Muchos de sus compatriotas desconfían de sus éxitos y se alegran de sus derrotas. En realidad esa inquina hacia Nadal procede de la envidia |
Jugadores y deportistas hispanos de especialidades
individuales y por equipos triunfaban un día sí y otro también. Pero como es
lógico, no se puede ganar siempre, tarde o temprano se pierde. Lo curioso es
comprobar cómo el paso del éxito arrollador a la derrota sin paliativos es
celebrado no ya por los que antes no ganaban (y sus compatriotas), sino por los
que se supone deberían apoyar a sus deportistas. Por otro lado, aunque no es
representativo del sentir general, sí resulta ilustrativo echar un vistazo por
los distintos foros y revisar comentarios, puesto que muestran lo mal que
sienta a algunos españoles la victoria de otros españoles; también queda
patente la falta de información, cultura, conocimiento y muchas veces de
educación que evidencian muchos de los que se permiten dejar por escrito sus
sandeces, incoherencias, inquinas y disparates en internet; la mayoría no
piensa antes de escribir, de modo que seguro que una vez que ha reflexionado,
preferiría no haber escrito, aunque también hay quien, sin más, rara vez
ejercita su materia gris.
Nadal, Alonso, Casillas (por citar tres ejemplos) son
deportistas que causan admiración en todo el mundo, y aunque existen
aficionados que prefieren el estilo de otros o sus simpatías van hacia otro
lado, fuera de España se les ve como a grandes estrellas que exceden el plano
deportivo. Sin embargo, por increíble que parezca, muchos de sus compatriotas
los menosprecian, minusvaloran sus victorias y se alegran de sus derrotas. Es
este un fenómeno digno de estudio que, si se analiza, puede llevar a la
conclusión (una de ellas) de que no hace sino seguir una especie de tradición
antiespañolista que se mantiene casi exclusivamente en España: esa que dice que
lo español es lo peor, esa que proclama que los protagonistas hispanos que ha
ido dejando la Historia son farsantes, ladrones o asesinos, esa tradición
narcisista-pesimista que hace que ese español se sienta el centro del mundo
para mal (cuando, en realidad, en todas partes cuecen habas). No es que los
nacidos aquí sean muy diferentes a los del resto del planeta, pero sí es cierto
que hay muchos nativos españoles que, siguen viviendo en el pasasdo, de modo
que identifican la bandera roja y amarilla como la del enemigo, por lo que todo
el que luche bajo esa enseña o se pronuncie representado por ella ha de ser
forzosamente merecedor de odio y desprecio.
Otra modalidad de anti la integran los envidiosos (condición que no excluye la
mencionada alergia a todo lo español), los que animados por una envidia pura
disfrutan cuando a esos deportistas las cosas no les salen bien; es una inquina
sin motivo ni razón, pero profunda y exaltada, una aversión cercana al odio,
como si el español triunfante le hubiera causado alguna ofensa personal, como
si le hubiera robado los ahorros o la novia. Sin embargo, esa envidia pura y
esencial es producto de la mediocridad, ya que los éxitos y el reconocimiento
mundial (más incluso que el dinero que ganan) les molesta porque (entre otras
oscuras y difusas sinrazones) les hace ver su mediocridad.
De Nadal se dice en no pocos sitios de debate que
sus triunfos se deben a que se dopa o que le ponen rivales fáciles (¿), y
cuando deja de jugar por lesión gritan que es una pantomima para huir de controles…,
como si todas las agencias antidopaje (que le levantan de la cama incluso de
madrugada) hicieran continuas excepciones con el tenista; además, cuando pierde
no dudan en subrayar que “ya lo decía yo: es un maleta” a pesar de las
opiniones de rivales y especialistas. Lo de Casillas viene de la acusación de
uno de los personajes más falsos, engreídos y antideportivos que ha pasado por
el mundo del fútbol, un entrenador que propaló una trola que arraigó entre los
propensos a dejarse llevar y traer por mesías y caudillos; de esta manera,
éstos sólo verán los errores del futbolista y negarán sus aciertos y méritos.
Alonso cae mal a mucha gente, algo perfectamente aceptable, pero el caso es que
esa antipatía, esa desafección llega en algunos casos a convertirse en una
especie de filtro que impide ver o dar valor a sus logros.
Por todo ello, no es creíble que la Agencia
Americana Antidopaje persiguiera a un icono estadounidense como Lance Armstrong
hasta destruir su palmarés, su credibilidad y su futuro y, a la vez, mire para
otro lado con Nadal. No es razonable creer a quien ha dado sobradas muestras de
su catadura moral, ni lo es desconfiar de quien ha mostrado fidelidad y
sinceridad a lo largo de su carrera, y todo ello sólo porque Casillas tiene
amigos fuera de su equipo. E igualmente no es sensato afirmar que es un manta
un doble campeón mundial de Fórmula 1 (3 veces sub y otra tercero) que ha
obtenido 97 podios y 33 victorias, un chófer de carreras que desde hace siete
años es elegido como mejor, segundo o tercer mejor piloto por los directores de
todos los equipos; que sea borde o incluso soberbio (habría que ver cómo se
comportarían sus detractores en su caso) no está reñido con sus cualidades en
la pista; por ejemplo, es lógico decir que Ronaldo es engreído, egoísta y
vanidoso, pero sus defectos (quien no los tenga…) no han de tapar sus
indudables y abundantes virtudes deportivas.
A los mencionados se pueden añadir Paul Gasol (a
quien no pocos daban por acabado), del Bosque y la selección de fútbol (cuyas
derrotas se califican como desastres “porque lo que importa es el resultado” y
sus victorias como torpes “porque no basta sólo con ganar”), Alberto Contador y
algunos otros.
En fin, todo el que por sistema detesta a sus
compatriotas, a su historia, a su país, al sistema, a la sociedad, no caerá en
la cuenta de que a quien desprecia en realidad es a sí mismo y con quien está
insatisfecho es consigo mismo.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario