El componente espectacular se ha impuesto al cultural |
Hace unos días (concretamente el 20 de mayo) no se
celebró ningún concierto de pop, rock, folk… en España, o sea, no hubo música
en vivo como medida de protesta adoptada por artistas, promotores y demás
profesionales del sector en contra del impuesto de 21% que grava tanto
actuaciones como ventas de discos o descargas. La razón esgrimida por los
protagonistas de esa muestra de descontento es que lo suyo es cultura y, por
tanto, no debería cotizar como si de un espectáculo o producto de lujo se
tratara.
¿Es muy elevado el impuesto?, ¡claro!, pero como
prácticamente todo lo que aumente su precio para que la hacienda pública se
lleve su parte, que es todo lo que se vende. Centrándose en el asunto, el
primer impulso es ponerse de parte de los protestantes, sin embargo, la cosa no
es tan simple. Para empezar, hay que tener en cuenta que los conciertos tienen
tanto de espectáculo como de cultura, a veces más; así, siempre se buscan puestas
en escena e iluminaciones espectaculares, los grupos se gastan lo que sea
preciso para mejorar su espectáculo y, en fin, casi nadie se limita a salir y
cantar, sino que procura enriquecer la función. De este modo, si se considera
el concierto como espectáculo, no habrá problema en que cotice como un parque
de atracciones o como un partido de fútbol, es decir, como algo que no puede
considerarse primera necesidad y sí puro entretenimiento.
El cine y el teatro están en las mismas, tienen su
parte cultural, pero ya no se conciben producciones o montajes sin fines de
entretenimiento y sin el componente espectacular; así es, al menos, en la
mayoría del producto para la gran pantalla, pues poca cultura y mucho ‘show’
hay en las pelis con mayor tirón comercial, donde lo más abundante son los
efectos especiales, cada año más y más ‘espectaculares’; e igualmente se podría
decir del teatro, donde se busca atraer con representaciones que propongan algo
más que texto y decorado. Por otro lado, se puede forzar la cosa e incluirse en
el cajón de sastre cultural desde la artesanía al circo, la alta costura o la
alta cocina, ¿y por qué no programas de televisión, como los del tipo ‘gran
hermano’? Y es que, al igual que sucede con el arte, apenas basta con que haya
quien lo diga para que una cosa pueda ser una magna manifestación cultural o artística.
Lo del disco que reproduce música (igual que el DVD de
cine) también presenta sus dudas. Se exige que sea considerado como el libro
(el de papel, pues el electrónico cotiza como servicio de internet, o sea, el
21), que paga sólo un 4%; sin embargo, al ser considerado como obra de arte,
paga como un cuadro adquirido en una galería, o sea, el 21. Como puede verse,
el asunto no es tan sencillo ni tiene una única visión. En Europa hay impuestos
dispares: en Inglaterra los espectáculos (todos) pagan el 20, mientras que en Francia
sólo un 7 (al que en el cine hay que añadir un 11,5 para financiar cine
francés); en Dinamarca no se hacen distinciones, de modo que todo aquello que
pueda venderse pagará el 25%, sin mirar si es cultura, espectáculo o pescado.
Cada uno tendrá su opinión y argumentos para
defenderla. Por ejemplo: la música es arte y cultura, pero su venta es comercio
e industria, búsqueda de beneficio, de modo que el concierto se convierte
espectáculo y el disco en obra de arte, y tanto ésta como aquel no son
considerados artículos de primera necesidad, por lo que han de cotizar como
entretenimiento. Pero, visto desde el otro lado, el autor que crea cultura (y
con él el promotor y el distribuidor) ha de rentabilizar su obra y quiere que
ésta siga siendo considerada fiscalmente como cultura incluso al ser vendida, y
tiene sus razones para apoyar esa postura; el problema es que en el momento que
entra en el mercado, la creación intelectual pasa a ser producto, es decir, se
convierte en bien (disco) o servicio (concierto), de modo que se vuelve otra
vez al dilema.
De todos modos, no parece que la iniciativa de
cerrar los escenarios durante un día haya dado resultado; ha llamado la
atención, sí, pero los destinatarios de la protesta no han hecho mucho caso.
Claro que la cosa cambiaría si estos atisbaran rendimiento político.
CARLOS DEL RIEGO
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