miércoles, 15 de abril de 2020

CORONAVIRUS FICCIÓN

Cuántos muertos se hubieran evitado si se hubieran prohibido las manifestaciones del 8M


Mariano Rajoy, presidente del gobierno, estaba desbordado, superado por los acontecimientos. Por todas partes le llovían las críticas e incluso los insultos. Todos le acusaban de no haber caso a los avisos de los diversos organismos internacionales sobre la inminencia de una pandemia y de haber gestionado fatal la crisis.
La mayoría de la población censuraba al gobierno, sobre todo al presidente Rajoy, haber permitido aquellas manifestaciones de primeros de marzo a pesar de que desde Italia (que llevaba semanas infectada) y otros países le insistían en la locura de las grandes concentraciones de personas. Despreciando las evidencias, el presidente insistía en que las manifestaciones de aquel día no habían provocado contagios (se estima que aquello aumentó los contagios en un 60%) y que, en todo caso, nadie pensó entonces en la magnitud de la epidemia; lógicamente, los contribuyentes ya tenían conocimiento de los avisos de la Organización Mundial de la Salud, de la ONU y de los países donde el virus venía haciendo estragos desde hacía meses, por lo que no se creyeron que el gobierno no supiera lo que pasaba y el riesgo que se corría.
No gustaba al personal que, en contra de toda lógica médica, él y parte de su gobierno se saltara la cuarentena cuando les parecía, cuarentena a la que estaban obligados los demás. Se criticaba y afeaba que millones de trabajadores se vieran inmersos en expedientes de regulación de empleo mientras ministros (y ministras), secretarios (as) y altos (as) cargos (as) cobraran hasta las dietas de viaje, incluyendo los que respetaban el confinamiento y no salían de casa (o sea, no viajaban).
Igualmente millones de ciudadanos censuraban su gestión y la de sus ministros, a los que ridiculizaban por haberse dejado dar ‘el palo’ como unos pardillos primerizos por intermediarios desconocidos (negándose además a decir quién había sido ese intermediario). Le echaban en cara, tanto a él como a su gabinete ministerial y de ‘expertos’, el incomprensible retraso a la hora de hacerse con los materiales sanitarios imprescindibles, sobre todo tras comprobarse que iniciativas privadas habían conseguido los materiales (y su transporte a España) de modo inmediato; además de su incapacidad para suministrar los medios necesarios a sanitarios, policías, funcionarios de prisiones…. También que un día explicaran sus expertos que no eran necesarias las mascarillas y al día siguiente recomendaran su uso. Por no mencionar la ruina económica de España y millones de españoles.     
Cabreaba mucho al personal que todos los integrantes del gobierno se echaran flores a sí mismos, que dijeran que estaban gestionando la pandemia del Covid 19 igual o mejor que ningún otro gobierno del mundo, y ello a pesar de que las estadísticas, los datos e incluso las valoraciones de organismos internacionales (apoyados en cifras) contradijeran los comunicados oficiales del gobierno Rajoy. Y cuando era necesario, ministros y portavoces no dudaban en culpar al gobierno anterior y a los gobiernos regionales del partido rival.
Los partidos de la oposición le recordaban las decenas de muertos (el máximo ratio de muerte por millón de personas) y de sanitarios infectados y muertos (récord mundial). Además, ni los partidos opositores ni la mayoría de la población se creían las cifras oficiales, puesto que todo el mundo estaba convencido de que el número de muertos era, al menos, el doble; sobre todo tras escuchar los testimonios de médicos y sanitarios, trabajadores de funerarias y quienes transportaban los féretros, los cuales insistían en que las cuentas no cuadraban, ya que el cómputo real no coincidía con las cifras que facilitaba el gobierno.
El presidente Rajoy cargaba duramente contra la oposición, acusándola de hacer política con los muertos y de no colaborar… Y ello a pesar de que apenas hablaba con los representantes de los partidos y de que no perdía ocasión de descalificarlos.
Lógicamente, también gran parte de la población apoyaba el fondo y la forma en que el presidente, su gobierno, su partido y los partidos aliados estaban haciendo frente a la crisis. Y así, muchos ciudadanos justificaban este retraso o aquel fallo, negaban cualquier tipo de negligencia, buscaban culpables ajenos a ellos y descalificaban con palabras gruesas a quien vertía críticas contra el presi y su equipo.
Ni una sola palabra de autocrítica, ni un solo error asumido, ni el mínimo reproche, el gobierno Rajoy y su gabinete no admitía opiniones desfavorables. Y cuando estas llegaban respondía con los típicos calificativos: ultra, extremista…
¿Ficción? Sólo hay que cambiar el nombre propio.
CARLOS DEL RIEGO

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