El animalismo extremo y el pensar que las fieras son casi humanas le costó la vida a este insensato |
Dejando a un lado el caso de los toros (y el de los
animalistas vegetarianos que protestan por el sacrificio de bichos y
bestezuelas con fines gastronómicos), es de destacar que la legislación
española promulgó hace unos días una serie de normas para poner límites a la cirugía
estética que algunos racionales imponen a sus irracionales acompañantes.
Esas nuevas
leyes tratan de impedir, entre otras cosas, que se corte el rabo o las orejas a
los canes con fines exclusivamente ornamentales. Sin embargo, aunque la costumbre
de recortar los apéndices perrunos es lo que más se destacaba en los titulares
(y por tanto lo que más trascendió), lo cierto es que la normativa pone coto a
otras prácticas tal vez menos conocidas, pero que se dan en mayor o menor
medida. Por ejemplo, para que el gato no arañe los muebles muchos optan por
cortarles las uñas, cosa que casi equivale a guillotinar la falange distal de
los dedos de una persona; igualmente, también prohíbe la nueva ley a los dueños
que, en aras de una buena clasificación en un concurso o simplemente por
presumir, sometan a su mascota a operaciones en las que se le implanten cuerpos
extraños (bótox, silicona) para suprimir arrugas y hacerla más vistosa.
Realmente, en prácticas de este tipo lo que subyace es
el la humanización del animal, una tendencia en la que se cae más habitualmente
de lo que parece. Un caso reciente así lo demuestra: en la orla de nuevos
graduados de cierta carrera de la Universidad de Cádiz alguien incluyó la foto
de su perro lazarillo; y también hay constancia de otro chucho que apareció en
la de cierta promoción de la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago
como un licenciado más; y se puede recordar cuando, no hace mucho, se impuso
una medalla a un pastor alemán tras prestar un meritorio servicio policial… Por
muy bienintencionado que sean todas esas acciones, la realidad dice que al
animal todo eso le importa un pito, pues ni se entera ni se reconoce ni lo valora.
Conocido es la historia de ‘Grizzly man’, uno de los
casos extremos de animalismo y humanización de las bestias. El gran director de
cine Werner Hertzog dirigió este documental basándose en la peripecia de un
individuo que llevó hasta los límites de la locura su pasión por los osos.
Saltándose todas las leyes y normas de seguridad y sensatez, y pasando por
encima incluso de las que rige al ecologista razonable, ese ‘hombre-oso’ se iba
largas temporadas a Alaska para filmar, convivir e interactuar con los enormes
plantígrados de aquella región; acampaba en lugares no recomendados, se
adentraba en sus territorios de caza y sus espacios de procreación, filmaba a
escasos centímetros del bicho, los tocaba, les ponía nombre y, lo más
asombroso, les hablaba y los trataba como si fueran personas, haciéndoles las
mil carantoñas y repitiéndoles “te quiero”’ una y otra vez… En una ocasión en
que no había agua suficiente para que los salmones ascendieran por el río, el
pobre desequilibrado se puso a increpar y gritar a Dios, Alá y otras
divinidades, convencido de que éstos tenían la obligación de hacer llover para
que el agua permitiera a los peces llegar al lugar donde los esperaban los
osos. En otro momento se le ve tocando, acariciando más bien, la reciente, cálida
y humeante defecación de un ‘grizzly’ mientras muestra su emoción diciendo con
cara de fan histérico “es que esto estaba dentro de él hace unos minutos”. Y
cuando se encuentra el cadáver de un zorro, este tonto-loco se dirige a las
moscas que zumban alrededor: “¡tened un poco de respeto, cabronas!”…
Lógicamente, tan delirante personajillo (y su novia) fueron devorados por sus
amados osos: sólo era cuestión de tiempo y de que los animalitos tuvieran el
hambre suficiente; una de sus cámaras grabó el sonido del ataque y los gritos
de los dos animalistas mientras los ositos se servían… Para su desgracia (y la
de su novia) este pobre hombre llegó a creer que los animales salvajes son como
sus troncos de instituto.
Afortunadamente la humanización de los irracionales
no suele llegar a tal extremo, aunque no es inhabitual comprobar cómo en los
documentales de naturaleza que se emiten por televisión se pone nombre a leones
y cebras, se les atribuyen conductas y sentimientos humanos e incluso
motivación para sus actos…, cuando lo cierto es que todo animal se rige
exclusivamente por su instinto y sus hormonas. ¡Y qué se puede decir de
quienes, en el paroxismo de la demencia animalista-buenista, exigen derechos
para toda bestezuela o fierecilla!, ya sean malófagos o pinnípedos, anuros o
platelmintos. Aunque mil veces repetido, resulta conveniente recordar que todo
derecho conlleva una obligación, y no se puede exigir el cumplimiento de las
leyes a quien carece de la inteligencia
precisa para, siquiera, entenderlas. En este sentido resulta imposible olvidar
a aquel juez argentino que, sintiéndose repartidor de categorías, dictaminó que
un simio (uno en concreto) debía ser tratado como ‘persona no humana’...
En fin, que muchos racionales bienintencionados se
suelen olvidar de que los animales no son personas por mucha compañía, calor y
buen rollo que trasmitan. Y así es tanto si están bajo la mesa de la cocina como
si viven en libertad.
CARLOS DEL RIEGO
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