Arriba se lee, Carolus V Rex Ispanie. Y abajo, Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los Indios. |
En
las próximas décadas raro será el año en que no se cumpla medio milenio de alguna
de las asombrosas aventuras que protagonizaron los descubridores españoles del
siglo XVI. No faltarán quienes las juzguen y valoren con mentalidad e ideología
actual, e incluso quienes les escatimen mérito o hablen de que todo fue una
casualidad. Sin embargo, no fue casual que España se convirtiera en la primera
potencia descubridora; e igualmente sólo este país estaba preparado para
organizar y dar forma política y administrativa a todo un continente.
No
fue ni suerte ni accidente que fueran barcos españoles los que encontraran esas
nuevas tierras. La prueba está en los diez años que se pasó Cristóbal Colón
dando la tabarra con sus planes a embajadores, dignatarios y cortes de media
Europa antes de entrevistarse con Isabel de Castilla. En Portugal el proyecto
no interesó porque ya tenían sus propias rutas hacia las Indias bordeando el
extremo sur de África. Y tampoco llamó la atención a Inglaterra y Francia, países
con medios materiales y técnicos suficientes, pero cuya mentalidad estaba aun
anclada en la Edad Media. Es decir, los portugueses sabían cómo llevar a cabo
la empresa pero tenían otras prioridades, mientras que los otros que pudieron
patrocinar la aventura no tenían ni sabiduría ni competencia suficientes para
realizarla. En otras palabras, el hecho de que el privilegio descubridor
corresponda a España no fue ni casualidad ni coincidencia, al contrario, en
aquel momento ningún otro país podía hacerlo: o los barcos de Isabel y Fernando
o nadie.
Tan
importante o más, tan difícil o más que el hecho de llegar allí antes que nadie
y luego mostrarlo al resto del mundo, fue dar forma a los nuevos territorios,
organizarlos, regularlos, dotarlos de autoridades, de leyes, de estructuras
administrativas y de enseñanza (la primera universidad americana es la de de
San Marcos, en Lima, Perú, que permanece abierta desde 1551; en el norte habían
de esperar siglos)…,un proyecto de tal magnitud que ningún otro país con poder
colonizador hubiera podido llevar a cabo por puro desconocimiento. La prueba es
que la reina de Castilla y el rey de Aragón construyeron “la primera maquinaria
estatal moderna en Europa, y la equiparon no sólo para administrar un imperio
desde la metrópoli sino para exportar sus instituciones y funcionarios a nuevos
territorios”, explica certeramente John Lynch en su muy recomendable ‘Los
Austrias’. De hecho, lo aprendido en la larguísima reconquista proporcionó
nuevas habilidades y, más importante, un nuevo modo de mirar a los rivales,
todo lo cual fue puesto en práctica en la tierra recién descubiertas. Todos
esos años de avance de norte a sur exigían repoblar y organizar el terreno
reconquistado, dotarlo cuanto antes de instituciones, autoridades, leyes…,
experiencia que fue exportada a la América hispana. En otras palabras, ya
sabían cómo incorporar a la corona y cómo ordenar nuevos territorios; por el
contrario, si ingleses, franceses u holandeses hubieran llegado antes, no
hubieran sabido cómo organizar todo aquello.
Por
otro lado, los siete siglos que los españoles habían estado en conflicto permanente
les habían proporcionado mucha experiencia militar, de modo que quienes se aventuraron
por el nuevo continente antes que nadie estaban más que preparados para
batallas en campo abierto, escaramuzas, asedios, golpes de mano, resistencia al
límite, aprovisionamientos difíciles…
Igualmente, también tenían experiencia en eso de pactar con ‘el enemigo de mi
enemigo’; y es que fueron abundantes, durante esos 700 años, los tratos entre
reyes y califas cuando había enemigo e intereses en común o buena recompensa. Esta
forma de afrontar el enfrentamiento fue determinante para que los descubridores
consiguieran aliados entre los propios nativos americanos, aprovechando los
odios entre ellos y consiguiendo unas alianzas sin las que hubieran sido
imposibles las victorias en México o Perú.
Igualmente,
el muy duradero contacto con los musulmanes había vacunado a los españoles
contra ese mal que es el racismo; así, en la Hispania de la reconquista, los
cristianos tuvieron abundante descendencia con musulmanes, desde los reyes y
los califas hasta el pueblo llano, por lo que no puede extrañar que el fenómeno
del mestizaje fuera habitual en América desde el primer momento. La prueba es
que no hay territorio en el mundo con mayor número y más alto porcentaje de
mestizos que Hispanoamérica; es más, se puede comprobar cuántos mestizos dejó
Inglaterra en la India, en Sudáfrica o en lo que hoy es Estados Unidos, cuántos
Holanda en Sudáfrica, cuántos Francia en Argelia, cuántos Bélgica en el
Congo..., prácticamente cero.
También
parece oportuno recordar que España fue la única potencia colonizadora que promulgó
leyes que protegieran al nativo, algo en lo que jamás pensó ninguna de las
demás. Y es así desde el propio testamento de Isabel de Castilla, donde viene a
decir que los indios han de ser protegidos y duramente castigado todo aquel que
les engañe o haga mal. Luego se promulgarán las Leyes de Burgos (en 1512, en
cuyo primer capítulo se lee: “los indios son hombres libres”), las Ordenanzas
de Granada (1526, donde se prohíbe terminantemente la esclavitud de los indios)
y Las Leyes Nuevas (1542, dice en su título “Leyes (…) para el buen tratamiento
y conservación de los indios”). Es también el único país conquistador en el que
se organizó una especie de congreso en el que los más destacados intelectuales
de la época deliberaron y polemizaron sobre el asunto de los americanos: La Junta
(o Controversia) de Valladolid, celebrado en 1550-51, que bien puede señalarse
como la primera deliberación sobre Derechos Humanos de que se tiene noticia
(las leyes antes mencionadas también apuntan en ese sentido). Lo sorprendente
es que todas esas disposiciones legales que la administración española había
previsto para defender al indígena fueron derogadas por los criollos que
lideraron la emancipación y luego presidieron los nuevos países; entonces los
indígenas perdieron hasta el derecho de propiedad de la tierra “que el régimen
colonial español siempre les había respetado” (apunta la obra ‘Los pueblos
indígenas de México’).
En resumen,
no fue fortuito que sólo España apoyara el proyecto de Colón, como demuestran
los años que éste estuvo ofreciéndolo a media Europa. Además, ningún otro país
sabía ni tenía capacidad para ordenar y modernizar el Nuevo Mundo. Y si otro
hubiera llegado antes, todo hubiera sido peor para los indios, mucho peor, como
pone de manifiesto cualquier comparación con lo sucedido en otros lugares del
mundo.
CARLOS
DEL RIEGO
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