jueves, 24 de marzo de 2016

LA ENVIDIA, CAUSA DEL ODIO ISLÁMICO Y DEL DE SUS ALIADOS OCCIDENTALES Las atrocidades perpetradas por los prehomínidos islámicos aterrorizan en todas partes, aunque buscan hacer el máximo daño a las democracias occidentales. La pregunta es ¿por qué ese odio enloquecido a Occidente?

Por inconcebible que resulte, hay europeos que comparten ideas y conceptos con los terroristas , como el odio a occidente.
Esa es la cuestión, puesto que el rencor especial que sienten hacia todo lo que suene a occidental está en el origen de esa violencia ciega que sienten esos sarracenos de mente estrecha, casi todos nacidos y criados en Europa. El caso es que, entre otras, una de las causas de ese odio islamista y deshumanizado hacia Europa y Usa (aunque matan en cualquier lugar del planeta) es la envidia, la más pura, insana, visceral y violenta envida. Su mayor deseo, su más pasional anhelo es hacer daño a las democracias surgidas de la tradición judeo-cristiana. ¿Por qué?, pues porque éstas han conducido al sistema político que, cargado de imperfecciones y defectos, se va imponiendo como el menos malo: la democracia. Y esto, el hecho de que las ideas con raíces bautizadas triunfen, resulta insoportable a los que, en el fondo, sólo entienden la existencia de las diversas creencias como enfrentamiento armado (igual que hace mil años).

Como señala Antony Beevor (gran especialista en las guerras del siglo XX) en su ‘París después de la liberación’, ningún país ama a su libertador. Siguiendo esa línea argumental, se puede admitir sin temor a la exageración que nadie ama al que le saca de la miseria, al revés, existen muchas personas que odian a muerte a quien le proporciona libertad, bienestar, futuro, sobre todo si esas personas se niegan radicalmente a sentirse parte de su país de acogida. La demostración más palpable es el evidente rencor que los norteafricanos y musulmanes en general (sobre todo los de segunda o tercera generación) sienten hacia la Francia que los acogió, les dio derechos y libertades, servicios sociales, trabajo…, porvenir. Tal vez la razón de tal ingratitud sea la sensación de que jamás podrán devolver tanto como han recibido, de modo que ese sentimiento se transforma en una inquina rabiosa que (combinada con otras causas) desemboca en sed de sangre. 

Por otra parte es innegable que, en los últimos quinientos años, ningún país musulmán ha albergado el mínimo progreso, al contrario, esa cultura no hace más que retroceder; y para explicar esta afirmación no hay más que recorrer el mapa de países donde es ésta la doctrina imperante: son países lastrados por la injusticia en los que apenas existen las libertades asumidas como elementales en occidente, son auténticas dictaduras donde la mitad de la población (la femenina) carece de derechos, donde se mutila, se azota y se lapida, donde el fanatismo es la ley. Si se prescinde de la tecnología, esas poblaciones viven, piensan y actúan de modo idéntico a como lo hacían en la Edad Media.

Por ello, parece oportuno recordar que todo avance tecnológico, filosófico y de pensamiento, toda mejora médica o social, toda conquista en ámbitos de derecho y libertad, incluso algo tan universal como el deporte, procede de esos países en los que, un día, la razón se impuso al fanatismo más colérico y regresivo. Y esto es, precisamente, lo que no soportan los más enloquecidos y descerebrados musulmanes: su religión no permite el avance, no aporta nada al beneficio de la Humanidad, lleva medio milenio sin ofrecer una idea o una obra de provecho a la sociedad humana (excepto algún buen escritor) y, por tanto, miran con envidia a los países que anclan sus raíces en el cristianismo, que son los que prácticamente a diario proponen nuevos proyectos, nuevos conceptos, nuevos ingenios que ayudan y se aprovechan en todo el planeta.

Bueno será recordar ahora que en España hay partidos (nuevos y viejos) que se han negado a apoyar una declaración en contra de la violencia terrorista-yihadista; no es que se hayan opuesto a una acción armada o a una campaña de sanciones económicas, nada de eso, han rechazado con altanería y orgullo firmar un papel en el que sólo se manifiesta la repulsa a la violencia terrorista, sanguinaria, indiscriminada. Y si esos partidos políticos (básicamente los unidos y los que pueden) no están con los que escriben es que están con los que ponen bombas. Así de sencillo, puesto que en temas como este no hay puntos intermedios, es decir, el que sostiene que “poner bombas está mal pero…” está justificado, excusando, protegiendo o defendiendo la masacre como recurso. Así de sencillo. Y la razón de esa traición conceptual también está bastante clara; por un lado, uno de esos partidos emergentes ha recibido financiación de un país islámico, por lo que al callar está protegiendo a su benefactor; y por otro, los integrantes de esos partidos políticos (muchos de los cuales se declaran abiertamente antisistema), odian a occidente tanto como los musulmanes, ya que, al igual que éstos, no soportan que el progreso que surge de la Ilustración (de donde salieron conceptos como Derechos Humanos, Democracia, Igualdad) tenga su raíz en la tradición cristiana. Así, no puede sorprender que existan individuos que, con tanta inteligencia como una ameba, afirmen que la culpa de que unos tipos se pongan un cinto de explosivos y maten a cuantos más mejor, es del país que los acogió y, por extensión, de todo occidente.

Desgraciadamente esta barbaridad volverá a repetirse.    


CARLOS DEL RIEGO

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