Los reyes godos de Hipania estaban siempre amenazados por la traición
Los visigodos
sustituyeron al Imperio Romano como fuerza dominante en Hispania. Nunca
supusieron una elevada proporción de la población, de hecho no se mezclaron con
los hispano-romanos, sino que impusieron por la fuerza y la violencia sus
reyes, su nobleza, su cultura. Ésta siempre se basó en la guerra, siendo casi
un deshonor morir en la cama por causas naturales, de modo que la crueldad y el
asesinato eran costumbre en su sentir y pensar. Hace 1310 años fueron
desalojados
En realidad no hay ni
ha habido cultura, civilización u organización social que no tenga en sus
anales episodios escalofriantes de brutalidad y ensañamiento. Las pinturas
rupestres del levante español certifican enfrentamientos armados en el
Neolítico, y desde que hay constancia escrita se han narrado infinitas
atrocidades en Mesopotamia y Egipto, en Grecia y Roma, hunos y godos, mongoles
y sarracenos, incas y aztecas…, todas las culturas han dejado constancia de lo
sanguinario de sus usos y costumbres.
Pero la violencia
como tradición, como una especie de obligación cultural es muy propia de los
godos. De los 33 monarcas visigodos que reinaron en Hispania desde 410 hasta
711, están documentados los asesinatos de casi la mitad, ya fueran apuñalados,
envenenados, estrangulados..., otros murieron en combate y algunos no está
claro. En fin, para reinar había que matar. El primero fue Ataulfo, apuñalado
por un sirviente; el siguiente, Sigerico, que mató a los seis hijos del
anterior para eliminar posibles rivales, y sólo una semana después lo
liquidaron a él los partidarios de Ataúlfo. Así empezó el reinado visigótico en
Hispania, y la costumbre de liquidar al
rey (o a sus nobles) para quitarle la corona continuó durante siglos.
La península Ibérica
ha sido escenario de innumerables invasiones y ocupaciones, las cuales,
invariablemente, se han llevado a cabo a sangre y fuego. Los godos estuvieron
entre los más destacados en estas maneras. Originarios de Gotland (actual Suecia), la guerra
era para ellos la única actividad digna, por eso despreciaban a los campesinos
y nunca se mezclaron con la población hispanorromana; y también por eso tenían
una gran resistencia al dolor. Los mitos nórdicos (de los que ellos bebieron)
cuentan prácticas como la conocida como ‘alas de sangre’, que consiste en
inmovilizar al reo y sacarle por la espalda los omóplatos, de manera que dieran
impresión de ser unas alas ensangrentadas (otras versiones aseguran que lo que
se extraía eran los pulmones); y cuando el desdichado perdía el conocimiento se
le inyectaba por la nariz agua con sal para que lo recobrara; su sufrimiento y
sus gritos serían estremecedores. También se cuenta que un jefe mató a un
subordinado desleal, le cortó la cabeza y se la colgó del cinto, pero tras
hacer un movimiento brusco, uno de los dientes de la boca del decapitado se le
clavó en el muslo, se infectó la herida y el jefe terminó tan muerto como su
víctima.
Los visigodos
trajeron a la península esa tradición guerrera, sangrienta y cruel, dejando
para la Historia episodios de asombrosa brutalidad (vistos hoy, pues entonces
era lo corriente). Puede recordarse la costumbre de sacar los ojos al traidor o
a quien pretendía destronar al rey. Por ejemplo el gran Chindasvinto (que llegó
al trono a los 79 años y lo ostentó hasta su muerte a los 90, acaecida en 653),
que tomó como primera medida ejecutar a unos 200 posibles rivales de la alta
nobleza (primates) y a otros 500 de la baja (mediogres), aunque en algunos
casos se sintió magnánimo y se conformó con sacarles los ojos y quedarse con
todas sus propiedades. Método muy utilizado por el pretendiente al trono era asesinar
al rey tras un banquete con abundante vino; en otras ocasiones se inhabilitaba
al aspirante amputándole ambas manos. A algunas consortes, cuando ya se habían
convertido en estorbo para el rey, se les cortaban las orejas e incluso la
nariz, como hizo el vándalo Humerico con la hija de Teodorico I. A Turismundo
lo mató su hermano Teodorico II, que a su vez fue asesinado por su otro hermano
Eurico…Mención especial merece Witerico, llamado el doble traidor; primero
participó en una conjura para matar a un obispo y a un noble, pero la noche
anterior se arrepintió y denunció a sus secuaces, por lo que fue recompensado;
luego, el rey Liuva II le confió un ejército para marchar contra los
bizantinos, que estaban en la región levantina, pero a medio camino se dio la
vuelta y atacó y derrocó al rey convirtiéndose él en rey; en 610 fue cosido a
puñaladas tras un banquete-trampa y luego atado a un caballo y arrastrado por
las calles de Toledo.
La práctica de vaciar
las cuencas pervivió tras la batalla de Guadalete. Los monarcas de Asturias y
de León que se sucedieron tras Pelayo eran los herederos de los reyes y nobles
visigodos, y se encargaron de que la cultura de la violencia no perdiera
vigencia. Ramiro II de León (que reinó de 931 a 951), cansado de que su hermano
Alfonso IV ‘El Monje’ un día renunciara al trono para retirarse a un monasterio
y al siguiente se retractara (algo que hizo más de una vez), lo persiguió, lo
derrotó, lo apresó y para que no volviera a las andadas le arrancó los ojos
junto a varios de sus partidarios; uno de los métodos utilizados era aplastar
contra la cara del condenado una máscara de metal que, a la altura precisa,
tenía como dos sacacorchos…, luego sólo había que tirar. Pero estos modos de
violencia extrema, realmente, no fueron exclusivos, sino que francos,
ostrogodos, vikingos, teutones, queruscos…, se encargaron de que no hubiera
rincón de Europa sin violencia feroz.
En el año 711, hace
1310 años, la monarquía y la cultura visigodas, que además de episodios de
violencia dejaron la idea de una unidad política, legal y religiosa para
Hispania, fueron sustituidas por las musulmanas.
CARLOS DEL RIEGO
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