Guerreros medievales preparados para la batalla
Hace 1.100 años
apenas Galicia, Asturias y León quedan fuera del dominio musulmán. Ordoño II es
el monarca del recién constituido Reino de León. Este rey, que siempre fue muy
bien tratado por los cronistas, es el primero que es ungido y coronado
solemnemente, retomando la costumbre visigoda. Pero su principal objetivo es la
lucha contra los mahometanos, a los que combatió incansablemente. En el año
921, Ordoño II emprendió su última campaña contra los caldeos (así les
llamaban)
A finales del año 914
‘Ordonius Rex’ comienza su reinado. Casi desde el primer momento tiene como
principal objetivo hostigar a los agarenos (también les llamaba así) y
recuperar el terreno que, según tradición neogótica, había sido usurpado por
los invasores a sus legítimos dueños, los visigodos. Así, las tropas de Ordoño partieron
muchas veces hacia el sur atacando ciudades y pueblos dominados por los
musulmanes, causando muchas bajas y regresando a León con gran botín de
riquezas, animales y cautivos.
Cuando se asaltaba
una plaza o castillo se solía respetar la costumbre de perdonar vida y bienes a
sus habitantes si se rendían de entrada, sin combatir; si la rendición llegaba
a mitad de asalto, se les permitía marchar con lo puesto; pero si el lugar
tenía que ser tomado por la fuerza hasta el final, los supervivientes serían
ejecutados inmediatamente, las mujeres y niños esclavizados y la plaza saqueada
y arrasada. Así se hacían las cosas hace más de un milenio. Por eso, los
ataques de los ejércitos leoneses causaban rabia y deseos de venganza en el
territorio musulmán, como demuestran los cronistas árabes: “Tirano Ordoño, rey
de los leoneses infieles a quienes Dios maldiga” (Ibn Jaldun). El recién nacido
reino (los autores sarracenos se referían al territorio de León como
Yilliqiyya) se convirtió en la principal preocupación de los califas, empezando
por el gran Abederramán III.
En 917, en la batalla
de San Esteban de Gormaz (o Castromuros), los ismaelitas ya estaban a orillas
de Duero cuando “el rey Ordoño
acometiolos tal como un león de la Libia se ceba en el indefenso rebaño, y
causó tanto estrago entre los enemigos, que el número de sus cadáveres excedía
el cómputo posible de los astros (…), muy pocos escaparon y pudieron noticiar
el suceso al rey cordobés”, según la Historia Silense. Ordoño mandó cortar la
cabeza del jefe del ejército califal, Hulit Abul Habat, y la colocó en lo alto
de la más alta almena del castillo de dicha población al lado del morro de un
jabalí.
El combate era
extremadamente sangriento, con nubes de flechas que, invariablemente,
atravesaban a unos cuantos, con la infantería chocando entre gritos y estruendo
metálico de espadas, escudos y lanzas, con los
caballeros con armadura arremetiendo y danto tajos a izquierda y
derecha, relinchos, alaridos y sangre, mucha sangre y ‘trozos’ por todas
partes. Una vez comenzada la batalla no había piedad.
Las hostilidades,
ataques y venganzas, cabalgadas y actos de guerra se sucedían sin tregua; en la
Alta Edad Media no se sabía de Derechos Humanos, Convención de Ginebra o
Tribunales Internacionales. Abderramán III, enfurecido por la derrota de
Castromuros (o Castromoros), reunió un poderoso ejército que vengara tal
humillación, de modo que en 920 volvió a enfrentarse al ejército de Ordoño II (apoyado
por tropas navarras) en la batalla de Valdejunquera. En esta ocasión la
victoria fue para el califa de Córdoba, que infligió una dura derrota a las
tropas cristianas, cuyos cronistas disimularon señalando que “hubo muchos
muertos por ambos bandos” o explicando que la derrota fue por los muchos
pecados de los cristianos. El Rey Ordoño II culpó a nobles castellanos del
descalabro, entre ellos a Nuño Fernández y a Fernando Ansúrez, así que los
convocó sin decirles el objetivo de la reunión en un lugar llamado Téjar junto
al rio Carrión, donde los cogió prisioneros, los acusó de deslealtad y mandó
encarcelarlos.
Sin desanimarse y
obligado por su convicción de que había que expulsar a los caldeos y recuperar
la península para los herederos de los visigodos, Ordoño II armó otro ejército
en el año 921, con el que marchó sobre las fronteras sureste de su reino,
llegando hasta Sintila (Cendejas, Guadalajara), destruyendo sembrados,
poblaciones y castillos (Castejón de Henares, Palmaces, Magnanza…), llegando a
una sola jornada de Toledo (algún cronista dice Córdoba, pero entonces no
andaban muy bien de geografía). Orgulloso con su botín regresaba Ordoño a León,
pero al llegar a Zamora le comunicaron que había muerto su esposa, la reina
Gelmira (Elvira). Era agosto de 921. A los pocos meses volvió a casarse con la
gallega Aragonta, de la que se separó al poco “por no resultarle placentera”…
Fue la última campaña
militar de Ordoño II Adefónsiz, hijo de Alfonso III de Asturias. Pocos años
después, en 924, moría el gran rey de León. Se le enterró en una primitiva
catedral construida en el terreno donado por el propio Ordoño, donde se
conservaban los restos de unas termas romanas; a mediados del siglo XI,
Fernando I construía allí mismo una segunda catedral, románica; y ya en tiempos
de Alfonso X El Sabio (mediados del siglo XIII) se emprende en el mismo lugar la
construcción de la actual catedral gótica, donde está enterrado el segundo rey
de León..
Era la Alta Edad
Media, la guerra era la circunstancia más habitual en la península, en toda
Europa y en el resto del mundo. No es fácil ponerse en la piel de quienes
vivieron hace mil cien años.
CARLOS DEL RIEGO
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