvió a acercarse al éxito) accedió a romper ese contrato…, a cambio de una cantidad.

John C. Fogerty, el genial líder y compositor de Creedence Clearwater Revival, tuvo problemas con Saul Zaents, dueño del sello discográfico Fantasy Records con el que publicaban los Creedence; la cosa se explica con un verso del tema ‘Zanz Kant Danz’ del álbum ‘Centerfield’ (1985), en el que John habla de ‘un cerdo que no sabe bailar pero sí robar’…

Y es que el dinero puede con cualquier relación. De sobra es conocido el encontronazo entre Paul Weller, de The Jam, con Steve Jones, de The Clash (también se peleó Weller con Sid Vicious, al que estrelló una botella en la cara, pero parece que la cosa no iba de pasta); en la gira White Riot Tour con The Clash y Buzzcocks entre otros, The Jam se bajaron del cartel a falta de un montón de conciertos, alegando Weller que los integrantes de The Clash les estaban robando en cada actuación.

De una original trampa trata la película ‘La gran estafa del rock & roll’ (The great rock & roll swindle’, Julian Temple, 1980); en ella se explica cómo el productor MalcomMcLaren consiguió que su grupo Sex Pistols ingresara un montón de libras sin apenas haber grabado nada. Su método era sencillo: firmó con una discográfica y, en la primera entrevista en televisión, Johnny Rotten y compañía soltaron todos los tacos que se les ocurrieron y lanzaron insultos a diestro y siniestro, de forma que otros artistas de ese sello discográfico (amén de otras voces de gran resonancia mediática) amenazaron con boikot si no se expulsaba a los Pistols; la firma los despidió, pero tuvo que pagar fuerte indemnización; el astuto y calculador McLaren repitió en otra compañía. Total, muchos miles de libras sin haber cogido la guitarra. De paso nació el punk inglés en los lejanísimos últimos años setenta del siglo XX.

Como puede verse, en el mundo del pop y el rock se cuecen las mismas habas que en todas partes.

CARLOS DEL RIEGO




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