Dorando Pietri es ayudado a entrar en meta por Conan Doyle |
Metcalfe vence a Owens en las pruebas estadounidenses de calificación para los juegos (2) |
Long y Owens, una amistad de oro |
Por estas fechas los
atletas estarían ya en la villa olímpica de los Juegos de Tokio 2020, puesto
que la inauguración debería ser el 24 de julio, sin embargo, como es sabido y
por las causas conocidas, todo se ha aplazado un año. Este retraso puede
entenderse como una derrota, ya que un microbio ha conseguido modificar los
planes de los humanos. Es buen momento para recordar a algunos atletas que
fueron derrotados, pero no por ello perdieron la gloria, es más, de algún modo
en su derrota hay triunfo. Es de justicia reconocerlos con la misma admiración que
los que sí vencieron
Parecen las
corrientes buenas fechas para hablar de Juegos Olímpicos, pero desgraciadamente
no se habla de los que deberían comenzar en Tokio, pospuestos (derrotados) por
un virus. Pero ciñéndose a los Juegos, la realidad es que ha habido muchos más
derrotados que triunfadores, sin embargo algunos de los que no triunfaron entraron
en esa leyenda romántica de quien fue maltratado por la fortuna. De todos
ellos, tres nombres merecen ser recordados: el italiano Dorando Pietri, el estadounidense
Ralf Metcalfe y el alemán Luz Long, atletas vencidos pero merecedores del oro
olímpico.
Dorando Pietri es tal
vez el más conocido de las tres. Fue hace nada menos que 112 años, en los Juegos
de Londres 1908. La prueba del maratón (cuya distancia se fijó aquí) ya tenía
gran prestigio y por eso levantó enorme expectación. Tras una carrera de menos a más,
el menudo fondista italiano Dorando Pietri empezó a perder la cabeza unos
kilómetros antes de llegar al estadio. Justo antes de entrar se quedó sin
energía, ya dentro cayó exhausto, aturdido, desorientado…, tanto que se puso a
correr erráticamente y en dirección contraria a la meta. El público (que
siempre admira y valora el esfuerzo del atleta) le gritaba que diera la vuelta,
pero él no se enteraba, viviendo todo el estadio unos instantes de angustia
hasta que los jueces le indicaron el camino correcto. Pietri dio la vuelta,
pero absolutamente agotado. El estadio contemplaba la escena en un silencio
estremecedor e intuyendo la tragedia. Más caminando que corriendo, Pietri caía,
se levantaba, caminaba unos metros y volvía a caer; cinco veces se fue al suelo
en los últimos setenta metros, tropezando, sin que las piernas le obedecieran, perdido…,
hasta que viéndolo incapaz de llegar a meta, los jueces lo sujetaron por los
brazos (uno de ellos era el escritor Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock
Holmes) y lo llevaron hasta la cinta de llegada. Aquella noche estuvo en un
punto de morir en el hospital y, lógicamente, fue descalificado. Curiosamente, el
aficionado sabe de Dorando Pietri, pero no de Johnny Haynes, el verdadero
vencedor. De hecho, al perder de aquel modo (“gané, pero perdí la victoria”,
dijo el propio Pietri), su nombre ha pasado a la historia del olimpismo,
mientras que si hubiera ganado sin más, estaría tan olvidado como el
triunfador.
El velocista
estadounidense Ralph Metcalfe posee cuatro medallas olímpicas (1-2-1) logradas
en los juegos de Los Ángeles 1932 y Berlín 1936. En los primeros fue segundo en
los 100 metros tras su compatriota Eddie Tolan después de interminables
deliberaciones de los jueces, pues llegaron a la meta en la misma décima de
segundo (10,3) y ninguna foto conseguía separarlos; los árbitros decidieron que
ganaría quien antes hubiera pasado por la vertical de la meta todo el torso,
pero como Metcalfe era más fuerte su pecho tardó más en pasar, con lo que se
quedó sin un oro que sin duda merecía. Peor fue lo de los 200 metros. Quedó
tercero, pero se demostró que, debido a un error de los jueces al medir las
compensaciones, su calle tenía 201 metros, mientras que la del ganador sólo
198. El potente atleta de Atlanta iba a presentar la reclamación, pero como los
tres primeros eran estadounidenses (el segundo fue Simpson), los entrenadores y
directivos lo convencieron para que dejara las cosas como estaban, pues si
reclamaba, la carrera se repetiría y era posible que no ganaran las tres
medallas. Además, le explicaron que era muy joven, que ya ganaría su ansiado
oro en los siguientes juegos. Y sí, en Berlín 36 ganó el oro, pero sólo en
relevos, puesto que en los 100 lisos tuvo que ceder ante el gran Jesse Owens.
Injustamente, increíblemente, un atleta de su talla se quedó sin su mayor
anhelo: deseaba por encima de todo que el himno de su país sonara sólo para él.
Su nombre apenas destaca en el palmarés olímpico, pero es sin duda uno de los
mejores sprinters de su época y, por lo que puede deducirse, fue una gran
persona que demostró un admirable espíritu deportivo.
Precisamente Owens,
el fabuloso velocista que hizo torcer el gesto a Hitler en aquel Berlín de
1936, estuvo al lado de otro perdedor en el más estricto sentido de la palabra.
Luz (Ludwig) Long, un excelente saltador de longitud alemán, era la gran
esperanza del Führer para derrotar a aquel hijo de esclavos que recogían
algodón. Sin embargo, Long era lo que se dice un buen tipo, por lo que rápidamente
se hizo amigo de Jesse Owens. Durante la calificación de salto de longitud, Owens
llevaba dos nulos, mientras el alemán ya estaba clasificado para la final. Antes
de iniciar la carrera de su último intento, el rubio se acercó al negro y le
dijo que no arriesgara y que el último apoyo lo hiciera mucho antes de la tabla
de batida, pues sospechaba que los jueces, amenazados por los nazis, querrían
echarlo de la prueba a toda costa. Owens así lo hizo y se clasificó sin
problemas. Ya en la final, la competencia entre uno y otro puso a todo el
estadio en pie varias veces, pues cada salto del chico de Arizona era igualado
inmediatamente por el de Leipzig, hasta que en su último intento, el siempre
sonriente Owens alcanzó los 8,06 metros. Long, desafiando a los jerarcas nazis,
fue el primero en acercarse y felicitar sinceramente a su rival y ya amigo.
Tres años después de
los juegos empezó la guerra, y desgraciadamente Long fue abatido en la batalla
de San Pietro, Sicilia, en 1943. Al terminar la contienda, Owens fue a visitar
a su mujer e hijo a Alemania, y cuenta la leyenda que se encargó de costear
parte de la educación del hijo de su amigo. “Todo el oro de mis medallas y
trofeos no vale lo que la amistad que hice con Long en aquel momento”, proclamó;
también se cuenta que cuando fue encontrado muerto (por cáncer de pulmón en
1980) a su lado había una carta sin terminar dirigida a Erika, la viuda de su
amigo. Muchos años después, el Comité Olímpico Internacional distinguió el
gesto de Long, concediéndole la medalla Pierre de Coubertin (máximo galardón
olímpico fuera del estadio) como paradigma de los valores deportivos. Luz Long
ha pasado a la historia como uno de los grandes modelos de espíritu olímpico, deportividad
y elegancia en la derrota. Su amistad con Owens era a prueba de nazis.
Tres grandes atletas
que fueron derrotados, pero su grandeza en la derrota les mantiene en el olimpo
de los dioses del estadio.
CARLOS DEL RIEGO
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