miércoles, 27 de abril de 2022

LAS MUJERES Y LOS NIÑOS EN EL GULAG SOVIÉTICO

 


Prisioneros trabajando en una mina, hacia 1935


Barracón de prisioneros en Siberia, como puede verse no se quitaban ni las botas

Todo el mundo podría citar los nombres de los campos de concentración nazis, pero muy pocos serían capaces de mencionar un par de los que integraban el Gulag soviético. La explicación es que los nazis fueron derrotados y sus campos liberados e investigados, mientras que la Unión Soviética y sus campos de concentración no. Gran parte de los millones de deportados y muertos en el Gulag eran mujeres y niños

Una de las primeras obsesiones de Stalin al tomar el poder era la rápida industrialización de la Unión Soviética, y para ello recuperó una vieja tradición de sus odiados zares: el trabajo esclavo. Así, pensó en los campos de concentración siberianos, a donde podía enviar a quien quisiera (las deportaciones aumentaban cuando había que reponer mano de obra). A pesar de que  Rusia nunca ha permitido que investigadores independientes examinaran campos y archivos, son bastante conocidas las condiciones en que vivían (es un decir) los condenados. Pero, en general, quienes más sufrieron en las prisiones siberianas fueron mujeres y niños, que conocieron mejor que nadie aquel terror rojo y helado (con mínimas de hasta 80 bajo cero).

Según el sacerdote e historiador ucraniano Ivan Lebedovych: “Nada puede ser más aterrador y peligroso que una ventisca siberiana. Los lobos mueren y los perros no pueden ni olfatear los rastros más frescos”. Perfecta descripción de lo que era aquel lugar; puede añadirse que a los guardias no les importaba nada que murieran los presos, de hecho preferían que murieran de frío que de un tiro, de hambre, enfermedad o accidente, puesto que si los mataba el frío apenas tenían que hacer papeleo.

Cualquiera podía ser enviado a Siberia durante la existencia de la URSS. Su código penal enumera muchas ‘violaciones de la ley’ que son absolutamente indefinidas y en las que cabe prácticamente todo. Y es que todo puede ser calificado de ‘sabotaje contra-revolucionario’ o ‘traición capitalista’, desde llegar tarde al trabajo hasta desafinar durante un ensayo de la banda del pueblo. Todo podía ser considerado traición o antirrevolucionario por los ‘jueces’ soviéticos. Por ejemplo ser gay era considerado un crimen de alta traición al Estado y las relaciones homosexuales se castigaban con penas de prisión de entre tres y cinco años en Siberia. Pero en realidad, cualquier cosa podía cabrear a Stalin y su jauría: una joven de 18 años (Lyudmila Khachatryan) se casó con un yugoslavo, algo que no era peligroso porque Yugoslavia era país amigo, pero cuando surgió el choque entre Stalin y Tito (dictador yugoslavo), los esbirros estalinistas se lanzaron sobre ella, la violaron, la torturaron y la mandaron a Siberia (sin siquiera un juicio-farsa) durante ocho años.

Legalmente las mujeres de la Unión Soviética tenían casi los mismos derechos que los hombres. Pero la igualdad legal estaba a miles de kilómetros de la igualdad real, condición que se multiplicaba en los campos siberianos. Y es que, además de todo lo que debía sufrir el preso en el Gulag (hambre, frío, violencia, frío, enfermedad, frío…) la mujer tenía que soportar una degradación mayor, con abusos sexuales y físicos diarios, incluyendo palizas masivas y violaciones en grupo, perpetradas tanto por los guardias como por sus compañeros presos; en fin, las pobres desdichadas no estaban seguras nunca, ni aun cuando se iban los carceleros. Todo infeliz enviado a Siberia era humillado, vejado y despojado de su dignidad, pero la degradación que sufrieron las mujeres fue mayor, inimaginable, aterradora.    

No extraña que muchas de ellas trataran de encontrar algo de protección vendiéndose a cambio de más comida, mejor trato, mejores condiciones de vida… Lógicamente se produjeron muchísimos embarazos (era inimaginable que se proporcionaran anticonceptivos), la mayoría de los cuales no llegaban a término, principalmente a causa de que las embarazadas no tenían ningún privilegio: su trabajo y condiciones eran igual que los de las demás. Y cuando se llegaba al parto, lo habitual era que los funcionarios se llevaran al bebé, de modo que casi todas las que fueron madres en esa sucursal del infierno jamás volvieron a saber de sus hijos cuando (las más afortunadas) pudieron salir. 

También hubo niños en los campos de trabajo del Gulag, los cuales sufrieron severa desnutrición, frío, continuos abusos, violencia, frío, abandono... La experiencia tuvo que ser tan traumática que los pocos supervivientes arrastraron el resto de sus vidas graves lesiones y serios problemas psicológicos. Una investigadora inglesa descubrió que muchos niños y adolescentes ni siquiera eran capaces de hablar, sino que se comunicaban con aullidos y sonidos guturales. Lógicamente, la mortalidad infantil era elevadísima, y la violencia era constante por parte de los guardias y los propios compañeros de infortunio; y no faltaban espías ni chivatos. A partir de 1935 la presencia de chiquillos aumentó enormemente, puesto que ese año se modificó la ley para que los mayores de 12 años pudieran ser juzgados y condenados como adultos. Según el libro ‘Children of the Gulag (Frierson & Vilensky, 2010), de los casi veinte millones de condenados a los campos de trabajo en esa década, casi el 40% eran niños o adolescentes; muchos de ellos eran chicos de la calle, huérfanos sin hogar, mendigos a los que nadie jamás reclamó.

No ha sido fácil averiguar qué pasó allí, puesto que hasta décadas después, hasta el fin de la URSS, los ex prisioneros del Gulag tenían prohibido hablar de ello, y los castigos por contarlo los hubieran devuelto a Siberia. Es casi seguro que nunca se sepa el número de deportados ni el de muertos, pero hay indicios: ‘la carretera de los huesos’ se llama así porque a sus lados, a poca profundidad, están los huesos de los miles de esclavos que murieron al hacerla; hasta hace unos años, cuando un verano venía caluroso en Siberia y se descongelaba el suelo (el permafrost), por el río Kolimá bajaban flotando camisas, pantalones, chaquetas, abrigos, ropa interior…

CARLOS DEL RIEGO

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