Las costillas de los niños sacrificados indican sin la menor duda que fueron muertos abriéndoles el pecho. |
Una de las abundantes mentiras y
exageraciones que propaló Bartolomé de las Casas (quien reconoció muchas de
ellas y las justificó como medio de llamar la atención del emperador Carlos I)
es la que afirma que “el indio es manso, bueno, casto”. Los cronistas de
Indias, todos, unánimemente, hablan de sus costumbres sangrientas, como los
sacrificios humanos, la guerra permanente, la captura de enemigos para ser
esclavizados o comidos… En definitiva, las crónicas coinciden en que la
violencia era algo continuo y cotidiano. Ahora, en los últimos años y de modo
periódico, la arqueología confirma una y otra vez las afirmaciones de aquellos
narradores.
Al norte del actual Perú floreció la
cultura Chimú. Recientemente se han dado a conocer los resultados de las
investigaciones llevadas a cabo en torno a un hallazgo arqueológico
escalofriante protagonizado por aquel pueblo. El informe habla del
enterramiento de 140 personas sacrificadas, 137 niños y niñas de 5 a 14 años,
todos con el pecho abierto para extraer el corazón latente, uno tras otro, 137 en
una única sesión; también tres adultos, dos mujeres (que serían las encargadas
de preparar y enterrar a las víctimas) y un hombre (seguramente el
sacerdote-matarife), además de cientos de llamas jóvenes. Asimismo afirman los
arqueólogos que aquella orgía de sangre debió ser incluso mayor, dada la
cantidad de huesos dispersos por todo el yacimiento. El multitudinario
sacrificio tuvo lugar unos cincuenta años antes de la llegada de las tres
carabelas. Es difícil calificar a aquel pueblo de manso y pacífico.
Igualmente acaban de darse a conocer
noticias de gran alcance en torno a la cultura maya. Más o menos en la actual
Guatemala se han encontrado gigantescas estructuras mayas que incluyen una
muralla de casi sesenta kilómetros de longitud. Según el doctor José Cal, de la
Universidad San Carlos de Guatemala, esas sólidas murallas terminan de
desmontar la visión ideal y paradisíaca con que se ha querido calificar a esta
cultura: “Eran pueblos que combatían
entre ellos y donde se daban relaciones de poder, con luchas intestinas para
alcanzarlo”. Por su parte, el arqueólogo Edwin Román concluye que los nuevos
descubrimientos desmontan la teoría de que la guerra tenía como fin “la captura
de prisioneros para ser sacrificados a los dioses. Estos hallazgos señalan que
la guerra fue bastante más frecuente”. En otras palabras, lo que escribieron
los cronistas fue la pura realidad.
También
merece recordarse que el año pasado se dio a conocer, tras su correspondiente
estudio, el hallazgo de un templo construido con calaveras y que ya se conoce
como la Torre de cráneos de Tenochtitlán. El cronista-soldado Bernal Díaz del
Castillo habla de esta acumulación en su imprescindible ‘La verdadera historia
de la conquista de la Nueva España’. Lo curioso es que siempre se pensó que su
descripción debía ser una exageración, ya que Bernal habla de decenas de miles
de cráneos. La arqueología confirmó que no fabulaba cuando escribía: “Un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados
a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto
con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con
los dientes hacia fuera”. En lo que no reparó el cronista es que muchos de esos
cráneos son de mujeres y niños, es decir, no se trata sólo de huesos de
guerreros.
Por otro lado, muchas
veces se dijo que el canibalismo (otra de las costumbres que horrorizó a los
descubridores) se debió a la inexistencia de animales de carne, pero los
cronistas hablan de gallos de papada (pavos) y muchas otras especies de aves, conejos
y liebres, ciervos y venados e incluso perros pequeños y castrados, además de
gran variedad de pescado. O sea, sí que había alternativas cárnicas al ‘hombre
a la brasa’.
En su reciente obra ‘Indios
y conquistadores españoles en América del Norte’, el francés Jean Michelle
Sallmann explica que cada pueblo (de lo que hoy es el sur de USA) mantenía una
eterna enemistad con sus vecinos, y cuando uno de ellos se aliaba con los
expedicionarios españoles o franceses siempre pedía que le ayudaran a “someter
a sus enemigos, cosa que en la práctica equivalía a su completa aniquilación”.
Nada de reuniones amistosas.
Puede afirmarse también
que los conquistadores españoles no procedieron de modo diferente a como se
procedía en América antes de que llegaran, y que tampoco hicieron nada que no
se hiciera en aquellos momentos en toda Europa o en toda Asia. Desgraciadamente
muchos iberoamericanos de hoy se obstinan en culpar a la conquista del
lamentable estado de la mayoría de aquellos países, basándose ante todo en que
antes de que ellos llegaran todo era paz, tolerancia y libertad. Y claro,
culpando a otros se exculpan a sí mismos y a los sátrapas que los han conducido
a donde están.
En fin, la violencia más
extrema y primitiva (hay que recordar que en la práctica estaban en el
Neolítico) existía antes de 1492, no fue importada de Europa.
CARLOS DEL RIEGO
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