Si el niño hace en casa lo que quiere, también lo hará fuera. |
Y mató. Mató a un profesor que llevaba apenas dos
semanas trabajando allí e hirió a unos cuantos compañeros. Terrible. Tan
violentos sucesos tienen sus causas, sus porqués. En primer lugar es evidente
que el chico asesino tenía un enorme desorden en su cabeza. Pero es bastante
común que a niños, adolescentes y jóvenes les resulte difícil, imposible a
veces, afrontar la frustración y asumir el principio de autoridad. La agresión
a los padres (y luego a los profesores) es la cima de un proceso que comienza
cuando, con tres, cuatro o cinco años, el niño levanta la voz a su mamá y no
pasa nada porque ésta calla; lo siguiente es cuando increpa con malos modos y
los padres callan o, como mucho, responden también a gritos, pero nada más;
después llega el insulto, pero papá y mamá hacen como que no han oído y, sin
decir gran cosa, desvían la atención; más tarde resuena en casa la primera
amenaza, pero para entonces ya es dificilísima la solución; y finalmente se
produce la agresión. Es una evolución que tiene principio y que, si no se corta
desde ese primer momento, será cada vez más complicado atajar. El niño no
empieza levantando la mano a su mamá cuando tiene cuatro años, sino que dará
una primera mala respuesta, la cual ha de ser inmediatamente reprimida y,
evidentemente, castigada, pues de otro modo será imposible que el chaval
entienda y asuma qué es la autoridad, con lo que ya estará preparado para
dejarse llevar por la ira y ejecutar cualquier barbaridad. El problema es que
es más cómodo y fácil ceder ante la exigencia infantil, postura que puede tener
consecuencias como aquellas.
El colegio es el primer lugar donde la persona encuentra
una figura de autoridad lejos de casa, pero si sus padres no le han hecho
entender que hay que respetar y obedecer las decisiones de aquellos que le
enseñan, educan y cuidan, la cosa ya irá torcida. Si no se ha puesto freno
instantáneo a sus primeros desmanes, si no se le ha entrenado para que asuma
que la vida conlleva muchas frustraciones y desengaños, el individuo dará
rienda suelta a su cólera, a su rabia, y reaccionará con violencia o con
extrema violencia en cuanto se lleve una decepción. Así, en clase, puede
desatarse la agresión cuando el chico no acepta que si no hace los deberes será
castigado, que si no se calla cuando el profesor está explicando recibirá una
llamada de atención, que si no estudia suspenderá la asignatura… Al no haber
conocido reglas, normas y pautas, al no haber sido reprendido y castigado tras
sus primeros excesos domésticos, crecerá con el convencimiento de que puede
hacer casi cualquier cosa, sin respeto por los demás, sin aceptar opiniones
contrarias y, por supuesto, sin admitir la autoridad de los profesores; después
de su vida escolar, esa falta de consideración, ese desprecio por quien no le
da lo que quiere o no le deja hacer lo que quiere, se convertirá en una
prepotencia brutal que puede convertirse en violencia (o extrema violencia) en
cualquier momento.
El pensamiento del niño es maniqueo (o sea, bueno o
malo, sí o no), por lo que sólo puede enseñársele con “si no haces eso no te
doy aquello, si haces esto tendrás castigo”; sólo así terminará por respetar
normas y límites, sólo así aprenderá; y en caso contrario los problemas de
conducta y adaptación serán seguros.
Han sido noticia tiempo atrás niños que, ante la
negativa de sus padres a concederle el capricho de turno, se encerraron en su
habitación y empezaron a romper muebles, ordenador, cristales… hasta dejarlo
todo destrozado; al final los padres cedieron y le dieron lo que exigía, con lo
que el futuro maltratador entendió y aprendió que, enfadándose, chillando,
rompiendo e insultando, tendría todo lo que deseara. Desde ese momento repetirá
una y otra vez esa conducta. No se sabe (y será difícil saberlo) si el problema
del asesino de trece años es este o lo suyo es un desequilibrio mental
patológico, pero eso no afecta a la generalidad.
Otra cosa es el sistema punitivo español, que no
permite acusar al menor de 14 años, de modo que no se le exige arrepentimiento
o disculpa…, ni siquiera se le ‘condena’ a una semana sin postre; por eso, quien
tenga menos de esa edad en España es impune, puede hacer prácticamente lo que
quiera sin que deba afrontar consecuencias. En otros países se protege al menor,
pero no de forma ilimitada. Por ejemplo, hace unos días Brenda Spencer, la niña
californiana que tiroteó a sus compis y profes matando a dos e hiriendo a
varios con el pretexto de ‘no me gustan los lunes’, volvió a los medios porque
había pedido la libertad condicional, la cual le fue denegada; lleva en prisión
desde aquel 29 de enero de 1979 (tenía 16 años) y no podrá volver a revisarse
su petición hasta 2019, cuando tenga cerca de 60; seguramente siga entre rejas,
pues jamás ha dado muestras de arrepentimiento o empatía con sus víctimas, y
sin esa condición no le concederán la libertad.
¿Qué hubiera ocurrido en aquel instituto si en
España se permitiera el acceso fácil a las armas de fuego?
CARLOS DEL RIEGO
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