Las soluciones del curandero Maduro son las mismas que propone el visionario Iglesias, así que, llegado el caso, el resultado será el mismo. |
Por extraño que parezca, existe un porcentaje
significativo de españoles que confían en los remedios propuestos por los
santeros y sanadores a pesar de que carecen del menor rigor científico o
empírico. El caso de aquel padre doliente que denuncia a esos estafadores de la
salud que engañaron y llevaron a su hijo a la muerte no es algo aislado; de
hecho, sucesos similares son preocupantemente abundantes. Tal vez el más
llamativo fuera el de Steve Jobs, a quien se diagnosticó un cáncer de páncreas
de pronóstico bastante benigno, sin embargo, el genio informático se obstinó
durante meses en despreciar los métodos probados y prefirió una ‘solución’
alternativa a base de hierbas, comidas específicas e incluso videntes…, hasta
que su salud empeoró de modo irreversible; entonces sí que aceptó ser operado,
aunque se siguió negando a la radio y quimioterapia; lógicamente, el tumor
siguió avanzando; un especialista señaló que todos sus pacientes (todos) con
ese tipo de cáncer habían sobrevivido más de diez años, y muchos de ellos más
de 20, por lo que declaró que Jobs murió “innecesariamente muy pronto”.
Pues algo muy parecido, calcado a veces, sucede en
el terreno político. En los últimos años han aparecido un buen número de
curalotodos que llegan con una serie de ‘remedios milagrosos’. Así, mientras
que la política más típica propone medidas costosas, pesadas, dolorosas y con
vistas a largo plazo, los embaucadores ofrecen fórmulas mágicas, asegurando que
en poco tiempo y sin costes ni esfuerzo van a solucionar todos los problemas…
Pero pasado el tiempo, el país con problemas de salud que prefirió la opción
inmediata, fácil y ligera se encontrará al borde del colapso total, mientras
que el que optó por las soluciones ya comprobadas sufrirá, tardará, pero al
final saldrá del atolladero. Por eso, los países que recientemente se
inclinaron por apoyar a los curanderos de la política, Grecia y Venezuela,
están pagando precios altísimos por tamaña decisión: el binomio Chaves-Maduro
ha conducido al país productor de petróleo a la ruina más absoluta y al
desabastecimiento más angustioso (por no hablar de derechos), mientras que en
la cuna de la Filosofía sólo dieron marcha atrás cuando estaban a milímetros
del abismo, con lo que sus problemas tardarán más en solucionarse y serán más
onerosos.
A lo largo de la historia reciente se han dado numerosas
casos en los que los pueblos han creído al charlatán que prometía resultados
inmediatos sin grandes sacrificios. A pesar de todo, gran parte de la población
parece haberlo olvidado, pues en la actualidad han emergido en el mar de la
política unos cuantos iluminados que, con mensajes simples y fáciles de creer,
se han atraído a muchos miles de ciudadanos deseosos de soluciones rápidas: los
Le Pen, los Beppe Grillo, los Varoufakis o los Iglesias; el francés y el
italiano, a pesar de algunos buenos resultados electorales, no han embaucado a
los suficientes como para imponer sus ungüentos y pócimas mágicas; el griego
estuvo cerca, pero finalmente salió escaldado y le obligaron a dimitir ante la
certeza de a dónde iba a conducir a los helenos; Iglesias, con sus gestos
grandilocuentes y provocadores y su palabrería prepotente, está cerca del pescante
y de las riendas, de manera que si se hace con ellas los españoles se verán
como griegos o venezolanos.
Indiscutiblemente la política de siempre, esa que
plantea tratamientos comprobados empíricamente, está plagada de imperfecciones,
cosa evidente y casi lógica, puesto que toda persona está cargada de defectos;
sin embargo, a la larga y con todas sus corruptelas, triquiñuelas y cinismos,
siempre resulta muchísimo mejor que la que quieren implantar los que, al modo
de sanadores y videntes, están convencidos de unas recetas que jamás han dado
resultado.
Nadie supera una enfermedad grave lejos de la
medicina tradicional, lo que no quiere decir que ésta solucione todo y deje al
paciente derrochando salud hasta su último día. Igualmente, ningún país supera
sus problemas echándose en brazos de visionarios y profetas armados con políticas
alternativas (léase disparatadas), cosa que no implica que las reglas y modelos
tradicionales sean un dechado de virtudes.
Aquellos que estén decididos a entregar su confianza
a los nigromantes de la política con el convencimiento de que van a convertir
el país en un paraíso, deberían pensar que, en realidad, se van a poner en
manos de curanderos, y cuando se den cuenta puede que sea tarde. Como el
desdichado joven mencionado al principio, quien en su lecho de muerte confesó a
su padre un desgarrador: “papá, me he equivocado”.
CARLOS DEL RIEGO
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