Cuántos muertos se hubieran evitado si se hubieran prohibido las manifestaciones del 8M |
Mariano Rajoy,
presidente del gobierno, estaba desbordado, superado por los acontecimientos.
Por todas partes le llovían las críticas e incluso los insultos. Todos le
acusaban de no haber caso a los avisos de los diversos organismos internacionales
sobre la inminencia de una pandemia y de haber gestionado fatal la crisis.
La mayoría de la
población censuraba al gobierno, sobre todo al presidente Rajoy, haber
permitido aquellas manifestaciones de primeros de marzo a pesar de que desde
Italia (que llevaba semanas infectada) y otros países le insistían en la locura
de las grandes concentraciones de personas. Despreciando las evidencias, el
presidente insistía en que las manifestaciones de aquel día no habían provocado
contagios (se estima que aquello aumentó los contagios en un 60%) y que, en
todo caso, nadie pensó entonces en la magnitud de la epidemia; lógicamente, los
contribuyentes ya tenían conocimiento de los avisos de la Organización Mundial
de la Salud, de la ONU y de los países donde el virus venía haciendo estragos
desde hacía meses, por lo que no se creyeron que el gobierno no supiera lo que
pasaba y el riesgo que se corría.
No gustaba al
personal que, en contra de toda lógica médica, él y parte de su gobierno se
saltara la cuarentena cuando les parecía, cuarentena a la que estaban obligados
los demás. Se criticaba y afeaba que millones de trabajadores se vieran
inmersos en expedientes de regulación de empleo mientras ministros (y
ministras), secretarios (as) y altos (as) cargos (as) cobraran hasta las dietas
de viaje, incluyendo los que respetaban el confinamiento y no salían de casa (o
sea, no viajaban).
Igualmente millones
de ciudadanos censuraban su gestión y la de sus ministros, a los que
ridiculizaban por haberse dejado dar ‘el palo’ como unos pardillos primerizos por
intermediarios desconocidos (negándose además a decir quién había sido ese
intermediario). Le echaban en cara, tanto a él como a su gabinete ministerial y
de ‘expertos’, el incomprensible retraso a la hora de hacerse con los materiales
sanitarios imprescindibles, sobre todo tras comprobarse que iniciativas
privadas habían conseguido los materiales (y su transporte a España) de modo
inmediato; además de su incapacidad para suministrar los medios necesarios a
sanitarios, policías, funcionarios de prisiones…. También que un día explicaran
sus expertos que no eran necesarias las mascarillas y al día siguiente
recomendaran su uso. Por no mencionar la ruina económica de España y millones
de españoles.
Cabreaba mucho al
personal que todos los integrantes del gobierno se echaran flores a sí mismos,
que dijeran que estaban gestionando la pandemia del Covid 19 igual o mejor que
ningún otro gobierno del mundo, y ello a pesar de que las estadísticas, los
datos e incluso las valoraciones de organismos internacionales (apoyados en
cifras) contradijeran los comunicados oficiales del gobierno Rajoy. Y cuando
era necesario, ministros y portavoces no dudaban en culpar al gobierno anterior
y a los gobiernos regionales del partido rival.
Los partidos de la
oposición le recordaban las decenas de muertos (el máximo ratio de muerte por
millón de personas) y de sanitarios infectados y muertos (récord mundial).
Además, ni los partidos opositores ni la mayoría de la población se creían las
cifras oficiales, puesto que todo el mundo estaba convencido de que el número
de muertos era, al menos, el doble; sobre todo tras escuchar los testimonios de
médicos y sanitarios, trabajadores de funerarias y quienes transportaban los
féretros, los cuales insistían en que las cuentas no cuadraban, ya que el
cómputo real no coincidía con las cifras que facilitaba el gobierno.
El presidente Rajoy
cargaba duramente contra la oposición, acusándola de hacer política con los
muertos y de no colaborar… Y ello a pesar de que apenas hablaba con los
representantes de los partidos y de que no perdía ocasión de descalificarlos.
Lógicamente, también
gran parte de la población apoyaba el fondo y la forma en que el presidente, su
gobierno, su partido y los partidos aliados estaban haciendo frente a la
crisis. Y así, muchos ciudadanos justificaban este retraso o aquel fallo,
negaban cualquier tipo de negligencia, buscaban culpables ajenos a ellos y
descalificaban con palabras gruesas a quien vertía críticas contra el presi y
su equipo.
Ni una sola palabra
de autocrítica, ni un solo error asumido, ni el mínimo reproche, el gobierno
Rajoy y su gabinete no admitía opiniones desfavorables. Y cuando estas llegaban
respondía con los típicos calificativos: ultra, extremista…
¿Ficción? Sólo hay
que cambiar el nombre propio.
CARLOS DEL RIEGO
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