Las congregaciones protestantes estadounidenses se revolvieron contra el rock, y eso que algunos pioneros surgieron en sus iglesias
A pesar de que
Estados Unidos instauró la primera verdadera democracia, siempre ha tenido una
parte de población muy retrógrada, muy reacia a cualquier cambio que se enfrentase
a sus herméticas y agarrotadas opiniones, como demuestran los ‘trumpistas’ que
asaltaron el capitolio. Esa parte puritana de la sociedad estadounidense se
movilizó en su momento contra algo tan peligroso como el rock & roll, al
que acusaron de demoníaco, aunque las iglesias protestantes contribuyeron a su
nacimiento
Nunca se sabe cómo
responderá la persona o el grupo ante una novedad, por eso tampoco puede
extrañar que la sociedad estadounidense (la primera que se ‘enfrentó’ al rock)
se llevará una tremenda impresión cuando apareció esta música tan…, distinta.
El sonido era muy grueso y agresivo para oídos sensibles y los cantantes eran
muy descarados, vestían de modo extravagante y mostraban peinados nunca vistos;
además, las letras y los bailes resultaban insinuantes y sexualizados; y a ello
añadían que este tipo de artistas llevaban muy mala vida. Por ello, muchas
asociaciones cristianas de Estados Unidos se revolvieron contra el rock. Sin
embargo, lo más curioso es que algunas de las primeras estrellas del rock
surgieron precisamente de las iglesias.
Un historiador del
rock & roll, Randall J. Stephens, afirma que las canciones que se cantaban durante
los oficios religiosos en las congregaciones protestantes fueron “fundamentales
para las primeras generaciones de grandes estrellas del rock”. Y así es: Jerry
Lee Lewis, Little Richard, Elvis, Johnny Cash, James Brown, Aretha Franklin y muchos
otros grandes nombres que construyeron los cimientos del rock (y otros estilos
afines) ‘debutaron’ en la iglesia, y lo que allí aprendieron fue esencial para
su posterior carrera como cantantes, algo que todos ellos han reconocido con
agradecimiento; por ejemplo Elvis, cuyas primeras ‘actuaciones’ fueron en la
congregación de la Primera Asamblea de Dios de Menphis, siempre destacó lo
importante que fueron para él las cuartetos vocales, blancos o negros, que
cantaban en esa iglesia, y explicó que él cantaba “como ellos, pues siempre me
gustaron los cuartetos espirituales, que cantan así”.
Entonces, ¿por qué
los cristianos protestantes de los cincuenta reaccionaron con repulsa contra la
nueva música? Una respuesta sería que sintieron que esos nuevos cantantes se
habían apropiado de modo irreverente de ‘su’ música y de lo que habían
aprendido en ‘su’ iglesia; así, pentecostales, presbiterianos y similares
acusaron a Ray Charles de blasfemar cuando trasladaba la música sagrada a los
escenarios indignos de acogerla, o sea, afirmaron que Ray había secularizado la
música santa que sólo debía cantarse en la casa de Dios. Es más, algunos denunciaron
que el rock había “robado la música a la Iglesia y la había pervertido”, hasta
convertirla en “música demoníaca”. Y luego está el racismo, que entonces era
común en Estados Unidos, de modo que como casi todos los primeros músicos de
rock eran negros, las congregaciones blancas del sur (las más activas y
racistas) gritaban que el rock “es música de la jungla, ritmos tribales, puro
salvajismo”. Otros, sin embargo, dijeron que lo que había hecho Ray era
combinar el blues con el espiritual, el góspel, o que Aretha Franklin sólo
había cambiado ‘Jesús’ por ‘baby’ (nena-nene).
También contribuyó a
las primeras reacciones en contra del rock & roll la actitud desafiante
ante las normas y el desprecio a la autoridad que aparecían en los versos de
las canciones, llenos de mensajes “que pervierten a los jóvenes”. Ayudó a esta
opinión el nacimiento del fenómeno fan con The Beatles; primero ridiculizaron
su corte de pelo, “afeminado”, y sus trajes ajustados, pero luego se escandalizaron
al ver la histeria que, primero con Elvis y luego con ellos, producía el rock
en la juventud, de modo que los puritanos (y no pocos católicos) estadounidenses
de los cincuenta se convencieron de que el rock estaba siendo un sustituto de
la religión, pues los chavales compraban y escuchaban discos en lugar de leer
La Biblia e ir a la iglesia, e incluso parecían ‘adorar’ a los Beatles...
Aquello fue visto como algo intolerable.
Hoy todo aquello parece
de risa, aunque el rock sigue manteniendo un punto de rebeldía, sobre todo el
de sus décadas doradas. Pero lo mejor es que las guitarras eléctricas han
entrado en las iglesias, e incluso hay canciones rock que, debidamente
adaptadas, se han incorporado a la música que se canta durante los oficios,
como el ‘Blowing in the wind’ (1963) de Dylan.
Resulta sorprendente
y contradictorio que el rock, que nació en tugurios de mala catadura entre
humo, drogas, peleas, licores, mujeres, juego, vicio y perdición (como describe
el clásico ‘La casa del sol naciente’), también le deba parte de su génesis a
los oficios dominicales. Claro que, tal vez, a ese presunto antagonismo se deba
su encanto.
CARLOS DEL RIEGO
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