La tremenda polémica mundial en torno a
la presencia del tenista Novak Djokovic en el Abierto de Australia de tenis
2022 ha servido para que el personaje en cuestión se deje ver como realmente es,
un individuo muy creído y soberbio, un tipo con más dobleces que una camisa y
con más cara que espalda.
El sensacional jugador está convencido
de que puede hacer lo que le dé la gana en cualquier parte. Está acostumbrado a
que sea así en su país (casi), por lo que no puede extrañar que, llegado el
momento, se haya sentido tan especial como para convencerse de que las normas son
para los demás, no para él. Debió pensar “soy el número uno y no se atreverán a
prohibirme jugar en Australia”. En la pista se muestra como un deportista que
no acepta la posibilidad del error y la derrota, se siente infalible y
perfecto, y por eso, cuando falla, revienta raquetas contra el suelo (tantas
veces) o las lanza contra la grada (eso hizo en un partido a puerta cerrada), golpea
la bola con rabia sin reparar que puede dar a alguien (como así sucedió), patea
enfurecido y descontrolado la silla de un juez de línea con éste sentado… ¿Alguien
recuerda a Nadal o Federer destrozando raquetas u otros gestos de ira? Por no
hablar de las imitaciones-burlas que hace años hacía de sus colegas rivales. Y
si a ello se añade su entorno más cercano, en el que su padre (que suele
insultar a los demás tenistas) dice que Novak es como Jesucristo (o sea, él es
San José y la madre la Virgen María), es innegable que todo desemboca en el comportamiento
de un auténtico ególatra. Un tipo con un orgullo desmesurado y un ego del
tamaño del Himalaya.
Además, tan excepcional tenista es lo
que se dice un hipócrita, como demuestra el hecho de que, tras proclamar su
patriotismo incondicional, fija su residencia fiscal lejos de la hacienda
serbia, en Mónaco, un paraíso fiscal. Si tantísimo ama a su país, ¿por qué
evita pagar en él los impuestos que contribuirían a su desarrollo y mejora de
la calidad de vida de sus compatriotas? Lo que dice choca con lo que hace, lo
que evidencia una grosera hipocresía. Seguro que no hay que recordar que tanto
Federer como Nadal tienen fijada su residencia fiscal en sus respectivos
países. Ahora, con el asunto de su negativa a vacunarse, también ha dejado
claro el balcánico que, contra lo que suele decir de “amor para todos”, le
importa un pimiento ir contagiando por ahí.
Y tiene la cara tan dura como todos los
que se creen tan únicos y especiales como para sentirse por encima de leyes y
normas. Lo de decir que se contagió a mediados de diciembre es, sin la menor
duda, un truco de abogado, un recurso, un montaje para dar sensación de cumplir,
puesto que si aquel positivo hubiera sido real lo hubieran esgrimido de
inmediato como prueba concluyente de su exención de vacunarse. Soltar una
información que hubiera sido concluyente con tanto retraso es más que
sospechoso. Además, cuando le han pillado en trolas y manipulaciones culpa a su
representante, a su asistente, a su ayudante…, él jamás es responsable, él no
sabía nada. Y suelta todas las trolas sin rubor, con una cara de cemento
armado.
Además, está demostrando poca
inteligencia, puesto que toda la polémica influirá en su juego, por no
mencionar que sus rivales lo mirarán con enfado, y tendrá a gran parte del
público de uñas; esto último puede que sea lo peor para una personalidad como
la suya. Y no se puede olvidar que este tipo de problemas puede reproducirse al
llegar a otros países. Está claro que Novak Djokovic no calculó las
consecuencias de sus actos, lo que significa escasez de luces.
Es tan bueno jugando al tenis como
cuestionable como persona.
CARLOS DEL RIEGO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario