Yoichi Yokoi, en 1972, muestra la ropa que se hizo con corteza de árbol tras haber estado casi treinta años escondido sin sber que la guerra había terminado |
Hizo ochenta años el primero de
septiembre del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente sea el
conflicto más estudiado, documentado, analizado y desmenuzado de la Historia,
tanto que también se han constatado hechos que, dentro de la inmensa tragedia,
tienen un cierto sabor humorístico, parecen chistes
Ocho décadas ya desde que un loco
pervertido inició aquella espantosa masacre. Fueron seis años de guerra global en
la que se produjeron todo tipo de episodios, incluyendo algunos que, fuera de
su sangriento entorno, parecen chistes, chascarrillos.
Cuando el ejército nazi entró en Francia
(VI-1940) se produjo un éxodo, una huida de franceses hacia las zonas no
ocupadas. Al llegar los alemanes a Orleáns se encontraron con una ciudad semidespoblada,
casi fantasma: no había alcalde ni concejales, ni policía ni funcionarios ni
autoridad alguna, tampoco había agua, electricidad ni, en fin, ningún servicio
básico; lo que sí había era edificios ardiendo sin que nadie les hiciera el
menor caso. En toda la ciudad sólo una farmacia abría sus puertas, con lo que
las colas eran kilométricas. El farmacéutico atendía él sólo al público durante
horas y horas, siempre sonriente. Cada cliente, al salir, comentaba lo bondadoso
pero extraño que era ese boticario, pues vendía todos los productos a diez
céntimos, desde el tubo de aspirina hasta el más caro tratamiento, todo a diez
céntimos. Unas cuantas horas después se descubrió el misterio: el solícito
farmacéutico era uno de los internos de un manicomio cercano que habían salido
del siquiátrico cuando éste se quedó sin nadie que lo atendiera. No es que
trataran de escapar, sino que simplemente salieron, y mientras algunos
deambulaban por las calles gritando y gesticulando, otros vivían sus fantasías
y locuras con total libertad, entre ellos el que se sintió farmacéutico.
Incluso los alemanes colaboraron en la captura de aquellos desdichados.
Conocidas son las historias de los
soldados japoneses que, destinados en islas del Pacífico, se quedaron en sus
puestos ignorando que la guerra había terminado. Algunos habían conseguido
ocultarse a los ejércitos estadounidenses cuando atacaron su isla, de modo que
cuando les llegaban noticias de que Japón se había rendido, simplemente no lo
creían, y así permanecieron escondidos durante décadas. En otras ocasiones los
soldados nipones mantuvieron su puesto sin necesidad de combatir: el Alto Mando
Usa comprobó que ir reconquistando isla por isla costaba miles y miles de
vidas, por lo que decidió recuperar sólo las que tuvieran aeropuerto, estación
de radar u otras instalaciones de interés militar, con lo que muchas islas del
Pacífico nunca fueron atacadas y su guarnición japonesa se quedó allí cumpliendo
las órdenes. De este modo, unos cuantos soldados y oficiales japoneses
permanecieron en guerra con Usa muchos años después de terminada, alguno hasta
1975. El soldado Yoichi Yokoi fue el último superviviente de un pequeño grupo
que se refugió en las selvas de la isla de Guam cuando la ocuparon los marines;
durante muchos años sobrevivió comiendo cangrejos y peces, caracoles, roedores
y la fruta que encontraba; cuando fue convencido del fin de la guerra y se
entregó, en 1972, vestía ropa hecha de corteza de árbol. El teniente Onoda sólo
se creyó la derrota de Japón cuando, en 1974, fue a buscarlo el que había sido
su superior. Muchos otros morirían en la isla que se les había encomendado sin
saber que todo había terminado y sin ser encontrados nunca. Pero ninguno de los
llamados ‘rezagados’ se rindió a un grupo de turistas, eso es falso. Es, en fin,
el fanatismo llevado a tal extremo que se vuelve hilarante.
Cuando a finales de 1944 ya era segura
la derrota alemana, y después de que los ejércitos aliados habían empujado a
los nazis mucho más allá de su frontera, la República de San Marino (que hasta
entonces había permanecido neutral) declaró solemnemente la guerra a Alemania.
Inesperadamente (en diciembre de aquel año) la Wehrmacht contraatacó, y aunque
el jaleo estaba mucho más al norte, el gobierno de San Marino decidió rendirse,
cosa que hizo por teléfono y ante el primer funcionario que lo cogió. Un par de
meses después, al producirse el avance definitivo sobre Alemania, los gallitos
dirigentes de la minúscula república volvieron a declarar ostentosa y
afectadamente la guerra a Alemania. Seguro que nazis y aliados estuvieron
preocupadísimos ante las declaraciones de un país tan poderoso como San Marino,
con sus 60 kilómetros cuadrados y menos de 30.000 mil habitantes. Esta
bochornosa sucesión de guerra-rendición-guerra, según como vaya la cosa, recuerda
al caniche que ladra enfurecido al gran danés que está al otro lado de la valla,
pero cuando se abre corre a refugiarse en casa con el rabo entre las piernas...
Incluso en las situaciones más terribles
se pueden encontrar hechos chuscos que mueven a la sonrisa.
CARLOS DEL RIEGO
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