Arrogantes, desafiantes posan las combativas políticas suecas en Europa.... |
Pero se vuelven sumisas y aceptan la condición de inferioridad que se impone a la mujer en el mundo musulmán.. |
La azafata de una compañía aérea lleva tiempo
pleiteando en España para que se le permita llevar un pañuelo en la cabeza que
remarque su condición de musulmana; y ello aun cuando las normas que ella
aceptó al firmar su contrato le exigen el uso del uniforme, el cual no incluye
esa prenda. Ahora un juzgado le da la razón, con lo que la señora en cuestión
podría (si la cosa acaba aquí) salirse con la suya, o sea, pasar por encima de
los reglamentos que los demás acatan, e imponer las exigencias y costumbres
islamistas. Parece cosa de nada, una tontería sin más importancia, sin embargo,
ese pequeño logro es un comienzo, una fisura por la que un día podrán colarse
otras leyes coránicas que hoy parecen impensables.
Es sorprendente comprobar cómo un
gobierno combativo y que presume de feminista, como es el sueco, se achanta y
se vuelve sumiso cuando trata con los gobiernos más machistas del planeta. Al
igual que las feministas más guerreras, las mujeres de ese gobierno sólo se
atreven a defender sus ideas, su feminismo, en Europa, en occidente, donde todos
tienen sus derechos asegurados y por tanto se sienten fuertes; sin embargo,
cuando se trata de plantar cara al machismo más asqueroso y retrógrado, agachan
la cabeza, obedecen, aceptan, asumen la condición de inferioridad que la mujer
tiene en los países gobernados por el Corán. Asombra que el gobierno sueco
saque pecho y proclame pomposamente ser el primer gobierno feminista del mundo
(en realidad es machista hasta las cachas, pues reproduce los métodos machistas
de escoger cargos en función del sexo), pero allí donde tiene que poner sus
principios encima de la mesa, los calla y los esconde. Del mismo modo, no hará
falta subrayar que ninguna de las ‘femen-istas’ se atrevería jamás a llevar a
cabo ninguna de sus ‘acciones’ en Arabia Saudí o Irán, ni siquiera en Turquía,
y no digamos en Pakistán o Afganistán…, serían inmediatamente, salvajemente, lapidadas
por la multitud, o dadas de latigazos, o colgadas de una grúa. En fin, que la
arrogancia y superioridad con que algunas feministas militantes se expresan
aquí, se vuelve humilde sumisión, untuoso e incondicional sometimiento donde
más se necesita su postura.
Al aceptar las condiciones que exigen
los musulmanes tanto aquí como allí, se les está trasladando el mensaje de que
tienen razón, de que están en su derecho de exigir tanto si son acogidos aquí
como si son anfitriones allí. Por ello, puede afirmarse que el gobierno sueco
es sexista, porque discrimina a las personas en función del sexo, y machista,
porque se arrodilla y acata lo que le piden los más machistas (a cambio de
contratos, o sea, dinero), que son los que se rigen por leyes que discriminan e
infravaloran a la mujer. Afirma la ministra en cuestión que “no hay que mezclar
derechos humanos y comercio”. ¡Sí señor, esto es coherencia!; la misma con la
que criticaron duramente las posturas y declaraciones machistas de Trump, a la
vez que sonríen serviles ante quien impone por ley la sumisión femenina, ante
alguien que ni siquiera les da la mano.
En los últimos meses se han divulgado
muchos casos de esta naturaleza, pero el de los pañuelos de la azafata y las
ministras suecas son perfectamente ilustrativos del deseo de la mayor parte de
los musulmanes: exigen que si vas allí te pliegues a sus costumbres, y si ellos
vienen aquí, exigen lo mismo, que te pliegues a sus costumbres. Puede parecer
una tontería prestar tanta atención a que las mujeres se coloquen o no un trozo
de tela en la cabeza, pero en realidad eso es sólo un primer paso, un inicio,
una forma de abrir una rendija… Así, después, poco a poco, irán llegando otras
peticiones. Por ejemplo, solicitarán primero y luego reivindicarán como derecho
que nadie coma cerdo o beba alcohol en su presencia; que en los colegios se
certifique que los animales que comen sus hijos (nada de porcino, claro) hayan
sido sacrificados mirando a La Meca; que no haya cruces a la vista, incluso que
se retiren del exterior de las iglesias (la marca de coches Chevrolet tuvo serios
problemas porque en su imagen de marca aparece una cruz, achaparrada, pero una
cruz) y, por supuesto, pedirían la desaparición de símbolos e imágenes
cristianas de las procesiones, y de las banderas y emblemas de ciudades y
regiones, y hasta de los escudos de los equipos de fútbol; luego se sentirán
fuertes para reivindicar que durante el Ramadán nadie coma en público…, y así
hasta que llegue un día en que, sin que la población anfitriona se haya dado
cuenta, todo esté regido por la Sharia.
Una estimación muy fiable apunta a que
los musulmanes serán un 20% de la población sueca en una o dos generaciones, lo
que quiere decir que en unas cuantas décadas se harán con el poder. En Francia
el voto musulmán estaba repartido, pero últimamente se ha creado una asociación
para aglutinar a todos los votantes mahometanos; además, es sabido el desprecio
que grandes masas de hijos de inmigrantes de origen árabe o norafricano sienten
hacia el país que acogió a sus padres o abuelos. Alemania está comprobando que acoger
sin más no es solución pues, además de haber sufrido graves atentados (y otras
acciones que se ha tratado de disimular, como la de los abusos sufridos por
alemanas a manos de refugiados árabes) no sabe qué hacer, cómo gestionar la
supervivencia e integración de tantos islamitas. Es innegable, en fin, que la
tasa de maternidad de las mujeres musulmanas es mucho mayor que la de las
europeas (de otras religiones, se entiende), por lo que puede convertirse en
realidad lo que apuntaban desde los centros de poder islámico: “Nos impondremos
no por la espada, sino a través de los vientres de nuestras mujeres”.
¿Exagerado?
CARLOS DEL RIEGO
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