Desde que se tiene
noticia, siempre se han buscado ‘culpables’ de las desgracias, sobre todo si
estas afectan a grandes masas de población. A lo largo de la Historia se han
dado infinidad de casos en los que, ante las epidemias, los más fanáticos han
acusado a ‘los otros’ de ser los causantes, de ser los que han traído la
enfermedad. Y las venganzas y castigos fueron terribles
En la naturaleza del
hombre está la búsqueda de la causa de las cosas. En el caso de las grandes
mortandades y pandemias sufridas a lo largo de la historia, nunca han faltado
los que han acusado a otros de ser los causantes de las desgracias médicas. Esto
se comprueba incluso en la actual pandemia vírica, pues unos han acusado a los
chinos o a los estadounidenses de ‘fabricar’ el letal microbio en el
laboratorio, y también se señala como culpables a médicos y sanitarios a los
que se deja notas vejatorias, insultantes, y se les presiona para que se vayan
a otra parte. Sí, siempre ha existido la figura del estúpido, del fanático, del
ignorante.
Los primeros acusados
de que dan cuenta las crónicas más antiguas se sitúan en las culturas
mesopotámicas y fueron los propios médicos, o más propiamente, los que se
dedicaban con más creencia que ciencia a curar (cosa que pocas veces
conseguían). Considerado el primer texto legal de la historia, el Código de
Hammurabi (‘publicado’ en 1726 antes de Cristo con unas tres mil disposiciones)
se refiere específicamente a los médicos o sanadores, y no con palabras
halagüeñas sino amenazantes. Así, dice: “Si el médico ha tratado con punzón de
bronce la herida de un hombre libre y éste muere, se le cortarán las manos; si
opera del ojo con punzón de bronce a un hombre libre y el hombre queda ciego,
se le cortarán las manos; si se trata de un esclavo, el médico pagará en plata
la mitad del precio del esclavo. Si el médico ve que el enfermo no sanará no
deberá tocarlo, puesto que el hombre morirá y al médico se le cortarán las
manos”. En otras palabras, el médico era
responsable directo de lo que ocurriera al paciente. También hay que señalar
que el Código de Hammurabi fue un avance enorme, ya que hasta que se
escribieron disposiciones legales (y ese es el primer texto) cualquiera podía
liquidar a quien le robara una cabra y estaría justificado.
Durante la Edad Media
se produjeron varias epidemias, incluyendo la peste, y en no pocos momentos se
culpó y castigó con gran dureza a los judíos. Por ejemplo, en 1348 el
burgomaestre de Chillon (cerca de Ginebra) acusó a los judíos de haber
provocado intencionadamente la epidemia de peste, de modo que ordenó
perseguirlos hasta la muerte; fueron alrededor de 50.000 los judíos
‘ejecutados’. En Basilea se detuvo a todos los que vivían en la ciudad, los
metieron en un cobertizo y le prendieron fuego. En Estrasburgo fueron dos mil
los judíos muertos en la hoguera. En otras ciudades, como Espira y Eslingen,
los hebreos se suicidaron en sus casas o en las sinagogas antes de que llegara
la turba.
Muertos los judíos y
viendo que la peste seguía causando miles de víctimas, se buscaron otros
culpables: brujos y brujas, a los que se acusaba de ‘engrasar’ las puertas de
las casas con una mezcla ponzoñosa. De este modo, en el año 1515 se quemaron
500 brujas y brujos en Ginebra, 600 en Bamberg y 800 en Wurzburgo (Alemania).
En esta misma ciudad entre 1626 y 1631 fueron quemados vivos 157 hombres,
mujeres y niños. En 1520 fueron ejecutados 1.700 brujos y brujas en Arezzo,
mientras los gobernantes de Toulouse decretaron la hoguera para 400 infelices
acusados de brujería y de causar la peste. Durante el siglo XVII en
Escandinavia quemaron a casi 4.000 personas por hechicería. En los condados de
Suffolk y Essex (Inglaterra), el Cazador General de brujas, Matthew Hopkins,
condujo a la hoguera a más de 200 mujeres entre 1644 y 1646. En 1674 en la
región de Lorena fueron quemadas unas 800 magas y hechiceras. En España el
proceso más célebre es el de Zugarramurdi (1610); en Logroño se llevó a cabo el
correspondiente juicio por brujería; fueron sospechosas unas 5000 personas
(todas las que vivían en aquellos valles), comparecieron ante el tribunal unas
1.500, se acusó en firme a unas 300, se encarceló a 53 y se condenó a la
hoguera a once, de las que sólo se ejecutó a seis, ya que los otros cinco habían
muerto.
Sí, en la Historia
hay abundantísimos ejemplos de la búsqueda de los ‘culpables’ de las epidemias,
pestes o enfermedades. Y no sólo en Europa. Hay constancia de que en la cultura
azteca era costumbre que cuando un ‘magistrado’ o alto personaje moría se sacrificaban
sobre la tumba del difunto a los médicos que no lo había podido curar,
considerándolos culpables del deceso. Claro que allí sacrificaban gente a
diario…
Cronistas y
documentos han dado cuenta de muchos, muchísimos casos similares en los que,
ante la epidemia o la muerte, alguien tenía que ser culpable y, por tanto, ejecutado.
CARLOS DEL RIEGO
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