Existen indicios racionales de que el petróleo de las aguas de Colombia ha influido en la concesión del Nobel al presidente Santos.. |
El Premio Nobel de la Paz (el único que
entrega Noruega) está siendo contestado con demasiada frecuencia, mucho más que
los demás, Literatura, Economía o Medicina, ya que los galardonados con éstos
no son tan conocidos, son más técnicos y, por tanto, levantan menos
controversia. Y aunque abundan los casos en que la distinción que premia al
máximo adalid de la paz fue absolutamente merecida, es oportuno recordar que algunos
premiados eran cualquier cosa menos pacifistas: se concedió al presidente de
Usa Theodore Roosevelt (1906), quien llevó a cabo una política expansionista e
imperialista en el Pacífico, Caribe, Centro y Sudamérica, casi siempre con la
doctrina de “hablar tranquilamente a la vez que se esgrime un gran palo”;
también a Woodrow Wilson (1919), que siguió con el intervencionismo en
Iberoamérica y con su idea de quitar a los ‘malos’ y poner a los ‘buenos’ en
los países que interesara a EEUU, era racista y abierto admirador del Ku Klux
y, por si fuera poco, fue quien implantó la Ley Seca; más recientemente se
entregó el Nobel de la Paz a un más que dudoso Henry Kissinger (apoyó a
dictadores y golpistas sudamericano y la Operación Cóndor) y, en fin, se
invistió a Obama por ser un presidente negro y ‘por si acaso’.
A pesar de los precedentes, la designación
del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue una sorpresa para casi
todos, ya que, aunque sus intentos de paz sean loables, de momento no ha
conseguido nada (los premios deberían otorgarse por éxitos, por logros, no por
intentos) y, para avivar el fuego de la polémica, su propuesta ha resultado
inaceptable para su pueblo, que la rechazó.
Resulta que se ha conocido (en realidad
la noticia fue publicada en el diario colombiano El Tiempo en 2014) que la
señora que hoy preside el jurado que otorga este Nobel (llamada Kaci Kullman
Five) había sido representante en Colombia de la empresa estatal noruega de
hidrocarburos; y que el presidente Santos, que fue quien dio el visto bueno a
la aceptación de esta mujer en los procesos negociadores, concedió en 2014 el
permiso de prospección y explotación de las aguas territoriales colombianas en
el Caribe a la mencionada empresa estatal noruega. Tiempo después, cuando
Santos inicia las conversaciones con las Farc, el gobierno Noruego se ofrece
como avalista del mismo… Y ahora se otorga el Nobel para un Santos que ha
invertido seis años y millones y millones en diseñar un documento de paz que es
prácticamente una rendición (siguieron matando durante las negociaciones), que
ha sido rechazado y, por consiguiente, que puede tildarse de auténtico fracaso.
¿Por qué se habrá premiado un intento tan fallido?
Parece, en fin, que hay indicios
razonables para dudar de la limpieza y sinceridad de las intenciones de Noruega
al conceder el máximo premio mundial en el terreno de la paz a Santos. Sobre
todo si se echa un vistazo a los antecedentes de la empresa petrolera noruega (Statoil),
que está manejada por el gobierno de este país: es conocido (se puede encontrar
toda la información fácilmente en la red) que esta compañía estatal fue
condenada en los propios tribunales noruegos en 2004 por sobornar a políticos
iranís para conseguir información confidencial, contratos y concesiones; y un
par de años después hubo de pagar una multa millonaria tras ser sentenciada por
lo mismo en EEUU. La tal Kullman Five ya era entonces representante de la
empresa Statoil y, sin duda, quien diseñaba o consentía estas operaciones. Con
estos antecedentes es fácil llegar a la conclusión de que, en pos de sus
intereses, el gobierno noruego (que está detrás de la concesión de los premios
y de la dirección de la empresa) ha movido los hilos en todo este turbio
asunto. Queda claro que hay de todo en cualquier país, y que no por ser
escandinavo se es un espíritu puro ni la bondad personificada, es decir, no hay
lugar ajeno a corrupciones, manipulaciones e inmoralidades: ¡En todas partes
cuecen habas!
Por otro lado, es oportuno recordar que
los partidarios de la paz a cualquier coste siguen manteniendo que es mejor una
mala paz que cualquier guerra. Sin embargo la cosa no es tan simple. Así, quienes
apoyan este razonamiento hubieran cedido a todo lo que Hitler exigía en 1939
para mantener la paz, es decir, además de los Sudetes le hubieran entregado
Polonia, Alsacia y Lorena…, y (según ese modo de pensar) cuando invadió
Bélgica, Holanda y Francia nadie debería haberse defendido, nadie debería haber
recurrido a las armas, pues había que conservar la paz costara lo que costara
(a propósito, si Hitler hubiera detenido la guerra en 1941, ¿hubiera merecido
un Nobel?). Y el mismo razonamiento puede plantearse en muchísimos otros
conflictos a lo largo de la Historia, en los que no hubo más remedio que la
guerra. En resumen, ese pensamiento que dice que cualquier paz es preferible a
cualquier guerra equivale a señalar que hay que ceder a todas las exigencias
del enemigo para preservar la paz.
Por todo ello, por la evidencia del uso
político y económico que del Nobel de la Paz hace el Gobierno de Noruega, y por
la claudicación que de hecho supone la fracasada propuesta Santos-Farc, puede
afirmarse que tan importante distinción ha perdido mucho del no demasiado
prestigio que le quedaba. Y que a nadie extrañe si el siguiente Premio Nobel de
la Paz es para… ¡Hillary Clinton!, aunque no haya tenido tiempo de hacer nada.
CARLOS DEL RIEGO
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