Ser viejo, judío, enfermo, demente o discapacitado era sinónimo de muerte en la Alemania nazi. Algo así piden algunos hoy |
Una de las bases del nazismo, seguramente su más pura esencia, es pensarse legitimado para decidir quién merece vivir y quién debe ser suprimido. En la Alemania nazi se decidió que judíos, homosexuales, comunistas, negros, enfermos, discapacitados físicos y mentales…, no eran necesarios o suficientemente humanos y, por tanto, su eliminación no sólo no era moralmente cuestionable sino aconsejable, saludable y beneficiosa. Hoy hay quien piensa algo parecido: hay seres humanos que no merecen cuidados médicos y hay que dejarlos morir
Sí, desde 1933 hasta
1945 Alemania vivió un proceso de degeneración moral aterrador, pues la
sociedad llegó a convencerse de que los arios eran tan superiores que tenían la
facultad de decidir quién podía vivir y quién no, quién era humano y quién poco
más que bestia. Esos modos de pensar han vuelto, y muchos se han desenmascarado
poniendo como excusa la pandemia.
Desde países tan
progresistas como Bélgica o Países Bajos (donde gran parte de la sociedad está
convencida de que lo progresista es matar, ya sea al bebé en la barriga de su
madre o al débil, enfermo o anciano) se propone no tratar a los viejos y
personas con salud delicada y dejar que el virus haga su trabajo con ellos. Pero
como en todas partes cuecen habas, tal cosa ha propuesto un congénere de
aquellos, otro espécimen de australopitecus afarensis que responde al nombre de
Xavi Boada y que se presenta como escritor independentista catalán. Asombra que
gentes que medran en la política, la medicina o la intelectualidad proclamen
que sería muy buena solución dejar que el virus se lleve a los ancianos y a los
enfermos. En pocas palabras, existen individuos y sociedades tan convencidos de
su superioridad que deciden que viejos y enfermos han perdido humanidad, y por
tanto se les puede negar derechos como la asistencia médica, el derecho a
vivir.
Concretamente el tal
Boada escribió textualmente: “Viejos y egoístas. Llenando hospitales por
coronavirus, exigiendo atención de primera, ocupando camas que podrían salvar
jóvenes sabiendo que ellos ya no aportarán nada a la sociedad”. Resultaría
difícil vomitar más atrocidades con menos palabras, y por tanto no merece la
pena refutarlas por su evidente estupidez, soberbia y maldad, si acaso recordar
que los mayores no sólo aportan experiencia, saber, vida, raíces, apoyo,
recurso para todo…, sino que todo lo que hoy disfrutan los que no son ancianos
se lo deben a éstos. Dicho sea de paso, este sujeto es gay, algo intrascendente
salvo porque en aquella Alemania los gays estaban incluidos en el apartado de
sacrificables, es decir, si él se cree tan superior como para decidir quién es
valioso y quién prescindible, debe tener en cuenta que, siguiendo idéntico
proceso mental al suyo (el nazi), habrá quien se convenza de que el gay es tan
eliminable como él piensa que lo es el anciano.
En los mencionados
Países Bajos (¿bajos en el sentido de indignos, abyectos, mezquinos, viles?) y
Bélgica (¿cómo impide un belga que miren por la cerradura mientras defeca?,
quitando la puerta) ya habían llegado a la conclusión de que matar es
progresista, y por eso hay que tener cuidado de no romperse una pierna allí,
pues harán lo que hacían en el oeste con el caballo herido: ahorrarle
sufrimiento. Pero la evolución lógica de ese ‘pensamiento’ no se detendrá en
dejar morir a los ancianos, sino que darán el siguiente paso; en poco tiempo
pensarán que para qué esperar y gastar recursos materiales y humanos en ellos,
es decir, sería mejor acelerar el proceso y liquidarlos cuanto antes, total
iban a palmar pronto…; después empezarán a escucharse voces belgas y
neerlandesas pidiendo ahorrar recursos suprimiendo a otros improductivos como
tetrapléjicos, paralíticos cerebrales, dementes, amputados, discapacitados físicos
y mentales, cancerosos, incurables…; el siguiente paso será determinar cuántos
años hay que tener para entrar en esa ralea
de la ancianidad, 75, 70, 65, 60, 50, 40… La perversión moral en estos dos
países no es cosa nueva: baste mencionar el genocidio belga en el Congo, así
como la brutalidad neerlandesa en Indonesia y otras partes del sudeste asiático
(sin olvidar la segregación racial en Sudáfrica que impusieron junto a los
ingleses).
En algunos lugares y
en no pocas mentalidades se ha llegado a la perversión moral de pensar que lo
progre es matar y lo retrógrado conservar la vida, o sea, vivir. Esos matasanos
verdugos, esos politicastros parásitos, esos juntaletras chupatintas son, en
realidad, la personificación de la degeneración, de la pura maldad.
¿Quién se siente
legitimado para decidir quién merece vivir y quién no?, o lo que es lo mismo
¿quién quiere apretar el botón de la cámara de gas?
CARLOS DEL RIEGO
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