miércoles, 15 de julio de 2020

13 DE JULIO DE 1936: SE ENCIENDE LA MECHA DE LA GUERRA

Recreación del asesinato de José Calvo Sotelo, sucedido una semana antes del comienzo de la guerra


Por estas fechas hace 84 años España atravesaba una situación política y social extrema, con violencia callejera casi diaria y casi en cada ciudad, con los políticos a la gresca y gran parte de la población enfrentada abiertamente. El día 13 es asesinado José Calvo Sotelo, líder del partido opositor al gobierno republicano, a manos de policías, dando así ‘el pistoletazo de salida’ a la Guerra Civil Española
Desde meses antes, el general Mola enviaba continuos mensajes al general Franco instándole a que sublevara el ejército ya, inmediatamente. Pero Franco, que podía ser cualquier cosa menos un tonto imprudente, siempre le contestaba “geografía poco extensa”, dando así a entender que el pronunciamiento no contaba con los apoyos suficientes en las capitanías generales, con lo que la intentona fracasaría lo mismo que fracasó la ‘sanjurjada’; es decir, mientras Franco no viera posibilidades de éxito no daría ese paso, no quería verse solo, sin el respaldo necesario en una acción tan arriesgada, nunca correría el riesgo de que su intentona se convirtiera en otro descalabro ridículo (de hecho el golpe fracasó). Y hasta ese día los jefes militares consultados le negaron mayoritariamente su apoyo. Pero el 13 de julio policías legítimos asesinan a José Calvo Sotelo, líder del partido derechista Ceda, con lo que la situación cambió radicalmente; así, muchos de los altos mandos militares que le habían manifestado a Franco su total lealtad a la República ahora estaban indecisos (tal vez esperando a ver cómo iba el golpe para adherirse o rechazarlo), y casi todos los hasta entonces indecisos le prometieron respaldar la acción militar. Y así llegó el 17 de julio. ¿Cómo se llegó a esa situación?
Desde el triunfo del Frente Popular a comienzos de 1936 (los resultados de aquellas elecciones fueron dudosos desde el principio), la situación en toda España era absolutamente caótica. Hay fuentes que señalan que de febrero a julio se habían producido cerca de 300 asesinatos por motivos políticos (casi 250 están documentados); y es que eran diarios los motines, asaltos a comisarías, asesinatos y venganzas, allanamientos sangrientos, palizas a representantes públicos y a simpatizantes de este o aquel partido, manifestaciones y huelgas extremadamente violentas, ataques a centros públicos, linchamientos a la vista de todos, enfrentamientos callejeros entre falangistas y socialistas, entre comunistas y anarquistas, entre sindicalistas y comunistas... El clima era insoportable y así lo denunció Calvo Sotelo en el parlamento en las encendidas sesiones de aquellos días de junio y julio, remarcando sobre todo la absoluta inacción del gobierno, que al no perseguir los desórdenes los estaba alentando. Y a los líderes del Frente Popular no les gustaba la foto que mostraba el líder opositor, quien afirmó allí: “se puede vivir en dictadura o democracia, en república o monarquía..., pero no se puede vivir en la anarquía”, pues el gobierno había hecho total dejación de sus funciones como garante del orden público y permitía todo tipo de violencias, incluso ordenaba no investigar ni detener culpables.
Cada intervención de Calvo Sotelo solía provocar gritos y amenazas, así que cuando presentó los datos de la situación la amenaza se hizo explícita. El que fuera Presidente de la Generalitat Josep Tarradellas contó varias veces que “Pasionaria dijo en una de aquellas turbulentas sesiones: este hombre ha hablado por última vez”. Igualmente el parlamentario socialista Ángel Galarza: “pensando en Calvo Sotelo encuentro justificado el atentado contra su vida”. Y otra vez Dolores Ibárruri: “Hay que arrastrarlos”. Dentro de una de sus últimas intervenciones, el político gallego afirmó tener “anchas espaldas” para soportar lo que le ‘prometían’.
Semanas antes del atentado se cambió a sus escoltas por agentes encargados “de vigilarle”, (alguno masón y abierto partidario del Frente Popular), los cuales también fueron cambiados ante la insistencia del interesado, pero no le asignaron hombres de su confianza. El día 12 de julio es asesinado el teniente Castillo por terroristas falangistas o carlistas, así que algunos de sus amigos organizan (¿habría ya algo planeado?) el asesinato de Gil Robles y Calvo Sotelo. El primero no estaba en Madrid, así que fueron a por el segundo. El aterrador relato de cómo con engaños lo sacaron de su casa de madrugada está minuciosamente explicado en ‘Cómo y por qué mataron a Calvo Sotelo’ de Luis Romero (y en ‘Cara y cruz de la República’, del mismo autor). Al parecer, reticente y desconfiado, el político sólo accedió a salir de su casa al ver a los guardias civiles, al ver los uniformes y coches oficiales; su esposa, de todos modos, le rogaba que no se fuera, pues presentía algo, sin embargo, él la tranquilizó (¿) diciendo “no pasará nada, salvo que estos señores piensen pegarme cuatro tiros”; antes de marchar arrancaron el cable del teléfono. Lo que pasó después está perfectamente documentado: guardias de asalto, guardias civiles, varios militantes del Psoe y el pistolero Luis Cuenca, hombre de confianza de Indalecio Prieto, iban en la camioneta fatídica (la número 17) en la que Cuenca, sentado detrás, le pegó dos tiros en la nuca al diputado; el resto de ocupantes del vehículo ni siquiera miró. Sorprende que aun haya políticos y ciudadanos que aplaudan este asesinato.
Después del crimen, los autores fueron a ver o llamaron a líderes del Psoe para preguntar qué hacer, si entregarse o esconderse, a los que los políticos les dijeron que lo segundo, cosa que dejaron escrito abiertamente en sus memorias, lo que indica cómo era la política en aquella España. Tras el estallido de la guerra algunos de los matarifes obtuvieron puestos de responsabilidad. Al poco del asesinato, integrantes de las Juventudes Socialistas robaron de las oficinas del Tribunal Supremo el escueto informe sobre el atentado. Sea como fuere, ninguno de los asesinos fue nunca siquiera interrogado.
Esa era la atmósfera que se respiraba en las calles españolas aquellos días de 1936. Parecía inevitable que, tarde o temprano, llegara el 17 de julio. Y llegó.
CARLOS DEL RIEGO

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