miércoles, 20 de marzo de 2019

PEQUEÑOS DETALLES QUE TUVIERON GRAN IMPORTANCIA EN LA II GUERRA MUNDIAL

Los pilotos japoneses que atacaron Pearl Harbor se guiaron por una una serie de postaless con fotos aéreas del puerto e instalaciones que unos 'turistas' habían comprado un par de meses antes a dólar la serie.


En el presente 2019 (el 1 de septiembre) se cumplen ochenta años del inicio de la II Guerra Mundial, aunque tras la invasión de Praga, en marzo del 39, todo el mundo se convenció de que la guerra era ya inevitable. Montañas de estudios, ensayos, investigaciones y libros especializados se han publicado sobre aquellos trágicos y trascendentales hechos. Sin embargo, hay pequeños detalles, anécdotas, casi chistes que, aunque casi olvidados, en su momento tuvieron gran importancia

Los manuales de Historia explican los grandes hechos, los importantes, los trascendentes, eludiendo (sobre todo por cuestiones de espacio) los sucesos de corto alcance, los anecdóticos e incluso los que pueden considerarse casi humorísticos; estos suelen quedar para las obras de los especialistas que se centran en lugares, momentos o situaciones más concretas. Sin embargo, los grandes acontecimientos, como la II Guerra Mundial,  también producen pequeños incidentes, trances y circunstancias que parecen de poca monta a los que se hace poco caso, pero que tendrán su peso en el transcurso de la guerra, Y resultan verdaderamente interesantes.   

En las batallas aeronavales que mantuvieron Usa y Japón en el Pacífico se pudo comprobar un hecho muy significativo. Resulta que en todos los barcos de guerra estadounidenses había brigadas de reparaciones con especialistas que, provistos de herramientas y materiales, eran capaces, en plena batalla, de arreglar casi cualquier destrozo causado por el enemigo; por ejemplo, podían dejar operativa la cubierta de un portaviones que había recibido un impacto directo en un par de horas sin que el barco dejara de combatir. Sin embargo, para la mentalidad japonesa era un acto de cobardía destinar soldados a reparaciones en plena lucha; o sea, dejar de disparar para tapar una vía de agua significaba algo así como una traición, un deshonor, por lo que si el barco era alcanzado los soldados continuaban apretando el gatillo sin que nadie moviera un dedo para solucionar el problema. Así, mientras los buques Usa estaban plenamente operativos poco tiempo después de ser alcanzados, los de Japón se iban a pique o continuaban la batalla en muy desfavorables condiciones. Para unos lo importante era vencer, para otros era prioritario el orgullo.

Otro detalle que tuvo gran importancia en aquel escenario  Los diseñadores estadounidenses de aviones comprobaron que, a medida que el depósito se iba vaciando de combustible, su lugar lo ocupaban los gases que desprende la gasolina, que son muy inflamables. Por ello, colocaron depósitos flexibles que se iban contrayendo al ir perdiendo litros. Los aviones japoneses no incorporaron tal idea (aunque la vieran, pues seguramente examinaron aeroplanos enemigos derribados), por lo que el menor impacto cerca de un depósito lleno de gases inflamables equivalía a la destrucción. Una idea simple que significó muchas más bajas en el bando japonés, como pudo confirmarse en batallas como Midway o Guadalcanal.

Otra más de la guerra en el Pacífico. En el famoso ataque a Pearl Harbor, los pilotos japoneses se guiaban por unas fotografías aéreas que mostraban perfectamente el puerto y el resto de las instalaciones; lo curioso es que esas fotos no procedían del espionaje ni habían sido conseguidas subrepticiamente,  sino que eran copias de una serie de postales que se vendían en esta base estadounidense a un dólar la colección. Al parecer, ‘inocentes turistas’ japoneses habían comprado un par meses antes esa serie de postales a su paso por Hawai.

En el norte de África se libraron algunas de las batallas más encarnizadas de la II Guerra Mundial, y también un pequeño detalle tuvo su importancia. En el desierto se enfrentaron los ‘Afrika Korps’ (del mariscal Erwin Rommel) con los ejércitos aliados. Estos, cuando se veían obligados a pasar tiempo en zonas desérticas construían un gran hoyo que servía de fosa séptica, es decir, allí es a donde iban los soldados a hacer sus necesidades, de manera que al terminar cada uno echaba unas paladas de arena encima. Sin embargo, en la misma circunstancia, los alemanes que precisaban evacuar simplemente se alejaban un poco y soltaban, sin más, de manera que los campamentos estaban siempre llenos de moscas que, procedentes de los excrementos, acudían al olor de la comida y propagaban enfermedades, mermando así la eficacia de los célebres Afrika Korps. El propio ‘Wüstenfuchs’ (el Zorro del Desierto, Rommel) tuvo que coger la baja por disentería y pasarse una temporada en Alemania. Seguro que esta pequeñez no favoreció a la Wermacht en África.

En la campaña de Rusia los soldados alemanes padecieron todo tipo de calamidades a causa de un enemigo que parecía no acusar las bajas, de la falta permanente de provisiones (munición, combustible, comida, medicinas) y de una climatología implacable (el General Invierno). Estudios posteriores han demostrado que el uniforme del ejército alemán era absolutamente inadecuado para el frío: había sido diseñado para ser lucido en los desfiles y para adecuarse a la pomposidad y grandilocuencia nazi, pero no para proteger de las bajísimas temperaturas de la estepa rusa. Por eso, cuando el general Paulus se rinde con unos 800.000 soldados en Stalingrado (hoy Volgogrado), gran parte de las tropas de su Sexto Ejército, además de enfermos, desnutridos y heridos, presentaban síntomas de congelación debido a lo inadecuado de las ropas, sobre todo de los abrigos; dicho sea de paso, los del ejército soviético eran muchísimo más eficaces, protegían muy bien del frío y permitían al soldado mantener la intensidad en la batalla cuando los ‘boches’ ya estaban ateridos.        

Parecen cosillas de poca monta, detalles de muy escasa trascendencia, pero con total seguridad afectaron de modo muy significativo a los que combatieron en primera línea de fuego.

CARLOS DEL RIEGO

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