Cambio no es sinónimo de mejora |
Los protagonistas de esta desenfrenada carrera de
proclamas, consignas y eslóganes son tanto los profesionales de la cosa
política como los medios de comunicación, que se hacen bocas a diario de todo
lo que aquellos sueltan por sus ídem. De este modo se están repitiendo letanías
que, a fuerza de decirlas unos, repetirlas los otros y escucharlas todos,
terminan por ser aceptadas como verdades inamovibles; sin embargo, si se
reflexiona con detenimiento en torno a esas supuestas verdades surgen en
principio las dudas, las cuales pueden conducir a una negación categórica
sostenida con graníticos argumentos.
Por ejemplo, varios de los líderes políticos que
pugnan por encaramarse al sillón presidencial (así como medios de comunicación)
vienen proclamando desde hace meses consignas del tipo de “los votantes han
decidido terminar con el bipartidismo”. En primer lugar, ‘los votantes’ no es
una singularidad, no tiene un único pensamiento, no es un ente con idea propia
ni tampoco un banco de peces que se mueven todos a la vez respondiendo al mismo
impulso; dicho de otro modo, los votantes sólo tienen en común que han ejercido
ese derecho, pero más allá de este concepto sólo existe cada votante con toda
su circunstancia, de modo que cuando uno va a votar no mete la papeleta
pensando en desterrar el bipartidismo (eso podría hacerse si se pudiera votar
diez veces y se eligieran diez opciones distintas), sino que cada uno de ellos
vota con el deseo de que su partido sea el más apoyado.
La otra parte cuestionable de la frase es la
pretensión de exterminar el ‘bipartidismo’, sin embargo, tampoco debe ser tan
indeseable cuando está tan asentado en muchos de los países con más rancia
tradición democrática; e incluso en varios de ellos se ha impuesto esa
sublimación del bipartidismo que es la segunda vuelta, cuando sólo se puede
votar por A o por B, siendo éstos los dos primeros de la carrera electoral.
Lógicamente, la idea de acabar con el dominio de los dos más potentes sólo la
tienen los que sólo aspiran a la medalla de bronce… Puede deducirse, por tanto,
que el bipartidismo no es necesariamente perverso y, en consecuencia, quien se
presenta con esa idea no está proponiendo un beneficio indiscutible. Existe,
asimismo, una variante de aquella frase, la cual asegura que ‘los votantes no
quieren más mayorías absolutas’, una afirmación absolutamente falsa, ya que
todo votante vota con el deseo y la ilusión de que su partido logre esa superioridad
matemática; en pocas palabras, puede asegurarse que todo votante desea la
mayoría absoluta para su opción política. Sin duda.
Otro mantra repetido con insistencia es, más o
menos, “somos un partido de cambio y de progreso”. Nuevamente puede argüirse
que el cambio no es obligatoriamente algo bueno, no conlleva beneficio
simplemente por ser cambio; por ejemplo, si el Barça cambia a Messi por el
delantero del Avellino no habrá mejorado, habrá cambiado, sí, pero ese cambio
habrá sido para peor…, para mucho peor (no es el caso, claro, pero el ejemplo
sirve para mostrar que cambio no es sinónimo de beneficio). Siguiendo con este
razonamiento, cuando uno expone su intención de cambio como principal valor y único
aval, no significa que el tal vaya a terminar con todos los problemas: el
cambio por el cambio no trae como consecuencia segura e inevitable bienes y
soluciones para todos.
En cuanto a lo de ‘progreso’, también es algo
debatible, ya que lo que para unos es progreso y avance para otros es regreso,
retorno. Este razonamiento se puede ilustrar comprobando cómo los que se
presentan como ‘progresistas’ no dejan de mirar al pasado: insisten en
cuestionar y revisar (con intención belicosa, provocativa) sucesos pretéritos
como la Transición, regresan una y otra vez a la Guerra Civil (buscando el
enfrentamiento sectario) o incluso retroceden más atrás en la Historia de
España, ya sea para renegar de la expulsión de los musulmanes o de la presencia
española en América; por eso, a muchos que se creen y se proclaman ‘progresistas’
les encantaría poder modificar los libros con la ilusa pretensión de que de
este modo quedarían cambiados los hechos, la Historia. Asimismo, sus
proposiciones para conseguir ese supuesto progreso son vetustas, probadas y
fracasadas desde hace decenios. Por ello, lo que unos entienden como progreso
otros lo ven como regreso.
Sí, el uso partidista e interesado del vocabulario
es una constante en la cancha política y todos, todos, lo utilizan como recurso
imprescindible. El caso extremo se da en los totalitarismos, regímenes que han
hecho (hacen) de la palabra un arma.
CARLOS DEL RIEGO
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