Tres cuartos de siglo de excesos, pero ¡que le quiten lo bailao!. |
Esas 75 primaveras le han
vuelto más juicioso, como demuestra su intención de abandonar poco a poco los excesos.
El caso es que el rostro de Keith Richards (lo único que está a la vista)
refleja que ha vivido mucho y muy intensamente. Parece buen momento para
recordar algunas de sus cosillas..
Aunque cueste imaginárselo,
el viejo Keith fue un niño muy mono que cantaba en el coro de la iglesia y
lucía orgulloso el uniforme de ‘boy scout’. Cuentan que tenía voz de soprano y
entonaba muy bien, tanto que llegó a cantar para la mismísima Reina. Pero la
cabra tira al monte, y el niño Richards se metía en líos y peleas. Y ese gusto por
el coro le dura, ya que desde los 70 canta con unos amigos jamaicanos viejos
himnos y tonadas corales...
Su cuarto de siglo muestra abundantes
momentos memorables. Para empezar, aseguran sus biógrafos que una bomba V-1
cayó en su casa en 1944 e incluso destrozó su cuna, aunque hacía ya un rato que
su madre y él habían sido evacuados. Cuando ya estaba en el negocio, en 1965,
un micro le dio una descarga eléctrica que destrozó su guitarra y lo dejó
inconsciente. Seis años después se quedó dormido con el pitillo encendido: se
quemó la cama y se chamuscaron él y su novia. Un par de años más tarde otro
incendio destruyó su casa y, casi seguro, por la misma causa. En los locos años
setenta las drogas lo llevaron al borde de la muerte varias veces, como cuando
se metió estricnina pensando que era polvo de primera calidad. Al terminar el
siglo pasado resbaló en su casa y le cayó una estantería encima, rompiéndole varias
costillas. Y aun ser recuerda con sorna cuando, en 2006, intentó trepar a un
cocotero en las islas Fidji y, lógicamente, se rompió la cabeza. Dicen que esto
le persuadió de dejar la coca y tomar conciencia de que ya no era un
jovenzuelo. Ya tardó.
Como toda nueva estrella, en
los sesenta se compró un cochazo, un exclusivo Bentley, al que llamaba ‘Blue
Lena’, que vivió con él fantásticas aventuras. Con un colocón descomunal, en el
67 tiró carretera adelante y llegó hasta Marruecos. En otra ocasión, ‘dopado’
hasta las cachas, se quedó dormido al volante y, lógicamente, estampó el coche contra
un árbol; dejó la marca su nariz. Y asegura la leyenda que el coche tenía un
compartimento secreto siempre estaba bien surtido. El Bentley fue subastado,
pero no se sabe si el escondite fue descubierto y saqueado.
Otra batallita. En 1971
Keith se encargó de alquilar una lujosa villa en Francia, ya que los Stones
querían grabar en un sitio especial. El caso es que ‘Villa Nelcote’, que así se
llamaba la propiedad, había sido residencia de unos jerarcas nazis durante la
ocupación, y aún había allí esvásticas e incluso aquellas odiosas banderas; sin
embargo, esos símbolos no asustaron ni a la legión de camellos que casi vivían
allí, ni a famosos que querían participar de la locura ‘stone’. La leyenda del
rock dice que en esa casa pasó de todo, y por eso hay fans dispuestos a ir en peregrinación,
aunque el propietario no abre a nadie y echa chispas de aquellos tipos que le
destrozaron la mansión.
Con Mick Jagger ha formado
una de las parejas artísticas más contundentes y productivas de la historia de
este negocio. Y, como es lógico, han vivido una relación de amor (menos) y odio
(más). Protagonizaron una sonora gresca en público en 1985 (en privado eran ya
cientos), cuando Jagger publicó su primer Lp en solitario y no quiso hacer la
gira del álbum ‘Dirty works’: se lanzaron gruesos insultos, los cuales
aumentaron de volumen cuando el vocalista lanzó su segundo disco y, al poco,
Keith el suyo. Éste describió la situación como ‘la tercera guerra mundial’.
Luego, por intereses comunes, hicieron las paces, aunque sólo de cara a las
cámaras. Sin embargo, cuando el guitarrista publicó ‘Life’ (sus memorias) en
2010, explicó que el ego de Jagger se había hinchado hasta casi reventar, su
trato con los demás se hizo insoportable, e incluso el resto de la banda se
refería a él como ‘Brenda’, ‘Majestad’ o la ‘puta Brenda’. Hoy sólo se dejan
ver juntos en escena.
Divertida es su visita a la
Mansión Playboy. Resulta que Keith y el saxofonista Bobby Keys se hicieron con
el maletín del médico, repleto de ‘golosinas’. Emocionados con el botín, se
encerraron en el baño para degustar el surtido en lugar de hacer caso a las
chicas (¡qué inconscientes!). Tan concentrados estaban que no vieron que las
cortinas estaban ardiendo (seguro que a causa de un pito de Keith); se activó
la alarma y unos tipos de traje negro y gafas oscuras derribaron la puerta y
apagaron el fuego; los dos pillastres regañaron a los escoltas, pues habían
interrumpido su ‘recreo’. Seguro que Mick se entretuvo con otras actividades en
la famosa mansión.
Muy típico es ver al
guitarrista lucir ropas disparatadas. Él mismo confesó que la mayor parte de lo
que saca en escena procede de los armarios de sus hijas y de su mujer, y que agarra
lo que le parece bien a primera vista. Curiosamente jamás ha intercambiado ni un
pañuelo con Jagger…, salvo una vez cuando, en un momento de los setenta, el grupo
se presentaba con chaquetas casi iguales, de modo que Keith se puso la del
cantante, en cuyo bolsillo llevaba polvos; la poli lo descubrió y el ‘inocente’
Ketih tuvo que apechugar con la denuncia.
Conocido es el ‘suceso’ de
las cenizas de su padre: confesó haber mezclado los restos calcinados de papá
con coca y haberse metido la mezcla por la nariz. Luego dijo que la cosa fue
accidental, y que las cenizas cayeron sobre la mesa, de modo que la rayas tenían
papá y lo otro. Herbert, su padre, y él estuvieron veinte años sin contacto,
aunque luego lo recobraron y vivieron muy unidos, y es por eso que “me gusta
llevar a papá siempre conmigo”, dijo. Y también que cuando muera quiere que sus
hijas lo esnifen. Angelito.
Menos conocidos son sus
problemas con el sueño. En una ocasión aseguró que se pasó años durmiendo un
par de noches por semana, y no sólo por fiestas y desenfreno. Aquel insomnio, favorecido
por la ingesta simultánea de heroína y cocaína, le mantenía despierto mientras
los demás se dormían sobre las mesas de mezclas.
Y también suele largar de
sus colegas. De Led Zeppelin dijo que su sonido le parecía "algo
vacío"; a los heavys como Balck Sabbath o Metallica los calificó como ‘chistes
grandes’; los hippies-sicodélicos como Grateful Dead eran ‘mierda
aburrida’; respecto al rap estuvo
acertadísimo al definirlo como ‘muchas palabras para decir tan poco’. De
Beatles tampoco habló demasiado bien, pero ¿qué se puede esperar del tipo que
dijo que ‘Satisfaction’ no le parecía un buen tema para single? En todo caso,
¡qué personaje!
CARLOS DEL RIEGO
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