Muchos han de estar permanente de gira y como si una banda de tributo a sí mismos para sobrevivir. |
Casi todo el mundo ha soñado alguna vez
con ser un famoso y triunfador músico de rock. Y es que se tiene por cierto que
componer canciones, grabarlas, venderlas, ganar pasta gansa, salir en los
medios y actuar por todo el mundo es una de las mejores vidas que se pueden
tener. Pero las cosas no son tan simples ni tan matemáticas, ya que, como en
todas las actividades profesionales que se puedan emprender, ser estrella de
rock también tiene su cruz, sus caras ocultas, su reverso tenebroso.
En este negocio del rock, como en todos,
el dinero tiene papel protagonista. El músico incipiente sueña con firmar un
contrato con una gran discográfica, y está convencido de que a partir de ahí
todo será fama y fortuna. Pero no es tan fácil. Sí, la disquera adelanta pasta
a la firma, pero de esa cantidad descontará grabación, promoción, viajes,
distribución…, con lo que el músico apenas se llevará unos billetes. Luego, con
el disco a la venta, podría esperarse sentado la llegada del parné, pero los
derechos (los royalties) que van al artista son un porcentaje ridículo, además,
siempre habrá que pagar infinitos gastos (promoción, viajes), de modo que puede
darse la situación de tener un número uno y apenas ver aumento en la cuenta
corriente; con el soporte digital la cosa es peor, ya que un millón de
descargas apenas se transforman en unos pocos cientos de pavos. No extraña que
siempre estén en pleitos con discográficas o managers. Y cuando acaba la
promoción, ni esos cientos. Lo malo es que vivir como estrella del rock es muy
caro.
Cuando se está de gira ingresan elevadas
cantidades, pero hay que pagar viajes y camiones, músicos, asistentes y
empleados de toda clase. Además, en la carretera, como entra pasta casi a
diario, se duerme en hoteles de lujo, se come de lujo, se bebe de lujo, se
organizan fiestas de lujo y se ‘consume’ de lujo, con lo que al acabar la gira
la cuenta corriente sigue como estaba antes de empezarla. Sin contar con que la
‘tourné’ dura diez o doce meses y, aunque el rockero esté agotado, tiene que
empezar a pensar en el próximo disco, composición, grabación, promoción y gira;
y si se toma un descanso comprobará que la gente lo olvida rápido, ya que hay
mucha oferta (se estima que sólo el 10% de profesionales del rock puede vivir como
una estrella).
En cuanto a la parte artística, a los
pocos años de carrera empezará a pasar por la cabeza lo de ampliar horizontes
musicales, o sea, hacer algo más comercial, un estilo que llegue a todo tipo de
público, en fin, canciones que vendan más. Esta no tiene por qué ser una mala
decisión, pero sí que es un precedente, una ‘primera vez’ que dará la posibilidad
de, posteriormente, picar en cualquier estilo musical en pos de mayores ventas.
Se pensará que tal vez se pierdan algunos de los primeros fieles, pero se
ganará masa. Y es fácil convencerse a sí mismo de que es una buena estrategia…
Sin embargo, los fans no desean demasiadas novedades ni demostraciones de
creatividad, de hecho, los grupos más duraderos apenas cambian su propuesta y
siempre llenan y venden. En todo caso, el rocker duradero siempre dudará entre
hacer lo de siempre para contentar a muchos y ser tildado de viejo dinosaurio
por otros, o explorar otros caminos que producirán mayor satisfacción personal
pero causarán el rechazo de los viejos puristas y que los novatos le señalen
como ‘viejo que quiere parecer moderno’.
Ah!, los fans, los fanáticos que pueden
volverse locos. La mayoría se contentan con la música, pero los hay que se
creen con derechos sobre la estrella del rock a la que aman locamente; cuentan
que una fan cogió ropa de deporte del bajista de Red Hot Chili Peppers, la
escurrió y se bebió el sudor…, delante de él. Y existe la figura del
fan-acosador que envía mensajes amenazantes al músico, acecha su casa e incluso
entra; un fanático enloquecido intentó enviar a la islandesa Bjork una bomba y
luego se suicidó y lo grabó en vídeo. También podrían preguntar a George
Harrison o John Lennon, que conocieron fans chiflados y peligrosos. Hoy este
tipo de incondicional está en las redes, exigiendo información, imágenes y,
claro, interacción con el artista, o sea, que
conteste todos sus mensajes, que sea un colega. Y se haga lo que se
haga, siempre dirán que los primeros discos fueron mejores y más auténticos.
Tampoco debe ser plato de gusto que la
prensa sensacionalista esté siempre encima, escudriñando qué haces, indagando
en tu vida privada, interrogando a la cocinera sobre relaciones con este o
esta, siendo objeto de cotilleo o foco de burla en las redes. Ah!, y siempre
hay que tener aspecto de estrella del rock, así como disimular los efectos
avejentantes de una vida de excesos.
Después está el asuntillo de ir
cumpliendo años, algo letal para las grandes figuras del rock que, hay que
recordarlo, siempre tienen la obligación de parecerlo. En los conciertos el
artista veterano verá un público con muchas canas, calvicies, achaques…, un
público que querrá escuchar exclusivamente lo que bailaban cuando eran jóvenes,
algo que (suelen decir los músicos) es bastante frustrante. Y por si fuera
poco, la presencia en los medios o en las redes va disminuyendo (salvo contadas
excepciones), es decir, el viejo rockero cada vez será menos relevante, cosa
que, seguro, tampoco resultará gratificante, sobre todo si los nuevos discos no
funcionan.
Y cuando los años se han echado encima,
el que tuvo unos éxitos hace dos, tres o cuatro décadas y vendió cifras
respetables, el que fue un tiempo gran estrella, se puede dar cuenta de que hoy
apenas tiene lo puesto; gastó a manos llenas y pensó que siempre sería época de
vacas gordas, o sea, nada de planes de pensiones, inversiones o ahorros. Sólo
le quedará estar permanentemente de gira, cantando su viejo repertorio,
repitiendo gestos, posturas y maneras, imitándose una y otra vez en escenarios
de pequeño aforo. Claro que, bien mirado, no parece mejor opción morirse ‘a
tiempo’ y ser un cadáver bien parecido, o sea, es preferible ser un venerable
cantante en un pequeño escenario que un héroe del ‘club de los 27’.
En fin, quienes no lo son están
convencidos de que las estrellas de rock son los seres más envidiables y
afortunados de la naturaleza, pero hasta esto tiene sus inconvenientes, su
cruz, aunque aun así muchos darían un brazo por serlo.
CARLOS DEL RIEGO
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