jueves, 22 de septiembre de 2022

LOS VIAJES A LO DESCONOCIDO DE LOS MARINOS ESPAÑOLES EN EL SIGLO XVI QUE MOSTRARON AL MUNDO CÓMO ES

  


Había que tener un temple especial para embarcarse en esos insalubres cascarones hacia mares y tierras absolutamente desconocidas

Hace medio milenio en España se proyectaban, armaban o partían expediciones hacia lo desconocido casi todos los días. La ilusión de la fama y fortuna eran los principales objetivos, pero también existía una atracción irresistible por la aventura y la satisfacción de llegar antes que nadie a tierras remotísimas y totalmente desconocidas para el Viejo Continente. De ahí la gran cantidad de gestas descubridoras que protagonizaron los marinos hispanos a lo largo del siglo XVI que mostraron al mundo cómo es Inglaterra, Holanda y otros países europeos jamás han podido disimular la insana y eterna envida que tienen a España a causa de las increíbles hazañas de los marinos y descubridores españoles. Aquellos países del norte siempre se creyeron superiores a ese país mediterráneo, por lo que nunca han podido disimular los celos y la rabia que les produce que fuera España (a quien tenían por atrasada en todo) el que realizara aquellos prodigiosos viajes.

Y es que a partir del de 1492, las naves que partían mayoritariamente de puertos andaluces emprendían peligrosísimas travesías para encontrar, situar y cartografiar lugares que nadie (aparte de los nativos) había visto jamás. Con posterioridad, aprovechándose de los mapas e indicaciones realizadas por los cartógrafos y navegantes extremeños, vascos, andaluces, gallegos…, llegaban los veleros ingleses, holandeses, franceses y de las demás potencias marítimas y, sin reparo ni escrúpulo alguno, se apuntaban el mérito de ser los primeros, daban nombre a las tierras y, en fin, se atribuían todos los méritos ocultando el hecho de que jamás hubieran llegado allí sin las indicaciones de los verdaderos descubridores.

Parece oportuno por tanto recordar los nombres y hazañas de aquellos esforzados, valientes y temerarios españoles que, evidentemente, los tenían más grandes que el caballo de Santiago…Podría empezarse por el extremeño Núñez de Balboa cuando, en 1513, se adelantó al resto de la expedición que buscaba otro mar al oeste, se puso todo el hierro (coraza, casco…), y con la espada en una mano y los estandartes en la otra tomó posesión en nombre de los reyes de España (hay que imaginarse esa escena, hay que visualizar al explorador metido hasta la cintura en el mar, gritando y agitando armas y banderas, debió ser digno de verse). Uno de los grandes descubrimientos del XVI fue el hallazgo de una ruta para volver de Asia a América, lo que se llamó el ‘tornaviaje’; el vasco Andrés de Urdaneta (que ya había tomado parte en expediciones extremadamente peligrosas), encontró, describió y documentó perfectamente el mejor trayecto para ir de Filipinas a México (más de 14.000 kilómetros de océano), a donde llegó en octubre de 1565; en realidad llegó un poco antes Alonso de Arellano, que capitaneaba una nave de la misma flota, pero como el que documentó y cartografió fue Urdaneta… 

En aquellos años, en Europa se llamaba Lago Español al Océano Pacífico, ya que sólo lo surcaban naves españolas; hubo que esperar unos años hasta que los ingleses se enteraran de que había que atravesar el Estrecho de Magallanes para pasar del Atlántico al Lago Español. Y tampoco hay que olvidar el coraje, la bravura y valor de los marineros que se embarcaban sin saber a dónde, sin tener claro cuánto tiempo estarían sin ver tierra, sin estar seguros de llevar provisiones suficientes y sin la menor idea de lo que se iban a encontrar: sirenas, monstruos marinos, gigantes (entre el escorbuto, el hambre y las enfermedades tropicales no es raro que vieran focas y las creyeran sirenas). Sí, sin duda les sobraban agallas. 

En fecha tan temprana como 1526 el vizcaíno Toribio Alonso de Salazar, embarcado en la flota de Jofre de Loaisa, fue el primer no oceánico que vio las islas Marshall; murió aquel mismo año de una enfermedad común entre los tripulantes de aquellos barcos, el escorbuto. Antes aun, en 1511 (otros dicen que en 1505), el onubense Juan Bermúdez encontró las Islas Bermudas y les dio su nombre. El leonés de El Bierzo Álvaro de Mendaña partió de Perú y se topó, en 1567, con las islas Salomón (las llamó así porque le habían dicho que por ahí estaban las minas del rey Salomón), y también con Guadalcanal, las Marquesas…; en expedición posterior, en 1595, murió de malaria, tomando entonces el mando su mujer, Isabel Barreto, que también tenía muchos ‘riñones’, como demostró con los marineros díscolos y levantiscos. El cartagenero Juan Fernández (que da nombre a un archipiélago de Chile) fue el primer europeo en poner los pies sobre Nueva Zelanda en 1576 y, casi con total seguridad, en Australia.  El gallego Luis  Váez de Torres navegó por el estrecho que hay entre Nueva Guinea y Australia, hoy el estrecho de Torres. ¿Y el palentino Gabriel de Castilla, que llegó más allá de los 64º Sur, siendo el primero que vio tierras antárticas, en 1603? ¿Y el extremeño Francisco de Orellana, que fue el primero que descendió el Amazonas desde los Andes hasta el Atlántico en un viaje de casi 5.000 kilómetros? Tampoco se puede olvidar la expedición científica que protagonizó el toledano Francisco Hernández en 1571, quien catalogó, describió y dibujó en 38 tomos los animales, plantas y minerales de la Nueva España.  

Y eso sólo recordando los viajes más importantes y que alcanzaron el éxito, ya que hubo muchos otros que fracasaron, terminaron en naufragio o, por cualquier otra causa, en desastre. Y sólo ciñéndose al siglo XVI, ya que en la siguiente centuria son abundantísimas las aventuras descubridoras y documentadoras de los buques españoles. Ya en el XVIII se lleva a cabo una de las más importantes expediciones, la capitaneada por Malaspina y Bustamante (1789-1794). Aparte, claro, de Elcano, Cortés, Cabeza de Vaca, Pizarro, Ojeda… 

Para valorar estas proezas hay que pensar en cómo era la vida en los barcos: el hambre y la sed, el hacinamiento, el calor sofocante o el frío intenso, el miedo a lo desconocido y todas las penalidades que superaron. Hazañas tan asombrosas que  nadie de los presentes puede ni siquiera imaginar. 

CARLOS DEL RIEGO

 (Actualización de texto de agosto de 2019)

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