En el presente 2019 (el 1 de septiembre) se cumplen ochenta años
del inicio de la II Guerra Mundial, aunque tras la invasión de Praga, en marzo
del 39, todo el mundo se convenció de que la guerra era ya inevitable. Montañas
de estudios, ensayos, investigaciones y libros especializados se han publicado
sobre aquellos trágicos y trascendentales hechos. Sin embargo, hay pequeños
detalles, anécdotas, casi chistes que, aunque casi olvidados, en su momento
tuvieron gran importancia
Los manuales de Historia explican los grandes hechos, los
importantes, los trascendentes, eludiendo (sobre todo por cuestiones de
espacio) los sucesos de corto alcance, los anecdóticos e incluso los que pueden
considerarse casi humorísticos; estos suelen quedar para las obras de los
especialistas que se centran en lugares, momentos o situaciones más concretas.
Sin embargo, los grandes acontecimientos, como la II Guerra Mundial, también producen pequeños incidentes, trances
y circunstancias que parecen de poca monta a los que se hace poco caso, pero
que tendrán su peso en el transcurso de la guerra, Y resultan verdaderamente
interesantes.
En las batallas aeronavales que mantuvieron Usa y Japón en el
Pacífico se pudo comprobar un hecho muy significativo. Resulta que en todos los
barcos de guerra estadounidenses había brigadas de reparaciones con
especialistas que, provistos de herramientas y materiales, eran capaces, en
plena batalla, de arreglar casi cualquier destrozo causado por el enemigo; por
ejemplo, podían dejar operativa la cubierta de un portaviones que había
recibido un impacto directo en un par de horas sin que el barco dejara de combatir.
Sin embargo, para la mentalidad japonesa era un acto de cobardía destinar
soldados a reparaciones en plena lucha; o sea, dejar de disparar para tapar una
vía de agua significaba algo así como una traición, un deshonor, por lo que si
el barco era alcanzado los soldados continuaban apretando el gatillo sin que
nadie moviera un dedo para solucionar el problema. Así, mientras los buques Usa
estaban plenamente operativos poco tiempo después de ser alcanzados, los de
Japón se iban a pique o continuaban la batalla en muy desfavorables
condiciones. Para unos lo importante era vencer, para otros era prioritario el
orgullo.
Otro detalle que tuvo gran importancia en aquel escenario Los diseñadores estadounidenses de aviones
comprobaron que, a medida que el depósito se iba vaciando de combustible, su
lugar lo ocupaban los gases que desprende la gasolina, que son muy inflamables.
Por ello, colocaron depósitos flexibles que se iban contrayendo al ir perdiendo
litros. Los aviones japoneses no incorporaron tal idea (aunque la vieran, pues
seguramente examinaron aeroplanos enemigos derribados), por lo que el menor
impacto cerca de un depósito lleno de gases inflamables equivalía a la
destrucción. Una idea simple que significó muchas más bajas en el bando
japonés, como pudo confirmarse en batallas como Midway o Guadalcanal.
Otra más de la guerra en el Pacífico. En el famoso ataque a
Pearl Harbor, los pilotos japoneses se guiaban por unas fotografías aéreas que
mostraban perfectamente el puerto y el resto de las instalaciones; lo curioso
es que esas fotos no procedían del espionaje ni habían sido conseguidas
subrepticiamente, sino que eran copias
de una serie de postales que se vendían en esta base estadounidense a un dólar
la colección. Al parecer, ‘inocentes turistas’ japoneses habían comprado un par
meses antes esa serie de postales a su paso por Hawai.
En el norte de África se libraron algunas de las batallas más
encarnizadas de la II Guerra Mundial, y también un pequeño detalle tuvo su
importancia. En el desierto se enfrentaron los ‘Afrika Korps’ (del mariscal
Erwin Rommel) con los ejércitos aliados. Estos, cuando se veían obligados a
pasar tiempo en zonas desérticas construían un gran hoyo que servía de fosa
séptica, es decir, allí es a donde iban los soldados a hacer sus necesidades,
de manera que al terminar cada uno echaba unas paladas de arena encima. Sin
embargo, en la misma circunstancia, los alemanes que precisaban evacuar
simplemente se alejaban un poco y soltaban, sin más, de manera que los
campamentos estaban siempre llenos de moscas que, procedentes de los
excrementos, acudían al olor de la comida y propagaban enfermedades, mermando
así la eficacia de los célebres Afrika Korps. El propio ‘Wüstenfuchs’ (el Zorro
del Desierto, Rommel) tuvo que coger la baja por disentería y pasarse una
temporada en Alemania. Seguro que esta pequeñez no favoreció a la Wermacht en
África.
En la campaña de Rusia los soldados alemanes padecieron todo
tipo de calamidades a causa de un enemigo que parecía no acusar las bajas, de
la falta permanente de provisiones (munición, combustible, comida, medicinas) y
de una climatología implacable (el General Invierno). Estudios posteriores han
demostrado que el uniforme del ejército alemán era absolutamente inadecuado para
el frío: había sido diseñado para ser lucido en los desfiles y para adecuarse a
la pomposidad y grandilocuencia nazi, pero no para proteger de las bajísimas
temperaturas de la estepa rusa. Por eso, cuando el general Paulus se rinde con
unos 800.000 soldados en Stalingrado (hoy Volgogrado), gran parte de las tropas
de su Sexto Ejército, además de enfermos, desnutridos y heridos, presentaban
síntomas de congelación debido a lo inadecuado de las ropas, sobre todo de los
abrigos; dicho sea de paso, los del ejército soviético eran muchísimo más
eficaces, protegían muy bien del frío y permitían al soldado mantener la
intensidad en la batalla cuando los ‘boches’ ya estaban ateridos.
Parecen cosillas de poca monta, detalles de muy escasa trascendencia,
pero con total seguridad afectaron de modo muy significativo a los que
combatieron en primera línea de fuego.
CARLOS
DEL RIEGO
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