Recreación del asesinato de José Calvo Sotelo, sucedido una semana antes del comienzo de la guerra |
Por estas fechas hace
84 años España atravesaba una situación política y social extrema, con
violencia callejera casi diaria y casi en cada ciudad, con los políticos a la
gresca y gran parte de la población enfrentada abiertamente. El día 13 es
asesinado José Calvo Sotelo, líder del partido opositor al gobierno
republicano, a manos de policías, dando así ‘el pistoletazo de salida’ a la
Guerra Civil Española
Desde meses antes, el
general Mola enviaba continuos mensajes al general Franco instándole a que
sublevara el ejército ya, inmediatamente. Pero Franco, que podía ser cualquier
cosa menos un tonto imprudente, siempre le contestaba “geografía poco extensa”,
dando así a entender que el pronunciamiento no contaba con los apoyos
suficientes en las capitanías generales, con lo que la intentona fracasaría lo
mismo que fracasó la ‘sanjurjada’; es decir, mientras Franco no viera
posibilidades de éxito no daría ese paso, no quería verse solo, sin el respaldo
necesario en una acción tan arriesgada, nunca correría el riesgo de que su
intentona se convirtiera en otro descalabro ridículo (de hecho el golpe
fracasó). Y hasta ese día los jefes militares consultados le negaron mayoritariamente
su apoyo. Pero el 13 de julio policías legítimos asesinan a José Calvo Sotelo,
líder del partido derechista Ceda, con lo que la situación cambió radicalmente;
así, muchos de los altos mandos militares que le habían manifestado a Franco su
total lealtad a la República ahora estaban indecisos (tal vez esperando a ver
cómo iba el golpe para adherirse o rechazarlo), y casi todos los hasta entonces
indecisos le prometieron respaldar la acción militar. Y así llegó el 17 de
julio. ¿Cómo se llegó a esa situación?
Desde el triunfo del
Frente Popular a comienzos de 1936 (los resultados de aquellas elecciones
fueron dudosos desde el principio), la situación en toda España era
absolutamente caótica. Hay fuentes que señalan que de febrero a julio se habían
producido cerca de 300 asesinatos por motivos políticos (casi 250 están
documentados); y es que eran diarios los motines, asaltos a comisarías,
asesinatos y venganzas, allanamientos sangrientos, palizas a representantes
públicos y a simpatizantes de este o aquel partido, manifestaciones y huelgas
extremadamente violentas, ataques a centros públicos, linchamientos a la vista
de todos, enfrentamientos callejeros entre falangistas y socialistas, entre comunistas
y anarquistas, entre sindicalistas y comunistas... El clima era insoportable y
así lo denunció Calvo Sotelo en el parlamento en las encendidas sesiones de
aquellos días de junio y julio, remarcando sobre todo la absoluta inacción del
gobierno, que al no perseguir los desórdenes los estaba alentando. Y a los líderes
del Frente Popular no les gustaba la foto que mostraba el líder opositor, quien
afirmó allí: “se puede vivir en dictadura o democracia, en república o
monarquía..., pero no se puede vivir en la anarquía”, pues el gobierno había
hecho total dejación de sus funciones como garante del orden público y permitía
todo tipo de violencias, incluso ordenaba no investigar ni detener culpables.
Cada intervención de
Calvo Sotelo solía provocar gritos y amenazas, así que cuando presentó los
datos de la situación la amenaza se hizo explícita. El que fuera Presidente de
la Generalitat Josep Tarradellas contó varias veces que “Pasionaria dijo en una
de aquellas turbulentas sesiones: este hombre ha hablado por última vez”.
Igualmente el parlamentario socialista Ángel Galarza: “pensando en Calvo Sotelo
encuentro justificado el atentado contra su vida”. Y otra vez Dolores Ibárruri:
“Hay que arrastrarlos”. Dentro de una de sus últimas intervenciones, el
político gallego afirmó tener “anchas espaldas” para soportar lo que le
‘prometían’.
Semanas antes del
atentado se cambió a sus escoltas por agentes encargados “de vigilarle”, (alguno
masón y abierto partidario del Frente Popular), los cuales también fueron
cambiados ante la insistencia del interesado, pero no le asignaron hombres de
su confianza. El día 12 de julio es asesinado el teniente Castillo por
terroristas falangistas o carlistas, así que algunos de sus amigos organizan (¿habría
ya algo planeado?) el asesinato de Gil Robles y Calvo Sotelo. El primero no
estaba en Madrid, así que fueron a por el segundo. El aterrador relato de cómo
con engaños lo sacaron de su casa de madrugada está minuciosamente explicado en
‘Cómo y por qué mataron a Calvo Sotelo’ de Luis Romero (y en ‘Cara y cruz de la
República’, del mismo autor). Al parecer, reticente y desconfiado, el político
sólo accedió a salir de su casa al ver a los guardias civiles, al ver los uniformes
y coches oficiales; su esposa, de todos modos, le rogaba que no se fuera, pues
presentía algo, sin embargo, él la tranquilizó (¿) diciendo “no pasará nada,
salvo que estos señores piensen pegarme cuatro tiros”; antes de marchar
arrancaron el cable del teléfono. Lo que pasó después está perfectamente
documentado: guardias de asalto, guardias civiles, varios militantes del Psoe y
el pistolero Luis Cuenca, hombre de confianza de Indalecio Prieto, iban en la
camioneta fatídica (la número 17) en la que Cuenca, sentado detrás, le pegó dos
tiros en la nuca al diputado; el resto de ocupantes del vehículo ni siquiera
miró. Sorprende que aun haya políticos y ciudadanos que aplaudan este
asesinato.
Después del crimen,
los autores fueron a ver o llamaron a líderes del Psoe para preguntar qué hacer,
si entregarse o esconderse, a los que los políticos les dijeron que lo segundo,
cosa que dejaron escrito abiertamente en sus memorias, lo que indica cómo era
la política en aquella España. Tras el estallido de la guerra algunos de los matarifes
obtuvieron puestos de responsabilidad. Al poco del asesinato, integrantes de
las Juventudes Socialistas robaron de las oficinas del Tribunal Supremo el
escueto informe sobre el atentado. Sea como fuere, ninguno de los asesinos fue
nunca siquiera interrogado.
Esa era la atmósfera
que se respiraba en las calles españolas aquellos días de 1936. Parecía
inevitable que, tarde o temprano, llegara el 17 de julio. Y llegó.
CARLOS DEL RIEGO
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