domingo, 6 de enero de 2019

¿Y SI SER UNA ESTRELLA DEL ROCK NO FUERA TAN MARAVILLOSO Y TUVIERA SU CRUZ? Está más que asentada y aceptada la idea de que ser una estrella de rock & roll es una de las mejores cosas que pueden sucederle a uno. ¿Quién no envidia a las grandes figuras del espectáculo?, son famosos, triunfadores, influyentes, millonarios, hacen lo que quieren, tienen casi todo lo que se puede tener… Sin embargo, las cosas no son tan de color de rosa. Hay una cruz

Muchos han de estar permanente de gira y como si una banda de tributo a sí mismos para sobrevivir.


Casi todo el mundo ha soñado alguna vez con ser un famoso y triunfador músico de rock. Y es que se tiene por cierto que componer canciones, grabarlas, venderlas, ganar pasta gansa, salir en los medios y actuar por todo el mundo es una de las mejores vidas que se pueden tener. Pero las cosas no son tan simples ni tan matemáticas, ya que, como en todas las actividades profesionales que se puedan emprender, ser estrella de rock también tiene su cruz, sus caras ocultas, su reverso tenebroso.  

En este negocio del rock, como en todos, el dinero tiene papel protagonista. El músico incipiente sueña con firmar un contrato con una gran discográfica, y está convencido de que a partir de ahí todo será fama y fortuna. Pero no es tan fácil. Sí, la disquera adelanta pasta a la firma, pero de esa cantidad descontará grabación, promoción, viajes, distribución…, con lo que el músico apenas se llevará unos billetes. Luego, con el disco a la venta, podría esperarse sentado la llegada del parné, pero los derechos (los royalties) que van al artista son un porcentaje ridículo, además, siempre habrá que pagar infinitos gastos (promoción, viajes), de modo que puede darse la situación de tener un número uno y apenas ver aumento en la cuenta corriente; con el soporte digital la cosa es peor, ya que un millón de descargas apenas se transforman en unos pocos cientos de pavos. No extraña que siempre estén en pleitos con discográficas o managers. Y cuando acaba la promoción, ni esos cientos. Lo malo es que vivir como estrella del rock es muy caro.

Cuando se está de gira ingresan elevadas cantidades, pero hay que pagar viajes y camiones, músicos, asistentes y empleados de toda clase. Además, en la carretera, como entra pasta casi a diario, se duerme en hoteles de lujo, se come de lujo, se bebe de lujo, se organizan fiestas de lujo y se ‘consume’ de lujo, con lo que al acabar la gira la cuenta corriente sigue como estaba antes de empezarla. Sin contar con que la ‘tourné’ dura diez o doce meses y, aunque el rockero esté agotado, tiene que empezar a pensar en el próximo disco, composición, grabación, promoción y gira; y si se toma un descanso comprobará que la gente lo olvida rápido, ya que hay mucha oferta (se estima que sólo el 10% de profesionales del rock puede vivir como una estrella).

En cuanto a la parte artística, a los pocos años de carrera empezará a pasar por la cabeza lo de ampliar horizontes musicales, o sea, hacer algo más comercial, un estilo que llegue a todo tipo de público, en fin, canciones que vendan más. Esta no tiene por qué ser una mala decisión, pero sí que es un precedente, una ‘primera vez’ que dará la posibilidad de, posteriormente, picar en cualquier estilo musical en pos de mayores ventas. Se pensará que tal vez se pierdan algunos de los primeros fieles, pero se ganará masa. Y es fácil convencerse a sí mismo de que es una buena estrategia… Sin embargo, los fans no desean demasiadas novedades ni demostraciones de creatividad, de hecho, los grupos más duraderos apenas cambian su propuesta y siempre llenan y venden. En todo caso, el rocker duradero siempre dudará entre hacer lo de siempre para contentar a muchos y ser tildado de viejo dinosaurio por otros, o explorar otros caminos que producirán mayor satisfacción personal pero causarán el rechazo de los viejos puristas y que los novatos le señalen como ‘viejo que quiere parecer moderno’.       

Ah!, los fans, los fanáticos que pueden volverse locos. La mayoría se contentan con la música, pero los hay que se creen con derechos sobre la estrella del rock a la que aman locamente; cuentan que una fan cogió ropa de deporte del bajista de Red Hot Chili Peppers, la escurrió y se bebió el sudor…, delante de él. Y existe la figura del fan-acosador que envía mensajes amenazantes al músico, acecha su casa e incluso entra; un fanático enloquecido intentó enviar a la islandesa Bjork una bomba y luego se suicidó y lo grabó en vídeo. También podrían preguntar a George Harrison o John Lennon, que conocieron fans chiflados y peligrosos. Hoy este tipo de incondicional está en las redes, exigiendo información, imágenes y, claro, interacción con el artista, o sea, que  conteste todos sus mensajes, que sea un colega. Y se haga lo que se haga, siempre dirán que los primeros discos fueron mejores y más auténticos.

Tampoco debe ser plato de gusto que la prensa sensacionalista esté siempre encima, escudriñando qué haces, indagando en tu vida privada, interrogando a la cocinera sobre relaciones con este o esta, siendo objeto de cotilleo o foco de burla en las redes. Ah!, y siempre hay que tener aspecto de estrella del rock, así como disimular los efectos avejentantes de una vida de excesos.

Después está el asuntillo de ir cumpliendo años, algo letal para las grandes figuras del rock que, hay que recordarlo, siempre tienen la obligación de parecerlo. En los conciertos el artista veterano verá un público con muchas canas, calvicies, achaques…, un público que querrá escuchar exclusivamente lo que bailaban cuando eran jóvenes, algo que (suelen decir los músicos) es bastante frustrante. Y por si fuera poco, la presencia en los medios o en las redes va disminuyendo (salvo contadas excepciones), es decir, el viejo rockero cada vez será menos relevante, cosa que, seguro, tampoco resultará gratificante, sobre todo si los nuevos discos no funcionan.

Y cuando los años se han echado encima, el que tuvo unos éxitos hace dos, tres o cuatro décadas y vendió cifras respetables, el que fue un tiempo gran estrella, se puede dar cuenta de que hoy apenas tiene lo puesto; gastó a manos llenas y pensó que siempre sería época de vacas gordas, o sea, nada de planes de pensiones, inversiones o ahorros. Sólo le quedará estar permanentemente de gira, cantando su viejo repertorio, repitiendo gestos, posturas y maneras, imitándose una y otra vez en escenarios de pequeño aforo. Claro que, bien mirado, no parece mejor opción morirse ‘a tiempo’ y ser un cadáver bien parecido, o sea, es preferible ser un venerable cantante en un pequeño escenario que un héroe del ‘club de los 27’.

En fin, quienes no lo son están convencidos de que las estrellas de rock son los seres más envidiables y afortunados de la naturaleza, pero hasta esto tiene sus inconvenientes, su cruz, aunque aun así muchos darían un brazo por serlo.

CARLOS DEL RIEGO

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