miércoles, 16 de marzo de 2016

EL USO INTERESADO DE PALABRAS COMO CAMBIO O PROGRESO El enmarañado panorama que actualmente (III-16) preside la esfera política española está dando para una vorágine de declaraciones y opiniones; así, continuamente se escuchan términos como cambio o progreso, aunque dándoles un sentido discutible.

Cambio no es sinónimo de mejora
Los protagonistas de esta desenfrenada carrera de proclamas, consignas y eslóganes son tanto los profesionales de la cosa política como los medios de comunicación, que se hacen bocas a diario de todo lo que aquellos sueltan por sus ídem. De este modo se están repitiendo letanías que, a fuerza de decirlas unos, repetirlas los otros y escucharlas todos, terminan por ser aceptadas como verdades inamovibles; sin embargo, si se reflexiona con detenimiento en torno a esas supuestas verdades surgen en principio las dudas, las cuales pueden conducir a una negación categórica sostenida con graníticos argumentos.

Por ejemplo, varios de los líderes políticos que pugnan por encaramarse al sillón presidencial (así como medios de comunicación) vienen proclamando desde hace meses consignas del tipo de “los votantes han decidido terminar con el bipartidismo”. En primer lugar, ‘los votantes’ no es una singularidad, no tiene un único pensamiento, no es un ente con idea propia ni tampoco un banco de peces que se mueven todos a la vez respondiendo al mismo impulso; dicho de otro modo, los votantes sólo tienen en común que han ejercido ese derecho, pero más allá de este concepto sólo existe cada votante con toda su circunstancia, de modo que cuando uno va a votar no mete la papeleta pensando en desterrar el bipartidismo (eso podría hacerse si se pudiera votar diez veces y se eligieran diez opciones distintas), sino que cada uno de ellos vota con el deseo de que su partido sea el más apoyado.

La otra parte cuestionable de la frase es la pretensión de exterminar el ‘bipartidismo’, sin embargo, tampoco debe ser tan indeseable cuando está tan asentado en muchos de los países con más rancia tradición democrática; e incluso en varios de ellos se ha impuesto esa sublimación del bipartidismo que es la segunda vuelta, cuando sólo se puede votar por A o por B, siendo éstos los dos primeros de la carrera electoral. Lógicamente, la idea de acabar con el dominio de los dos más potentes sólo la tienen los que sólo aspiran a la medalla de bronce… Puede deducirse, por tanto, que el bipartidismo no es necesariamente perverso y, en consecuencia, quien se presenta con esa idea no está proponiendo un beneficio indiscutible. Existe, asimismo, una variante de aquella frase, la cual asegura que ‘los votantes no quieren más mayorías absolutas’, una afirmación absolutamente falsa, ya que todo votante vota con el deseo y la ilusión de que su partido logre esa superioridad matemática; en pocas palabras, puede asegurarse que todo votante desea la mayoría absoluta para su opción política. Sin duda. 

Otro mantra repetido con insistencia es, más o menos, “somos un partido de cambio y de progreso”. Nuevamente puede argüirse que el cambio no es obligatoriamente algo bueno, no conlleva beneficio simplemente por ser cambio; por ejemplo, si el Barça cambia a Messi por el delantero del Avellino no habrá mejorado, habrá cambiado, sí, pero ese cambio habrá sido para peor…, para mucho peor (no es el caso, claro, pero el ejemplo sirve para mostrar que cambio no es sinónimo de beneficio). Siguiendo con este razonamiento, cuando uno expone su intención de cambio como principal valor y único aval, no significa que el tal vaya a terminar con todos los problemas: el cambio por el cambio no trae como consecuencia segura e inevitable bienes y soluciones para todos.

En cuanto a lo de ‘progreso’, también es algo debatible, ya que lo que para unos es progreso y avance para otros es regreso, retorno. Este razonamiento se puede ilustrar comprobando cómo los que se presentan como ‘progresistas’ no dejan de mirar al pasado: insisten en cuestionar y revisar (con intención belicosa, provocativa) sucesos pretéritos como la Transición, regresan una y otra vez a la Guerra Civil (buscando el enfrentamiento sectario) o incluso retroceden más atrás en la Historia de España, ya sea para renegar de la expulsión de los musulmanes o de la presencia española en América; por eso, a muchos que se creen y se proclaman ‘progresistas’ les encantaría poder modificar los libros con la ilusa pretensión de que de este modo quedarían cambiados los hechos, la Historia. Asimismo, sus proposiciones para conseguir ese supuesto progreso son vetustas, probadas y fracasadas desde hace decenios. Por ello, lo que unos entienden como progreso otros lo ven como regreso.

Sí, el uso partidista e interesado del vocabulario es una constante en la cancha política y todos, todos, lo utilizan como recurso imprescindible. El caso extremo se da en los totalitarismos, regímenes que han hecho (hacen) de la palabra un arma.   
     

CARLOS DEL RIEGO

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