Esto es lo que esperaba a los que caian en manos de los aztecas. |
Hay quien cree que, gracias a las armas
de fuego y los caballos, los españoles conquistaron los imperios americanos
cómodamente, como si se tratara de un paseo militar, pero lo cierto es que lo
que lograron fue a costa de enormes penalidades. Hubo batallas encarnizadas,
algunas ganadas por los exploradores sin poder usar pólvora, y otras en las que
los indios triunfaron a pesar de los arcabuces. Pero además de lo que es el
mero enfrentamiento a campo abierto de dos ejércitos, o el que se da en
cualquier asedio, hay varios casos en que contingentes de españoles no
combatientes sufrieron algunas auténticas masacres.
Una de ellas dio nombre a la provincia y
ciudad cubanas de Matanzas. Resulta que en 1509, cuando la isla aún estaba por
explorar, un navío español naufragó cerca de lo que es la desembocadura del río
(luego también llamado Matanzas), consiguiendo llegar a tierra treinta hombres
y dos mujeres. Tanto Bartolomé de las Casas como Díaz del Castillo refieren el
hecho en sus crónicas, aunque éste da muchos más detalles. Cuando los 32
náufragos estaban a la orilla de ese río aparecieron muchos indios con canoas
que se ofrecían a cruzarlos al otro lado para “llevarlos a sus pueblos y darles
de comer”; pero cuando estaban “a medio del río en las canoas, las trastornaron
y mataron que no quedaron más de tres hombres y una mujer” (esta mujer era
María de Estrada, que luego combatió espada en ristre en algunas de las batallas
más célebres de la conquista de México); los cuatro supervivientes quedaron
como esclavos de los caciques, pero fueron rescatados al conquistarse la isla.
Es de suponer el terror que debieron experimentar aquellos hombres y mujeres,
por más valientes que fueran, al verse atacados en medio del río (“grande y
caudaloso”, dice Bernal Díaz), entre gritos aterradores, en medio de una nube
de flechas y lanzas y con sus canoas hundiéndose rápidamente…, algunos se ahogarían,
otros caerían al agua heridos de muerte y los que alcanzaran la orilla serían
rematados inmediatamente. Se salvaron aquellos cuatro, que fueron esclavos de
los caciques hasta que fueron liberados. Aquel suceso es siempre recordado cada
vez que se alude a esa ciudad de Cuba.
Poco conocido es un episodio en el que
vuelve a estar presente Bartolomé de las Casas. En 1519 logra que el emperador
Carlos le firme una autorización para instalarse, junto con unos trescientos
campesinos, en una zona del norte de Venezuela (en la región de Cumaná). Esto
formaba parte de un proyecto del fraile cronista que buscaba una colonización
pacífica y basada en la confraternización; y para ello, las Casas tenía la idea
de que esos trescientos labradores españoles se casaran con nativas y formaran
comunidades mestizas y pacíficas. Lo malo es que, cuando los animosos
aventureros llegaron, se encontraron con que el terreno ya estaba ocupado por
un colectivo de españoles que llevaban ya tiempo residiendo y trabajando allí,
e incluso habían dado a la población el nombre de Toledo. Fray Bartolomé exigió
que se largaran, pues él tenía documentos firmados por el rey, pero como es
lógico, los residentes se negaron. Éstos, junto con de las Casas, se fueron a
Santo Domingo, donde había autoridades españolas que podían resolver el pleito.
Los recién llegados prefirieron quedarse y esperar en Venezuela a que se
dictara quién tenía razón. Pero antes de que se iniciase la causa llegó noticia
de que los indios, aprovechando que los incautos que quedaron en aquel Toledo
no tenían ni remota idea de cómo eran las cosas en América, habían pasado a
cuchillo a todos… De las Casas abandonó el proyecto, pues se había quedado sin
colonos y sería difícil convencer a otros, es decir, comprobó de modo empírico
que eso de la colonización-hermanamiento era un imposible. Aquellos trescientos
campesinos serían atacados, derrotados y, seguro, ejecutados sin piedad. Y de
ellos nunca más se supo. Bartolomé de las Casas, entonces, se escondió,
desapareció de escena unos años.
Pero, batallas aparte, la
masacre más terrible sufrida por un contingente español en los primeros años de
exploración y conquista es la que tuvo lugar en Zultépec a mediados de 1520. Se
había formado una caravana con mujeres (unas cincuenta, algunas embarazadas),
niños (diez o doce), clérigos, enfermos y heridos, cincuenta soldados (“cinco
de a caballo y cuarenta y cinco peones”, explica el propio Cortés en la segunda
y tercera Cartas de Relación), africanos, nativos cubanos y unos trescientos
indios aliados, para un total de 550 personas; la caravana se dirigía a
Tenochtitlán y llevaba abundantes y muy variadas mercancías y animales. Fueron
atacados en la región de Zultépec (seguramente por miles de guerreros) y
capturados casi todos. Los encerraron en una especie de cueva y avisaron a México-Tenochtitlán
para que enviara sacerdotes… Así, a lo largo de seis meses les fueron arrancando
el corazón a todos según convenía: se esperó a que los bebés en los vientres de
las embarazadas fueran los suficientemente grandes para sacrificarlos junto a
sus madres al dios correspondiente, e igualmente hicieron con los niños (en
recientes excavaciones se halló el cráneo de un niño de un año dentro de la
pelvis de una mujer…), una anciana de unos sesenta años, los soldados y
guerreros, los animales…, a todos se les extrajo el corazón en vida y se
ofreció a las diversas deidades. Luego se los comieron a todos, excepto a los
cerdos..
Tiempo después se organizó
una expedición de castigo. Cuando los españoles llegaron al lugar del
sacrificio se encontraron con escenas apocalípticas, según describe Díaz del
Castillo: “hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que
mataron, por las paredes que habían rociado con ella a sus ídolos; también se
halló dos caras que habían desollado, y adobado los cueros como pellejos de
guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en unos de sus altares”.
También sacrificaron caballos, cerdos, ovejas… En una de las paredes de la
cueva-prisión se encontraron con una pintada: “Aquí estuvo preso el sin ventura
Juan Yuste y otros españoles”. Los hallazgos arqueológicos han confirmado
totalmente las crónicas y documentos históricos. ¡Cómo pasarían esos meses de
cautiverio sabiendo lo que les esperaba!
Evidentemente, muchísima
sangre española corrió por aquellas tierras en aquellos azarosos, apasionantes,
trascendentes años. Sin embargo, sería estúpido juzgar a los nativos y
tildarlos de asesinos, pues aquel era el modo de actuar y comportarse en aquel
momento en aquellas tierras. No hicieron nada que no se hiciera en su tierra en
su tiempo.
CARLOS DEL RIEGO
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