miércoles, 30 de enero de 2019

CASOS BOCHORNOSOS DE MANIPULACIÓN, MENTIRA Y AMARILLISMO EN LA HISTORIA DE LA PRENSA El desgraciado suceso del niño Julen y su trágico final ha vuelto a demostrar cómo cierto sector de la prensa (sobre todo en televisión) es capaz de cualquier cosa con tal de ganar audiencia: exagerar, tergiversar, manipular, escandalizar, mentir, utilizar terminología casi apocalíptica, destacar lo más morboso por encima de lo esencial... Es el caso más reciente (I-19), pero en la historia de la prensa moderna ha habido muchos bochornosos ejemplos

'La destrucción del barco de guerra Maine fue obra del enemigo', mentira con que la prensa de Usa favoreció la Guerra de Cuba. Debajo se lee 'Oficiales de la armada piensan que el Maine fue hundido por una mina española


Cuando se les critica, los medios de comunicación suelen defenderse con la típica frase de ‘se está matando al mensajero’, queriendo decir que el mensajero, o sea, el medio, el periodista, no tiene la culpa de las malas noticias. Y así suele ser. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el mensajero no es necesariamente inocente, sino que puede tener intenciones perversas o utilizar métodos inadmisibles. El tristísimo caso del niño que cayó al pozo ha mostrado cómo ciertos editores, directores y redactores no tienen ningún escrúpulo a la hora de aprovecharse de las noticias más dolorosas para ganar cuotas de audiencia. La corta historia de la prensa moderna (desde la invención de la linotipia, en 1885) presenta abundantes muestras de la perversión del mensajero, el cual tergiversa, exagera y manipula la información o, directamente, miente.

Uno de los momentos más vergonzosos para la profesión periodística fue cuando el magnate estadounidense Randolf Hearst y su competidor Joseph Pulitzer pugnaban por vender más periódicos sin importar cómo. Hearst, como es sabido, convirtió un accidente de un barco estadounidense atracado en Cuba (1998) en una agresión de España, le dio todo el bombo, exageró y publicó gruesas mentiras que encendieron los ánimos del público y así preparó el terrero para la guerra; cuando envió a un ilustrador a Cuba para que dibujase escenas de guerra, éste le dijo que allí todo estaba tranquilo, a lo que Hearst respondió que no se preocupara, que dejara la guerra de su cuenta. Está más que aceptada la inmoralidad de este personaje, que usó la prensa como instrumento político sin ningún rubor y no dudó en mentir para vender más.

Otro caso de desvergüenza periodística lo protagonizaron varios corresponsales de Usa destacados en China. Resulta que, en 1900, cuatro enviados de otros tantos diarios de Detroit se pusieron de acuerdo para remitir a sus redacciones una monstruosa mentira: desde Nueva York se había mandado una comisión de expertos para que estudiaran el mejor método de derruir la Gran Muralla China; en realidad, esos cuatro embusteros (Lewis, Stevens, Tournay y Wilshire) sólo tenían que hacer un reportaje de viajes (trenes, hoteles…), pero les pareció que escribir una gran trola vendería más, y así lo hicieron. De este modo, los cuatro periódicos de Detroit publicaron tan sensacional noticia, incluyendo detalles como la partida de los expertos o el propósito de la demolición, que era la apertura de China al resto del mundo; lógicamente, agencias de todo el mundo distribuyeron la patraña; más aún, un diario de Nueva York recogió y amplió la ‘noticia’ con nuevas ‘informaciones’ (inventadas, claro). Incluso hay quien ha querido ver relación entre este embuste y el desencadenante de la Guerra de los Bóxers.

Las guerras son el campo abonado para verter todo tipo de manipulaciones y mentiras en los medios de comunicación. Durante la Guerra Civil Española fueron muchos los corresponsales de todo el mundo que la cubrieron sobre el terreno. Sin embargo, como algunos eran espías o agentes infiltrados por potencias extranjeras, la información casi siempre era falsa. El escritor Georges Orwell, uno de ellos, contó después que había leído crónicas sin la menor relación con los hechos, reportajes no sólo tergiversados o mentirosos, sino que eran pura invención. Un tal H. Mathews, del ‘New York Times’, proclamaba abiertamente que era una estupidez exigir objetividad. C. Cockburn enviaba a ‘The Week’ enormes ficciones, y cuando un colega le dijo que el público tenía derecho a conocer la verdad, el tal Cockburn le respondió que ¿quién le había dado ese derecho? El espía del Komintern Arthur Koestler (del ‘London News’) tuvo un gran éxito con su libro ‘Spanish testament’ (1937), sin embargo, años después confesó que lo había escrito al dictado de un comisario soviético; idearon capítulos, tergiversaron hechos, dieron la vuelta a otros… Incluso la famosa foto de Robert Cappa que muestra al miliciano recibiendo un tiro, presenta tantas dudas que muchos la dan por ‘preparada’, falsa. Además, como la mayoría de corresponsales simpatizaban con un bando,  minimizaban sus derrotas y exageraban sus victorias, con lo que parte de la prensa mostraba un escenario siempre favorable a la República, de modo que cuando ganó quien ganó, muchos no podían creer que se puedan ganar todas las batallas y perder la guerra..

Muy recordado es el episodio en el que Orson Welles radió una adaptación de la novela ‘La Guerra de los Mundos’ (de H. G. Wells); fue en 1938 y se ha contado que se produjo un gran pánico en Estados Unidos, que hubo quien acaparó comida y quien huyó a las montañas, y que fueron miles de personas las que se habían creído que lo que escuchaban era un relato cierto… Mentira. No se produjo la histeria que dicen que hubo y casi nadie se lo creyó, sino que fueron los periódicos los que hincharon la cosa inventándose sucesos y episodios dramáticos. Lo curioso es que la trola se sigue creyendo hoy.

Más actualmente se han dado casos de reporteros mentirosos, como Jayson Blair, que estuvo publicando fantásticos y sensacionales reportajes en el ‘New York Times’…, hasta que en 2003 se descubrió que todo era invento (salvo cuando era plagio), y que el tipo nunca había estado en los sitios donde se situaban sus artículos. O los fotógrafos que retocan para añadir patetismo, o cuando el ‘Post’ renunció a un ‘Pulitzer’ al descubrir que el reportaje premiado era pura fabulación.

¿Eran estos ‘mensajeros’ dignos de respeto? 

CARLOS DEL RIEGO

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