miércoles, 22 de julio de 2020

TRIUNFADORES EN LA DERROTA EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Dorando Pietri es ayudado a entrar en meta por Conan Doyle
Metcalfe vence a Owens en las pruebas estadounidenses de calificación para los juegos (2)
Long y Owens, una amistad de oro


Por estas fechas los atletas estarían ya en la villa olímpica de los Juegos de Tokio 2020, puesto que la inauguración debería ser el 24 de julio, sin embargo, como es sabido y por las causas conocidas, todo se ha aplazado un año. Este retraso puede entenderse como una derrota, ya que un microbio ha conseguido modificar los planes de los humanos. Es buen momento para recordar a algunos atletas que fueron derrotados, pero no por ello perdieron la gloria, es más, de algún modo en su derrota hay triunfo. Es de justicia reconocerlos con la misma admiración que los que sí vencieron
Parecen las corrientes buenas fechas para hablar de Juegos Olímpicos, pero desgraciadamente no se habla de los que deberían comenzar en Tokio, pospuestos (derrotados) por un virus. Pero ciñéndose a los Juegos, la realidad es que ha habido muchos más derrotados que triunfadores, sin embargo algunos de los que no triunfaron entraron en esa leyenda romántica de quien fue maltratado por la fortuna. De todos ellos, tres nombres merecen ser recordados: el italiano Dorando Pietri, el estadounidense Ralf Metcalfe y el alemán Luz Long, atletas vencidos pero merecedores del oro olímpico.
Dorando Pietri es tal vez el más conocido de las tres. Fue hace nada menos que 112 años, en los Juegos de Londres 1908. La prueba del maratón (cuya distancia se fijó aquí) ya tenía gran prestigio y por eso levantó enorme  expectación. Tras una carrera de menos a más, el menudo fondista italiano Dorando Pietri empezó a perder la cabeza unos kilómetros antes de llegar al estadio. Justo antes de entrar se quedó sin energía, ya dentro cayó exhausto, aturdido, desorientado…, tanto que se puso a correr erráticamente y en dirección contraria a la meta. El público (que siempre admira y valora el esfuerzo del atleta) le gritaba que diera la vuelta, pero él no se enteraba, viviendo todo el estadio unos instantes de angustia hasta que los jueces le indicaron el camino correcto. Pietri dio la vuelta, pero absolutamente agotado. El estadio contemplaba la escena en un silencio estremecedor e intuyendo la tragedia. Más caminando que corriendo, Pietri caía, se levantaba, caminaba unos metros y volvía a caer; cinco veces se fue al suelo en los últimos setenta metros, tropezando, sin que las piernas le obedecieran, perdido…, hasta que viéndolo incapaz de llegar a meta, los jueces lo sujetaron por los brazos (uno de ellos era el escritor Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes) y lo llevaron hasta la cinta de llegada. Aquella noche estuvo en un punto de morir en el hospital y, lógicamente, fue descalificado. Curiosamente, el aficionado sabe de Dorando Pietri, pero no de Johnny Haynes, el verdadero vencedor. De hecho, al perder de aquel modo (“gané, pero perdí la victoria”, dijo el propio Pietri), su nombre ha pasado a la historia del olimpismo, mientras que si hubiera ganado sin más, estaría tan olvidado como el triunfador.
El velocista estadounidense Ralph Metcalfe posee cuatro medallas olímpicas (1-2-1) logradas en los juegos de Los Ángeles 1932 y Berlín 1936. En los primeros fue segundo en los 100 metros tras su compatriota Eddie Tolan después de interminables deliberaciones de los jueces, pues llegaron a la meta en la misma décima de segundo (10,3) y ninguna foto conseguía separarlos; los árbitros decidieron que ganaría quien antes hubiera pasado por la vertical de la meta todo el torso, pero como Metcalfe era más fuerte su pecho tardó más en pasar, con lo que se quedó sin un oro que sin duda merecía. Peor fue lo de los 200 metros. Quedó tercero, pero se demostró que, debido a un error de los jueces al medir las compensaciones, su calle tenía 201 metros, mientras que la del ganador sólo 198. El potente atleta de Atlanta iba a presentar la reclamación, pero como los tres primeros eran estadounidenses (el segundo fue Simpson), los entrenadores y directivos lo convencieron para que dejara las cosas como estaban, pues si reclamaba, la carrera se repetiría y era posible que no ganaran las tres medallas. Además, le explicaron que era muy joven, que ya ganaría su ansiado oro en los siguientes juegos. Y sí, en Berlín 36 ganó el oro, pero sólo en relevos, puesto que en los 100 lisos tuvo que ceder ante el gran Jesse Owens. Injustamente, increíblemente, un atleta de su talla se quedó sin su mayor anhelo: deseaba por encima de todo que el himno de su país sonara sólo para él. Su nombre apenas destaca en el palmarés olímpico, pero es sin duda uno de los mejores sprinters de su época y, por lo que puede deducirse, fue una gran persona que demostró un admirable espíritu deportivo.
Precisamente Owens, el fabuloso velocista que hizo torcer el gesto a Hitler en aquel Berlín de 1936, estuvo al lado de otro perdedor en el más estricto sentido de la palabra. Luz (Ludwig) Long, un excelente saltador de longitud alemán, era la gran esperanza del Führer para derrotar a aquel hijo de esclavos que recogían algodón. Sin embargo, Long era lo que se dice un buen tipo, por lo que rápidamente se hizo amigo de Jesse Owens. Durante la calificación de salto de longitud, Owens llevaba dos nulos, mientras el alemán ya estaba clasificado para la final. Antes de iniciar la carrera de su último intento, el rubio se acercó al negro y le dijo que no arriesgara y que el último apoyo lo hiciera mucho antes de la tabla de batida, pues sospechaba que los jueces, amenazados por los nazis, querrían echarlo de la prueba a toda costa. Owens así lo hizo y se clasificó sin problemas. Ya en la final, la competencia entre uno y otro puso a todo el estadio en pie varias veces, pues cada salto del chico de Arizona era igualado inmediatamente por el de Leipzig, hasta que en su último intento, el siempre sonriente Owens alcanzó los 8,06 metros. Long, desafiando a los jerarcas nazis, fue el primero en acercarse y felicitar sinceramente a su rival y ya amigo.
Tres años después de los juegos empezó la guerra, y desgraciadamente Long fue abatido en la batalla de San Pietro, Sicilia, en 1943. Al terminar la contienda, Owens fue a visitar a su mujer e hijo a Alemania, y cuenta la leyenda que se encargó de costear parte de la educación del hijo de su amigo. “Todo el oro de mis medallas y trofeos no vale lo que la amistad que hice con Long en aquel momento”, proclamó; también se cuenta que cuando fue encontrado muerto (por cáncer de pulmón en 1980) a su lado había una carta sin terminar dirigida a Erika, la viuda de su amigo. Muchos años después, el Comité Olímpico Internacional distinguió el gesto de Long, concediéndole la medalla Pierre de Coubertin (máximo galardón olímpico fuera del estadio) como paradigma de los valores deportivos. Luz Long ha pasado a la historia como uno de los grandes modelos de espíritu olímpico, deportividad y elegancia en la derrota. Su amistad con Owens era a prueba de nazis.
Tres grandes atletas que fueron derrotados, pero su grandeza en la derrota les mantiene en el olimpo de los dioses del estadio.
CARLOS DEL RIEGO

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