Hace 90 años se proclamó la II República Española, que se instauró sobre
un gran fraude
En abril del
corriente 2021 se cumplen noventa años de la proclamación de la II República
Española. Se celebrarán actos conmemorativos y, seguro, loas a aquel intento
fallido de democracia en España. En todo caso, no se puede negar que la llegada
de la república en 1931 fue totalmente irregular y producto de un colosal
‘pucherazo’, un fraude descarado
El tema de la II
República Española siempre desata interés y provoca polémica, por lo que al
cumplirse este aniversario hay que esperar artículos, debates y reportajes
desde todas las perspectivas ideológicas. Incluso se recordará el modo tan
irregular, manipulado y tramposo con que se inició la andadura de aquella
república, que empezó mal y acabó peor.
Un año antes, en
1930, se firmó el denominado Pacto de San Sebastián, el cual tenía como
objetivo derrocar el régimen monárquico e instaurar una república; los
principales actores de aquel conciliábulo fueron, entre otros, algunos de los
que luego serían grandes protagonistas políticos, como Azaña, Alcalá-Zamora,
Indalecio Prieto, Casares Quiroga, Lerroux ... Entre todos acordaron llevar a
cabo las acciones necesarias para dejar a la monarquía “en los libros de
Historia”. Así, se planeó una huelga general seguida de una insurrección (o
sea, un golpe) militar. Pero como casi todo lo proyectado por aquellos
eminentes políticos, nada acabó bien; la huelga ni siquiera llegó a declararse,
mientras que el intento de pronunciamiento (conocido como la Sublevación de
Jaca) terminó en sonrojante catástrofe y con la ejecución de Fermín Galán y
García Hernández, los dos capitanes que acaudillaron la patética asonada;
éstos, hartos de los aplazamientos y sin estar bien informados, se echaron al
monte por su cuenta, se sublevaron, fueron detenidos, juzgados y fusilados unos
días después.
Y así se llega a las
elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que los firmantes de aquel
pacto manipularon y convirtieron en generales y plebiscitarias. De esta forma,
lo que era una convocatoria para elegir alcaldes y concejales se transformó en
un referéndum sobre monarquía o república porque lo decidieron aquellos privilegiados
cerebros, que se sintieron los representantes de la única religión verdadera y,
por tanto, legitimados para hacer trampas. A pesar de tan grosera manipulación,
los resultados totales les fueron contrarios a los republicanos, puesto que las
cifras oficiales revelaban que en el cómputo total los monárquicos habían
logrado más votos, aunque en las capitales de provincia eran los republicanos
los vencedores.
Ante tal situación,
los promotores del régimen republicano cambiaron las reglas del juego una vez
terminado el partido; como su fe les permitía pasar por encima de lo que fuera,
dictaron que puesto que en el medio rural los votantes estaban influenciados
por curas y caciques, sólo tenían validez los resultados de las capitales.
Evidentemente, esto no tiene nada que ver con la democracia, sino que es una
auténtica cacicada y un insulto a todo atisbo de legitimidad…, y a los que
vivían en el pueblo. Lo lógico hubiera sido organizar un plebiscito para
dirimir abiertamente el régimen que querían los españoles, tratar de vigilar
para que todo se desarrollara limpiamente (o lo más posible) y asegurar que el
voto de cada español tuviera el mismo valor. Pero lo que se hizo fue ir
cambiando las reglas a conveniencia, de modo que si hubieran ganado los
republicanos en el medio rural se hubieran proclamado igualmente vencedores,
alegando que los trabajadores de las ciudades estaban atemorizados por los
patronos y sus matones... A la causa se unió el rey, un personaje dudoso y contradictorio
que ya había dado muestras de escasa solidez moral.
Objetivamente, la II
República Española llegó de modo totalmente fraudulento, irregular e ilegítimo,
por lo que no puede extrañar cómo acabó. Como afirma el hispanista
estadounidense Stanley Payne (uno de los más ecuánimes especialistas en el
tema) “en aquella España no había buenos y malos, pues todos eran malos, y
nadie, ni de un lado ni del otro, tenía la menor idea de lo que significa ser
demócrata”.
Todo esto es de sobra
conocido por los nostálgicos de aquel turbulento episodio de la Historia de
España (¿cómo se puede tener nostalgia de un momento que no se vivió?), sin
embargo, dan por buenas y legítimas las trampas.
CARLOS DEL RIEGO
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