miércoles, 26 de mayo de 2021

LA INSACIABLE SED DE SANGRE DE LOS REYES GODOS DE HISPANIA

 


Los reyes godos de Hipania estaban siempre amenazados por la traición

Los visigodos sustituyeron al Imperio Romano como fuerza dominante en Hispania. Nunca supusieron una elevada proporción de la población, de hecho no se mezclaron con los hispano-romanos, sino que impusieron por la fuerza y la violencia sus reyes, su nobleza, su cultura. Ésta siempre se basó en la guerra, siendo casi un deshonor morir en la cama por causas naturales, de modo que la crueldad y el asesinato eran costumbre en su sentir y pensar. Hace 1310 años fueron desalojados

En realidad no hay ni ha habido cultura, civilización u organización social que no tenga en sus anales episodios escalofriantes de brutalidad y ensañamiento. Las pinturas rupestres del levante español certifican enfrentamientos armados en el Neolítico, y desde que hay constancia escrita se han narrado infinitas atrocidades en Mesopotamia y Egipto, en Grecia y Roma, hunos y godos, mongoles y sarracenos, incas y aztecas…, todas las culturas han dejado constancia de lo sanguinario de sus usos y costumbres.

Pero la violencia como tradición, como una especie de obligación cultural es muy propia de los godos. De los 33 monarcas visigodos que reinaron en Hispania desde 410 hasta 711, están documentados los asesinatos de casi la mitad, ya fueran apuñalados, envenenados, estrangulados..., otros murieron en combate y algunos no está claro. En fin, para reinar había que matar. El primero fue Ataulfo, apuñalado por un sirviente; el siguiente, Sigerico, que mató a los seis hijos del anterior para eliminar posibles rivales, y sólo una semana después lo liquidaron a él los partidarios de Ataúlfo. Así empezó el reinado visigótico en Hispania,  y la costumbre de liquidar al rey (o a sus nobles) para quitarle la corona continuó durante siglos.

La península Ibérica ha sido escenario de innumerables invasiones y ocupaciones, las cuales, invariablemente, se han llevado a cabo a sangre y fuego. Los godos estuvieron entre los más destacados en estas maneras.  Originarios de Gotland (actual Suecia), la guerra era para ellos la única actividad digna, por eso despreciaban a los campesinos y nunca se mezclaron con la población hispanorromana; y también por eso tenían una gran resistencia al dolor. Los mitos nórdicos (de los que ellos bebieron) cuentan prácticas como la conocida como ‘alas de sangre’, que consiste en inmovilizar al reo y sacarle por la espalda los omóplatos, de manera que dieran impresión de ser unas alas ensangrentadas (otras versiones aseguran que lo que se extraía eran los pulmones); y cuando el desdichado perdía el conocimiento se le inyectaba por la nariz agua con sal para que lo recobrara; su sufrimiento y sus gritos serían estremecedores. También se cuenta que un jefe mató a un subordinado desleal, le cortó la cabeza y se la colgó del cinto, pero tras hacer un movimiento brusco, uno de los dientes de la boca del decapitado se le clavó en el muslo, se infectó la herida y el jefe terminó tan muerto como su víctima.

Los visigodos trajeron a la península esa tradición guerrera, sangrienta y cruel, dejando para la Historia episodios de asombrosa brutalidad (vistos hoy, pues entonces era lo corriente). Puede recordarse la costumbre de sacar los ojos al traidor o a quien pretendía destronar al rey. Por ejemplo el gran Chindasvinto (que llegó al trono a los 79 años y lo ostentó hasta su muerte a los 90, acaecida en 653), que tomó como primera medida ejecutar a unos 200 posibles rivales de la alta nobleza (primates) y a otros 500 de la baja (mediogres), aunque en algunos casos se sintió magnánimo y se conformó con sacarles los ojos y quedarse con todas sus propiedades. Método muy utilizado por el pretendiente al trono era asesinar al rey tras un banquete con abundante vino; en otras ocasiones se inhabilitaba al aspirante amputándole ambas manos. A algunas consortes, cuando ya se habían convertido en estorbo para el rey, se les cortaban las orejas e incluso la nariz, como hizo el vándalo Humerico con la hija de Teodorico I. A Turismundo lo mató su hermano Teodorico II, que a su vez fue asesinado por su otro hermano Eurico…Mención especial merece Witerico, llamado el doble traidor; primero participó en una conjura para matar a un obispo y a un noble, pero la noche anterior se arrepintió y denunció a sus secuaces, por lo que fue recompensado; luego, el rey Liuva II le confió un ejército para marchar contra los bizantinos, que estaban en la región levantina, pero a medio camino se dio la vuelta y atacó y derrocó al rey convirtiéndose él en rey; en 610 fue cosido a puñaladas tras un banquete-trampa y luego atado a un caballo y arrastrado por las calles de Toledo.

La práctica de vaciar las cuencas pervivió tras la batalla de Guadalete. Los monarcas de Asturias y de León que se sucedieron tras Pelayo eran los herederos de los reyes y nobles visigodos, y se encargaron de que la cultura de la violencia no perdiera vigencia. Ramiro II de León (que reinó de 931 a 951), cansado de que su hermano Alfonso IV ‘El Monje’ un día renunciara al trono para retirarse a un monasterio y al siguiente se retractara (algo que hizo más de una vez), lo persiguió, lo derrotó, lo apresó y para que no volviera a las andadas le arrancó los ojos junto a varios de sus partidarios; uno de los métodos utilizados era aplastar contra la cara del condenado una máscara de metal que, a la altura precisa, tenía como dos sacacorchos…, luego sólo había que tirar. Pero estos modos de violencia extrema, realmente, no fueron exclusivos, sino que francos, ostrogodos, vikingos, teutones, queruscos…, se encargaron de que no hubiera rincón de Europa sin violencia feroz. 

En el año 711, hace 1310 años, la monarquía y la cultura visigodas, que además de episodios de violencia dejaron la idea de una unidad política, legal y religiosa para Hispania, fueron sustituidas por las musulmanas.

CARLOS DEL RIEGO

 

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