El déspota sanguinario Oliver Cromwell, puritano fanático, que prohibió cualquier cosa que produjera alegría
En los alrededores del Parlamento de
Inglaterra puede verse una gran estatua de Oliver Cromwell (1599-1658), un tipo
cruel y sanguinario, puritano fanático y dictatorial que llegó a prohibir el
teatro y toda diversión popular. Esto ocurría en la ‘avanzada’ Inglaterra, no
en la ‘oscurantista’ España de los Austrias, y sin embargo nadie le atribuye
leyenda negra ni la acusa de sociedad retrógrada
De familia acomodada, Oliver Cromwell
(que en realidad se apellidaba Williams) aun era veinteañero cuando entró en el
Parlamento. Desde ese momento maniobró de modo demagógico, fanático y sibilino
hasta que se hizo con el poder total, más absoluto que el que tenía el propio
rey Carlos I Estuardo (al que consiguió cortar la cabeza en 1649), de hecho,
estuvo a punto de hacerse coronar rey, aunque se conformó con el título de Lord
Protector. Según subrayan todos los textos y crónicas, era hosco y malhumorado,
rudo, vulgar y alérgico a toda muestra de alegría: no debió reír diez veces en
toda su vida.
Protestante puritano extremista,
Cromwell persiguió con saña toda disidencia, desde los monárquicos hasta los
protestantes anglicanos, pasando por los católicos. Su obsesión era la religión
mucho más que la política. Por eso capitaneó abundantes campañas militares que
siempre acaban con monstruosas matanzas. El propio Cromwell alardeaba de ello
en sus informes al Parlamento: “Los enemigos caían como las espigas bajo la hoz
que las siega”. Cuando se procesó al rey Carlos I Estuardo, éste pidió ser
escuchado, propuesta que se iba a aceptar cuando Cromwell se levantó y
sentenció: “¿Vais a estorbar y retrasar el proceso? Lo único que deseáis es
salvar a vuestro antiguo amo, pero nosotros sabemos lo que tenemos que hacer”;
en fin, el tirano ya había decidido.
Pero sus actos más sangrientos y
abyectos fueron los que perpetró en Irlanda, donde abundaban sus odiados
católicos. A partir de agosto de 1649, al frente de sus brutales ‘Ironsides’
(‘Costillas de hierro’), Cromwell eliminó a todos los habitantes de dos
ciudades, Drogheda y Wexford, e incluso se regodeó de sus hazañas en su informe: en Drogueda “… entramos y no dimos cuartel.
La totalidad de su población ha sido pasada a degüello. No se perdonaba a nadie,
hombres, mujeres, niños”, incluso hay historiadores que afirman que ejecutó
incluso a los animales. En Wexford sus
soldados “…pasaron a filo de espada a cuantos cayeron a su alcance”. Son sus
propias palabras, ¡y bien orgulloso las escribió!
Cuando se hizo con el poder total
convirtió Inglaterra en un país asfixiado y triste, donde todo el mundo tenía
mucho cuidado con los puritanos, que vigilaban y denunciaban. Y es que Cromwell
prohibió el teatro, las fiestas populares, los deportes y actividades
tradicionales, la música y los vestidos ostentosos, y cerró las tabernas…, todo
aquello que sonara a fiesta, todo lo que produjera alegría o risa quedó
terminantemente prohibido. El Lord Protector montó una especie de estado
policial en el que, mediante el terror y la delación, mantuvo a la población
amedrentada e imposibilitada.
Oliver Cromwell murió en 1658, y cuando
poco más de un par de años después se restauró la monarquía (enero 1661) los
restos del tirano fanático y sangriento fueron exhumados junto a los de otros dos
regicidas, sus esqueletos fueron ahorcados (sin quitarles el sudario) y allí
quedaron expuestos durante horas, luego las cabezas se clavaron en picas y se
colocaron donde había sido ejecutado Carlos I.
Todo esto sucedía mientras en España
reinaba uno de los últimos Austrias, Felipe IV. Y a pesar de la falsa creencia
de que aquella España era retrógrada y oscurantista, fanática e inquisitorial,
nunca se cerraron corrales de comedias y nunca dejó de representarse el teatro de
Lope o de Calderón, ni se censuraron las sátiras de Quevedo, ni se cerraron
tabernas ni se prohibieron bufones y juglares.
Aunque la realidad es obstinada y
evidente, abundan los que, siguiendo el tópico ignorante, acusan a aquella España
de vivir en el oscurantismo y el atraso, de estar dominada por los curas y el
fanatismo religioso. Todo falso, todo bilis producida por la envidia y por el
temor. Y a pesar de todos los Cromwell que alumbró, no hay lecturas negras para
Inglaterra.
CARLOS DEL RIEGO
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