Greg Lake también bebió en fuentes clásicas, con su grupo ELP y en solitario. |
Bien puede decirse que esos géneros
surgidos en el siglo XX tienen una deuda con lo que se conoce como la gran
música. Así, hay primeros espadas en la corta historia del rock que pueden
presumir de su formación clásica, con lo que toda su trayectoria está marcada
por esos estudios; igualmente, son muy abundantes las canciones cuya idea
inicial procede de partituras de los grandes genios clásicos; tampoco son
escasos los títulos que reconocen su inspiración en sonatas, nocturnos, arias, e
incluso reproducen con mayor o menor fidelidad pasajes enteros; y también hay
numerosas versiones, adaptaciones, actualizaciones de obras concretas de
Beethoven, Bach, Tchaikovski… Sí, sin duda el rock & roll ha tomado
prestado mucho material de tan sonoros nombres; además, como ya no generan
derechos de autor, están a disposición de todo el que se atreva.
Hace unos días (XII-16) el legendario
trío inglés Emerson, Lake & Palmer sufría su segunda baja, pues el
guitarrista, bajista y cantante Greg Lake fallecía de cáncer, sólo unos meses después
de la muerte del teclista Keith Emerson, quien fue un apasionado de la
conjunción clásica-rock. De hecho, ELP siempre llevó a gala esta tendencia, con
orgullo, con conocimiento, con atrevimiento…, y con excelentes resultados.
Entre sus logros más llamativos está el nuevo tapizado que dieron a la obra
‘Cuadros de una exposición’ del ruso Modest Músorgski (a través del arreglo
para orquesta que hizo Maurice Ravel), atreviéndose incluso a añadir cosecha
propia. Guitarras y pianos, teclados de última generación y agresivas baterías
rock, ideas imperecederas que vuelven a lucir gracias a nuevas perspectivas…,
una fructífera y mágica operación artística. No fue la única vez que pescaron
en los mares del clasicismo, al contrario, sus álbumes están muy adornados con
nombres históricos de la gran música. En fin, gracias a este empeño de ELP,
muchos miles de jóvenes en todo el mundo entendieron que la música es música, y
que los géneros no son otra cosa que decoración, presentación, y que lo
importante es el ingenio, el talento que el autor ha vertido en su partitura
para que otros la interpreten.
El caso es que, se reconozca en los
créditos o no, hay una larga lista de canciones cuyos autores metieron la mano
en la caja de los clásicos para confeccionar sus discos. No es cuestión de
enumerar uno tras otro; basten algunas menciones. Por ejemplo, Sting (que no es
muy dado a acreditar a otros) ha tirado de Prokofiev, al igual que Eric Carmen
de Rachmaninov; Billy Joel firma alguna que otra obra ‘a medias’ con Beethoven;
la inmortal, evocadora y exitosa ‘A whiter shade of pale’ de Procol Harum (conocida
en español como ‘Con su blanca palidez’) agarra más de una de Bach; Queen en su
‘It´s a hard life’ reconoce la deuda con ‘I pagliacci’ de Leoncavallo.
El ‘It´s now or never’ que popularizó
Elvis es, evidentemente, el célebre ‘O sole mio’ de Eduardo di Capua. El
espectacular teclista Rick Wakeman picó de aquí y de allá muchas veces,
destacando sus improvisaciones sobre partituras de Brahms; incluso el propio John Lennon explicaba que
el tema de los Beatles ‘Because’ surgió tras escuchar una sonata para piano de
Beethoven.
La relación de artistas contemporáneos que
buscaron luz en otras formas, en otras épocas, es verdaderamente extensa. Y
también se pueden añadir las ocasiones en que lo que hacen es, simplemente, una
versión, y así se reconoce en los créditos…, casi siempre. Por ejemplo, los
enloquecidos y siempre jubilosos Madness se atrevieron a condimentar con el
divertido ritmo ska el movimiento más famoso de ‘El lago de los cisnes’ de
Piotr Tchaikovski; el fruto de esta mezcla con ingredientes aparentemente
incompatibles no sólo es muy fácil de degustar, sino que parece haber sido
concebido para el baile y el jolgorio. ¿Qué hubiera pensado el compositor tardo-romántico
ruso sobre esta reinterpretación? Y por otro lado, ¿quién puede decir que la
música clásica es aburrida?
El inefable Ian Anderson recreó para el
segundo Lp de su grupo, Jethro Tull, el ‘Bourée in E minor’ de Bach; sin
embargo, a diferencia del anterior, incomprensiblemente Anderson no acreditó al
alemán…, al menos en las primeras ediciones del mencionado álbum, en cuyos créditos
aparecía él solo como autor a pesar de que la cosa era un clamor al ser pieza
sobradamente conocida. De todos modos, el arreglo (suave y respetuoso) tiene su
mérito, y la flauta travesera del inglés recorre con mucha clase las notas
originales.
La aportación hispánica puede
representarse con la reinterpretación que Los Canarios realizaron de ‘Las
cuatro estaciones’ de Vivaldi, la cual fue convertida en ‘Ciclos’ y dotada con
otra historia; un trabajo monumental que, al menos a unos cuantos, les sirvió
para reconocer todos los movimientos y pasajes de la partitura original en
cualquier momento, ya fuera en primavera o en invierno… Tampoco puede olvidarse
el éxito internacional que alcanzó Miguel Ríos cuando cantó la adaptación (de
Waldo de los Ríos y Amado Regueiro) de la ‘Oda a la alegría’, el extracto
universal de la ‘novena’ de Beethoven.
Por último, y volviendo al recientemente
finado, Greg Lake no se resistió a tomar por su cuenta otra de Prokofiev para
construir su preciosa ‘I believe in Father Christmas’.
Está claro, la clásica y el rock no son
en absoluto antagonistas.
CARLOS DEL RIEGO
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