Los vientres alquilados fabrican bebés para su venta.. |
Así es, el comprador encarga la
fabricación de una persona y paga por ello, del mismo modo que se puede
contratar la construcción de una casa o de un automóvil, con su precio, sus
plazos de entrega y demás condiciones del contrato. Así, cuando se abona por el
uso de las ‘instalaciones’ reproductoras de una mujer, lo que se hace es privar
a la persona de su humanidad, convirtiéndola en una cosa, como lo son las casas
y los coches. En resumen, lo que se pretende debatir es si permitir o no la
fabricación de seres humanos y, lógicamente, la legalización de
granjas-factoría que los produzcan.
Actualmente ya existen en algunos
países industrias dedicadas a producir niños, como Estados Unidos, otros donde
está permitida su fabricación, como Grecia o Rusia, y otros más en los que está
prohibido, como España, Francia, Italia, Alemania o Suiza. Sea como sea, este
nuevo negocio está abriendo mercados, de modo que muy pronto se pondrán en
marcha por todas partes factorías donde se manufacturen críos. De hecho, en USA
estas fábricas ya promocionan sus servicios, aún con mucho tiento, pero pronto
se podrá ver la publicidad abierta y competitiva de estas granjas. Sí, habrá
publicidad, se harán anuncios mostrando lo bien alimentadas, limpias y sanas
que están las ‘ponedoras’ de esta o aquella empresa; y también se ofertará la
fabricación artesanal, es decir, la elaboración de bebés no a escala
industrial, no en granja, sino en casa. Y se propondrán muchas otras promociones
a los compradores, como por ejemplo la opción de una alimentación vegetariana para
la mujer-máquina a fin de que el ‘producto’ final no haya tenido nunca contacto
(no se haya ‘contaminado’) con alimentos de origen animal; o como, si el
cliente lo desea, la ausencia de medicamentos y vacunas en la ‘productora’
durante todo el proceso; e igualmente podría elegirse la raza del útero
arrendado o, por un poco más del precio base, manipular genéticamente el óvulo
implantado según los deseos del consumidor. Sin duda aparecerán ofertas y
marcas baratas (‘low cost’). Ni que decir tiene que, en tanto que
granja-factoría incorporada al mercado, todos los ‘productos’ con defectos o
taras serían desechados (y/o aprovechados y reciclados). ¿Habría producción en
serie o sólo por encargo?
Nada de esto es ajeno a los modos de
industrias, firmas comerciales y empresas que compiten por el consumidor, así
que, si la cosa se legaliza a escala mundial, ¿por qué no iban a regir en esta
industria los mismos parámetros que funcionan en el ramo de la alimentación,
del vestir o del mueble de cocina? Este tipo de escenarios no serían extraños
en caso de que triunfe la idea de que es legítimo y moralmente aceptable la
fabricación a escala industrial (o artesanal) de hombres y mujeres destinados a
su venta.
Es fácil equiparar la situación de la
mujer que se alquila como objeto sexual con la que se alquila para la
producción y venta se seres humanos. Las dos lo hacen obligadas por la
necesidad, y la mayoría proceden (y procederán) de países pobres, son chicas que
se venden por pura subsistencia. Es decir, este ‘trabajo’ quedará
exclusivamente para jovencitas sin otro recurso que su propio organismo, pues
ninguna mujer se prestaría a sí misma para una u otra cosa por gusto. No sólo
es una muestra de machismo extremo, no sólo es un ejemplo de explotación y
aprovechamiento de la situación menesterosa de la persona, sino que en el fondo
tiene un matiz de auténtico nazismo. La idea central de los nazis era que
ellos, como raza superior, podían decidir quién podía ser considerado hombre y
quién no; hoy, con la aparición de estas granjas-factoría, empresarios y
doctores se creen legitimados para sacar provecho de la fabricación de personas
como cualquier otro producto (algo parecido a esos otros doctores que se ven tan
superiores que entienden aceptable extraer un ser vivo de la especie humana en
fase de gestación y matarlo o dejarlo sobre una bandeja para que muera de
hambre y de frío… a cambio de dinero). También puede afirmarse que los que
ganan pasta vendiendo a sus semejantes tienen algo de negreros.
Lo que desde un punto de vista moral
subyace en este feo asunto es la cosificación de la persona, el ver al ser
humano como una cosa que podemos fabricar, ofertar, promocionar, distribuir y
vender como cualquier otro producto de consumo. Y también hay que considerar la
moralidad del cliente dispuesto a comprar un bebé. ¿Y si un día el crío
pregunta a ‘sus padres’ cuánto costó, cuánto pagaron por él?
Asimismo, la manufactura de bebés para
su venta podría ser un primer paso, de manera que el siguiente sería la
fabricación de niños que, a las pocas semanas de gestación, serían extraídos y
utilizados como simples suministradores de órganos para el mercado…
Todo está en la relajación moral a la
que estén dispuestos a llegar los legisladores, los industriales, los doctores,
los clientes, la gente en general.
CARLOS DEL RIEGO
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