Un fulgor mágico, casi místico, irradia este icono de la música rock |
Hace 45 años el mundo quedó conmocionado por el
desastre que causó el ciclón Bhola en Bangladesh, el cual se llevó la vida de
más de medio millón de personas; pero también se hablaba del mundial de fútbol
de México que ganó Brasil (con Pelé) o del accidentado viaje de la nave Apollo
13, que tenía la luna como destino pero no consiguió alunizar, aunque sí
regresar. En el universo de la música rock, el notición fue la separación de
The Beatles; asimismo, aquel año fallecieron Jimi Hendrix y Janis Joplin, y
nacieron Queen y Aerosmith. Y entre otros discos notables, en fin, apareció uno
de los mejores álbumes de la historia del rock, el fabuloso ‘Morrison Hotel’ de
The Doors.
Después de haberse dispersado un tanto en lo musical
y del escándalo conocido como ‘Incidente de Miami de 1969’ (Morrison, borracho
e incapaz de cantar, insultó al público y fingió ‘actos obscenos’, entre otras
‘locuras’, por lo que fue detenido y enjuiciado), The Doors vuelve a la senda
del rock y el blues. Y así publican el inmortal ‘Morrison Hotel’, un disco
especial, brillante, deslumbrante, apabullante, un álbum genial cuyas
canciones, estribillos, solos, voces y sonido en general mantienen una vigencia
que lo convierte algo mágico, casi ajeno al tiempo.
El sonido de guitarras y los teclados eran
alucinantes; rock cercano al hard a veces, otras con querencia hacia el blues
profundo y sentido; y además, un ambiente psicodélico que, en aquellos
momentos, resultaba hipnótico… No puede extrañar, por tanto, que en aquella
España más bien en blanco y negro, una explosión de policromía, una obra
caleidoscópica como el ‘Morrison Hotel’ causara tan potente impacto entre los
que ya habían puesto sus pies en el camino del rock. Hubo ocasiones en que se
reunían varios amigos, integrantes de esa nueva tribu, atenuaban la luz,
colocaban el Lp en el plato y, en silencio, se dejaban agitar o mecer por lo
que ofrecían Morrison y sus cómplices; sin alucinógenos, sin psicotrópicos, apenas
entre la bruma del denso humo de un Celtas Cortos (tabaco negro sin boquilla cuyas
bocanadas eran como inmisericordes puñetazos en el pecho), los perplejos
españolitos creían alucinar. Como si fueran capaces de traspasar las puertas de
la percepción (hay que recordar que The Doors toma su nombre de un verso del
pintor y poeta romántico británico del XVIII-XIX William Blake en el que
hablaba de esas puertas).
El arranque del disco deja KO. El riff de guitarra
del ‘Roadhouse blues’ se graba a fuego de modo perenne (todo el que tenía una
guitarra se ponía inmediatamente a sacarlo). El ritmo rock-blues provocaba en
el personal expresiones entre la furia y el éxtasis. Y luego de varias
escuchas, todo oyente acompañaba a Jim en las frases más fáciles. Acto seguido
llegaba una melodía maravillosa, dulce, la de ‘Waiting for the sun’, contestada
por un conglomerado de guitarra y teclado de metal fulgurante, centelleante; y
qué decir de los cortes en la línea melódica, unos tajos que obligaban a
golpear la batería en el aire. En realidad todo el disco está a una altura
artística sólo al alcance del auténtico talento: hay rock & roll ligero o
pesado, rythm & blues musculoso, oasis de reposo romántico y melancólico,
balada enamoradiza, una invitación a subirse al barco de los tontos…, en fin,
un disco magnífico, diferente, una obra que no pierde su frescura y capacidad
de seducción ni siquiera cuatro décadas y media después.
A ello contribuye la voz poderosa, dominante en
ocasiones y suplicante en otras, la interpretación pasional, emocional, del
legendario Jim Morrison, un hombre que desde el primer momento parecía
destinado a convertirse en mito, en gloria del rock & roll. A su altura, el
órgano y la capacidad creativa de Ray Manzarek, otro genio capaz de imaginar y
materializar los más maravillosos arreglos, así como líneas y armonías
instrumentales sorprendentes; y la guitarra punzante, ácida, de Krieger y el
ritmo impuesto por Densmore.
¿Nostalgia? Sí, de un disco irrepetible. Dentro de
otros 45 años su importancia habrá crecido. Seguro.
CARLOS DEL RIEGO
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