La tecnología analógica conserva un algo especial para quien vivió sus años dorados, pero el avance y el lógico cambio es imparable. |
Todo cambia, especialmente en el
entorno del arte, donde hay evolución y ruptura, creación y revisión, y
constante variación y mutación. Lógicamente tal cosa se observa también en la nación
del rock & roll, donde las cosas han cambiado en todos los terrenos, desde
el artístico hasta el industrial pasando por el del comprador. Y como siempre,
en algunos aspectos la cosa ha mejorado y en otros no, no es mejor ni peor, y
existen razones para tener una u otra opinión.
Dese el punto de vista del comprador
las cosas han cambiado de un modo radical. Hoy hay una enorme facilidad para
escuchar lo que se desee instantáneamente, apenas un par de gestos y ya
escuchas lo que quieres, sin esfuerzo, sin coste y sin espera, sin cables ni
soportes. Pero también sin emoción, sin esa satisfacción que produce conseguir algo
que cuesta…, del mismo modo que apenas se valora aquello que se tiene a mano en
todo momento. Por el contrario, cuando se precisaban cables para todo, si
querías escuchar la música que te
gustaba era imprescindible que la tuvieras físicamente; y para ello había que
esperar hasta reunir la pasta y luego ir a comprar; eso sí, desde ese momento tienes
ese disco, esas canciones, ese objeto para siempre; hoy no hay que comprar, no
hay que tener objeto, de modo que se puede escuchar cualquier cosa en cualquier
momento. Por un lado todo es más cómodo, pero por otro, podría decirse que le
quita un poquito de encanto a la escucha. Quien conociera y viviera la época
dorada del Lp y las tiendas de discos añorará el deseo y la ilusión que se
tenía cuando se ahorraba, cuando se anticipaba el momento de tener el disco en
las manos, la emoción de ir a la tienda, tomar el ejemplar y llevarlo a casa,
el estreno, ponérselo a los amigos…, para esta gente, con el cambio se ha
perdido un poco de sustancia. Claro que también habrá quien diga que eso es una
chorrada…, y tal vez tenga razón.
La producción artista también ha tenido
que adaptarse al cambio, pues el avance de la tecnología marca. Cierto que se
sigue componiendo con una guitarra y hay románticos que procuran grabar al modo
tradicional, pero son los menos. Hoy uno solo y con un equipo relativamente
sencillo puede publicar como si fuera una banda sin salir de casa, pero no es
una banda, no tiene los matices, las sutilezas, los beneficios del conjunto.
Algo parecido ocurre con las grabaciones, puesto que son mayoría las
producciones en las que el compositor, el arreglista, el productor, los
ingenieros de sonido, los músicos y el solista no están nunca juntos en el
estudio, nunca se ven y apenas intercambian ideas; cada uno hace su trabajo en
solitario y lo reenvía para, finalmente, unir todas las piezas. Sin embargo,
los grupos de rock de la era pre-digital casi siempre estaban al completo en el
estudio de grabación, y aunque grabaran por separado y también encajaban piezas,
siempre se trabajaba allí y normalmente con todos presentes, cosa que, sin
duda, enriquece. Eso sí, aquello significaba la aparición de frecuentes choques
de egos y conflictos por casi todo. ¿Mejor o peor? Distinto.
La industria en sí ya no puedo
apellidarse discográfica. Sí, se editan y se venden ciertas cantidades de
elepés (con cifras en aumento) y también de cedés, pero en absoluto comparables
a los números que se manejan en las distintas plataformas y modalidades de descarga.
Cualquier canción está disponible en cuanto se desee. Se ha perdido la
conciencia de la posesión del objeto, el arte, los rituales y otras cosas, pero
se ha ganado inmediatez, total disponibilidad y difusión global incluso del
aficionado más humilde. Así, cualquiera puede convertirse en estrella mundial
sin depender de grandes empresas… Como casi siempre, en esto tampoco es todo
blanco o todo negro, sino que hay infinitos matices de grises.
Ayer casi había que esconderse para
escuchar rock & roll: “¡baja ese ruido, eso ni es música ni es nada, menuda
matraca!”, decían los sufridos padres de quienes pinchaban en casa a los
pioneros del heavy; hoy los hijos de aquellos que se encerraban en su cuarto
para imitar a los héroes de la Fender o la Gibson tienen que evitar las miradas
de sus hijos, que les observan horrorizados cuando menean la cabeza, cuando tocan
el air guitar o se marcan unos coros: “no hagas eso, que me da mal rollo”.
Actualmente nada hay más fácil que
escuchar música, incluso rock. Suena en todas partes y apenas se le presta
atención, pues cualquiera puede acceder a lo que quiera cuando quiera, es cosa
común y cotidiana; por el contrario, hace sólo unas décadas escuchar rock (o lo
que fuera) suponía algo más especial, no era tan constante y omnipresente, tan
accesible y, en fin, tan corriente; ir a escuchar música dependía más de la
voluntad y, generalmente, se le prestaba toda la atención. Por eso aquellos
momentos evocan magia y fascinación.
No hace tanto la música se degustaba
más, hoy se consume más deprisa. Sin duda, la música en general y el rock en
particular tenían entonces menos competencia, de modo que era fácil que tomaran
papel protagonista. En este siglo es sólo otro competidor más en la
abundantísima y creciente industria del entretenimiento.
Lógicamente, todo cambia, todo es
distinto, ni mejor ni peor.
CARLOS DEL RIEGO
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