Pocas estrellas del rock se han entregado tanto y han sufrido tantos percances en el ejercicio de la profesión como Iggy Pop. |
Toda
profesión tiene sus gajes del oficio, y el rock & roll no iba a ser menos,
es decir, quienes viven de este negocio también presentan dolencias típicas de
su actividad profesional. Es más, teniendo en cuenta que cualquier suceso
ocurrido camino del puesto de trabajo es considerado como dentro del horario
laboral, bien puede decirse que el gremio del rock ha sufrido como pocos las
desgracias relacionadas directamente con la actividad profesional. Pero además,
hay otros peligros que acechan a quienes trabajan en primera línea del
escenario, como muchos pueden testimoniar.
Sin
la menor duda, los problemas de audición están entre las principales dolencias
de los músicos de rock. Eso de estar horas y horas al lado de altavoces que
rugen como demonios (en directo, ensayos o estudio) no es beneficioso para los
oídos. Uno de los que han desarrollado insuficiencia auditiva es Pete Townsend,
de The Who, cuya discapacidad tiene, además, un origen más concreto. En 1967
actuaron en un programa de televisión en Usa, y para la ocasión Keith Moon
convenció a un técnico para que le construyera un pequeño cañón, colocarlo en
su batería y dispararlo como traca final; hicieron una prueba en los ensayos
que decepcionó a Moon, así que lo cargaron más, pero no se conformó, y a
escondidas echó otro poco. Al final del ‘show’, tras los últimos acordes de ‘My
generation, Townsend y Entwhistle comenzaron a usar su guitarra y bajo como si
fueran mazos, momento que eligió el batería para hacer fuego…, justo en el
momento en que Townsend pasaba por allí: la explosión le dañó seriamente los
oídos y, de paso, le prendió fuego a su ya caliente cabeza. A pesar de todo, él
dice que amplificadores y auriculares le han hecho más daño. Cosas de la profesión.
El
siempre imprevisible, innovador y carismático Frank Zappa sufrió en sus carnes
varios episodios violentos en pleno concierto, en pleno ejercicio de su
profesión de músico; uno de ellos originó el ‘Smoke on the water’. Durante un
concierto en Londres a finales de 1971, Zappa y su banda interpretaban una
versión un tanto cómica del clásico de Beatles ‘I wanna hold your hand’, cuando
saltó al escenario un espontáneo iracundo y vociferante que empujó al cantante,
compositor y guitarrista, quien cayó estrepitosamente en el foso de la
orquesta; quedó inmóvil, como muerto. El agresor huyó pero los fans se le
echaron encima; no quedó claro el motivo de su locura: si se enfureció por la
interpretación jocosa del tema de Beatles o si su novia le había confesado
estar enamorada de Zappa, en todo caso, una majarada. Frank quedó relegado a
una silla de ruedas más de un año, y desde entonces un permanente dolor de
espalda le recordó aquel fatídico concierto en Londres. Pero el gran músico
estadounidense se vio en otra parecida unos meses antes; tocaban en el Casino
de Montreux, Suiza, cuando otro memo tiró una bengala que provocó un incendio
que se saldó con varios heridos, el equipo quemado y el local destruido… Lo
curioso es que allí mismo estaban los Deep Purple, que iban a grabar su nuevo
Lp; éstos vieron el humo sobre el agua del lago Leman e idearon ese ‘Humo en el
agua’.
También
son habituales las caídas provocadas por el fragor del rock & roll… La
neoyorquina Patti Smith, en sus comienzos, convertía sus actuaciones en una
exhibición de saltos, contorsiones y correrías por el escenario. En 1977 inició
una gira con Bob Seger y su Silver Bullet Band, de manera que, de repente, todo
estaba lleno de equipo, monitores, amplis, altavoces, músicos…,y luz muy
escasa, con lo que a los primeros
brincos que dio se tropezó con algo y cayó desde una altura de unos cinco
metros (al foso de la orquesta otra vez). Se rompió varias vértebras,
incluyendo una cervical que le dejó un dolor crónico en el cuello. Puro
accidente laboral.
Y es
que la fiebre que provocan las guitarras y baterías puede conducir a la locura.
Bien puede atestiguarlo Iggy Pop, quien a lo largo de su extensísima carrera ha
llevado a su cuerpo a más excesos que una atleta de la antigua RDA. Además de
sus esperados revolcones, desenfrenos y soeces provocaciones, una vez se llevó
la del pulpo cuando se metió con unos gruesos moteros barbudos y tatuados; en
otra ocasión se dio un revolcón sobre una alfombra de vidrios rotos, y en
muchas más mordió el polvo de escenarios de medio mundo. Sí, ha sufrido como un
mártir los gajes de tomarse tan a pecho su oficio, es más, podría pedir la baja
permanente a causa de su cadera lesionada y su espalda desviada. Su último
accidente laboral fue en 2011, cuando se rompió dos huesos del pie en otro
suceso de escenario. ¡Cuánta abnegación, cuánto amor a la profesión!
Michael
Jackson tampoco se libró de las pegas y trastornos propios de su trabajo. Todo
el mundo vio cómo las llamas lo envolvían mientras rodaba un anuncio en 1984:
se acercó demasiado a un artilugio pirotécnico y se le incendió el pelo
(impregnado en gomina o algo así) y la chaqueta, y además tanto él como el
personal tardaron unos segundos en darse cuenta; la cosa se saldó con
quemaduras de segundo y tercer grado en toda la cabeza y una persistente
jaqueca. Igualmente se conoce aquella caída de una grúa durante un concierto en
Múnich en 1999; el tipo se recompuso y siguió cantando y bailando, aunque
luego, entre bastidores, se desmayó. Un dolor de espalda crónico le atormentó
el resto de su corta vida.
También
se sacrificó por el bien del espectáculo Prince. Como es sabido se ponía
zapatos de tacón alto (de aguja) en sus conciertos, y con ellos bailaba,
saltaba, corría… Lógicamente, eso repercutió en su espalda, que “le dolía
siempre”, según la que fue su baterista Sheila E; el dolor era permanente y tan
intenso que quienes estaban cerca a mediados y finales de los ochenta lo recuerdan
con una fuerte cojera y desplazándose en un pequeño scooter. Se imponía una
cadera de metal pero se negó por motivos religiosos (era testigo de Jehová),
así que optó por los analgésicos, los cuales eran cada vez más y más fuertes y
más y más cantidad. El desgraciado desenlace estaba cantado.
En
realidad, tarde o temprano todo músico de rock sufre accidentes en escena o
padece los efectos perniciosos de su profesión. Así, durante un concierto del
gran ‘soulman’ Curtis Mayfield, se levantó un viento tipo huracán que tiró toda
la estructura del equipo de luces sobre él. Quedó en silla de ruedas de por
vida y nunca pudo volver a tocar la guitarra, pues se le diagnosticó el
síndrome de ‘manos fantasmas’. Al esperpéntico Marilyn Manson se le cayó, en
otra actuación, una barra de hierro sobre su pierna que lo tuvo durante una
temporada en silla de ruedas.
Aquí
mismo, en una ciudad del noroeste español, Siniestro Total presentaba sus
primeras canciones cuando una loca lanzó una botella a la cabeza del
guitarrista Miguel Costas, que hubo de ser llevado a urgencias; el concierto se
suspendió mientras otros músicos allí presentes repetían en voz alta “¡Accidente
laboral, accidente laboral!”
Como
puede verse, el escenario puede ser una trampa, y ahí está la interminable lista
de accidentados a pie de obra para demostrarlo.
CARLOS
DEL RIEGO
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