miércoles, 14 de septiembre de 2022

LA VIOLENCIA, ANCESTRAL RECURSO EN TODAS LAS CULTURAS

  

Restos de un niño de ocho o diez años hallado en Huachanquito, Perú, al que, aun vivo, le abrieron el pecho para extraerle el corazón

No ha habido momento en la Historia que no pueda contar episodios de enorme violencia. Incluso antes de que existiera la Historia (o sea, antes de la escritura) hay constancia de que el hombre recurría a la crueldad y la brutalidad como primera herramienta. Y aunque la cosa sea hoy menos generalizada, la realidad es que de todas partes llegan noticias de guerra, sangre y violencia 

Desde que se tiene noticia, no ha habido cultura, civilización u organización social que no tenga en sus anales episodios escalofriantes de brutalidad y ensañamiento. Las pinturas rupestres del levante español certifican masivos enfrentamientos armados, y desde que hay constancia escrita se han narrado infinitas atrocidades: en Mesopotamia y Egipto, en Grecia y Roma…, hunos, godos, mongoles, sarracenos, incas, aztecas…, todas las culturas han dejado constancia de lo sanguinario de sus costumbres y tradiciones. Y como quiera que la violencia sigue estando presente hoy en cualquier parte, puede afirmarse que, al menos en ese aspecto, el homo sapiens está aún muy cerca de sus antepasados prehomínidos y australipitécidos de hace millones de años, quizá debido al hecho de que la especie dominante lleve poco tiempo aquí, apenas unos 200.000 años. 

No es extraño por tanto que todas las mitologías y leyendas de cada cultura tengan el denominador común de la atrocidad, y si sus ídolos, héroes y dioses se han conducido así, es lógico que los pobres mortales sigan su ejemplo. Quedándose en la vieja Europa se pueden señalar pueblos y sociedades cuyas prácticas y credos llegan a poner los pelos de punta. Por ejemplo la  idealizada cultura celta, la cual está saturada de fábulas, costumbres y narraciones en las que la crueldad es el método, y la sangre se observa casi con naturalidad, como algo lógico. Se sabe que los celtas adoptaron la ancestral costumbre de cortar cabezas de enemigos, e incluso que los jefes de las diversas tribus conservaban en tarros de miel las de los que les habían combatido con valentía para, posteriormente, en reuniones en torno al fuego, sacar y mostrar con orgullo la testa de quien le había dejado esta o aquella cicatriz…, a la vez que explicaba cómo había sido la lucha. Los mitos celtas chorrean sangre a mares. El legendario héroe irlandés Cuchulain (hijo del dios Lugh), cuando montaba en cólera, perdía la razón, se deformaba hasta volverse un ser horrible (uno de sus ojos desaparecía y el otro crecía desproporcionadamente) y mataba sin mirar, amigos y enemigos; célebre es la llamada ‘matanza multiplicada por seis’, en la que Cuchulain, él  sólo, acabó con tantos enemigos que sus cadáveres cubrieron el campo de batalla nada menos que con seis capas. En otras leyendas celtas se habla de ‘sangre hasta los codos’ o ‘abrir el vientre del enemigo y dejar que, huyendo, tropezara con sus propias tripas’. 

La península Ibérica ha sido escenario de innumerables invasiones y ocupaciones, siempre a sangre y fuego. Y entre los pueblos que llegaron aquí para adueñarse del solar destacan por su extrema crueldad los visigodos. Originarios de Gotland (actual Suecia), la guerra era para ellos la única actividad digna, por eso despreciaban a los campesinos y nunca se mezclaron con la población hispanorromana. Los mitos nórdicos (de los que ellos bebieron) cuentan prácticas como la conocida como ‘alas de sangre’, que consiste en inmovilizar al reo y sacarle por la espalda los omóplatos, de manera que dieran impresión de ser unas alas ensangrentadas (otras versiones aseguran que lo que se extrae son los pulmones); y si el desdichado perdía el conocimiento se le inyectaba por la nariz agua con sal para que lo recobrara. También se cuenta que un jefe mató a un subordinado desleal, le cortó la cabeza y se la colgó del cinto, pero tras hacer un movimiento brusco, uno de los dientes de la colgante testa se le clavó en el muslo, se infectó la herida y dicho jefe terminó tan muerto como su víctima. 

Los visigodos trajeron a Hispania esa tradición guerrera y crudelísima, dejando para la Historia episodios de asombrosa brutalidad. Pueden recordarse las costumbres de sacar los ojos o cortar manos, orejas, narices… El increíble Chindasvinto (que llegó al trono a los 79 años y lo ostentó hasta su muerte a los 90, acaecida en 653) tomó como primera medida ejecutar a unos 200 posibles rivales de la alta nobleza (primates) y a 500 de la baja (mediogres), aunque en algunos casos se sintió magnánimo y se conformó con cegarlos y quedarse con todas sus propiedades. Muchas veces el pretendiente al trono asesinaba al rey tras un banquete con abundante vino; otras se inhabilitaba al aspirante amputándole ambas manos. A algunas consortes, cuando ya no eran útiles, se les cortaban las orejas e incluso la nariz (tal cosa hizo el vándalo Humerico con la hija de Teodorico I). 

La práctica de vaciar las cuencas pervivió tras la batalla de Guadalete. Ramiro II de León (que reinó de 931 a 951), cansado de que su hermano Alfonso IV ‘El Monje’ un día renunciara al trono para retirarse a un monasterio y al siguiente se retractara (algo que hizo más de una vez), lo derrotó, lo apresó y para que no volviera a las andadas, le arrancó los ojos, a él y a varios familiares que lo apoyaron. Uno de los métodos utilizados era aplastar contra la cara del condenado una máscara de metal que, a la altura precisa, tenía como dos sacacorchos… Pero en todas partes cuecen habas, así que los francos, ostrogodos, vikingos, teutones o hunos se encargaron de que no hubiera rincón de Europa sin narraciones (legendarias o históricas) de violencia feroz.            

En la América precolombina la violencia era lo normal, llegando a su culmen con los sacrificios humanos; los mayas y los aztecas sacaban el corazón de la víctima en vivo (“bullendo” dice Díaz del Castillo), luego le cortaban la cabeza, se comían los mejores ‘cortes’ y el resto se lo daban a las fieras. Los incas tenían varios métodos de sacrificio y solían incluir niños: desde la extirpación del corazón en vivo hasta la muerte a golpes en la cabeza, pasando por la asfixia o enterrarlos vivos.  

Doscientos milenios lleva homo sapiens sobre la tierra, tiempo más bien corto en la trayectoria vital de una especie, tal vez por eso aún conserva el rasgo animal que le impulsa a utilizar la violencia para lograr sus fines. Sea como sea, es más que probable que el hombre siga siendo lobo para el hombre durante mucho tiempo: han de pasar cientos, tal vez miles de años antes de que la guerra y la violencia dejen de ser el primer recurso.   

CARLOS DEL RIEGO

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