Disfrazarse de Globetrotter con la piel blanca sí que sería una burla |
El
caso es sencillo: el delantero francés del Atlético de Madrid se fotografió
vestido de jugador de los Harlem Globetrotters (de los que se declara
admirador), y como quiera que este peculiar equipo está integrado
exclusivamente por hombres de raza negra, Giezmann se tiznó todo el cuerpo y se
colocó la típica peluca… Tal fue el océano de indignación que causó entre los campeones
de la corrección política que el futbolista quitó la foto y se disculpó:
ganaron los nuevos inquisidores, los guardianes de las buenas costumbres, los
únicos que saben del bien y del mal.
La
cosa no deja de tener su gracia. ¿Alguien se imagina un base o un pívot blanco
en ese equipo? No, y por otro lado, nadie diría por eso que son racistas. Es
más, seguro que a ninguno de los Trotamundos de Harlem les parecerá mal o
considerarán racista que un blanco se pinte de negro para parecerse
precisamente a ellos; no se tiene noticia de que hayan publicado una nota de
protesta. Asimismo, escudriñando comentarios en las redes no aparece nadie que
se identifique como hombre de raza negra protestando y manifestando su
indignación por la foto, o sea, ninguno de los opinadores se presenta como
directamente ofendido. De esto se deduce que existen criaturas a la búsqueda de
motivos para indignarse, gentes que llegan a tal arrebato de buenismo (que no
es lo mismo que bondad) y de corrección política que terminan viendo terribles
ofensas racistas donde no hay más que… molinos. Aunque ocurrió hace unos diez
años, puede recordarse un caso muy parecido: el equipo español de baloncesto
jugaba en China y, sin la mínima malicia, sus integrantes se hicieron una foto en
la que hacían el típico gesto para que los ojos parecieran rasgados como los de
la mayoría de los asiáticos; entonces saltó la legión de virtuosos y puritanos para
apedrear a los desconcertados jugadores con epítetos que iban de racista para
arriba; a raíz del revuelo, varios medios de comunicación hablaron directamente
con chinos, tanto en España como en China, y todos, todos, señalaron que eso
siempre les hacía mucha gracia y que de ninguna manera entendían el gesto como
un insulto racista. En definitiva, parece un despropósito, un sinsentido que los
aludidos por las fotos supuestamente ofensivas las vean con simpatía o ni
siquiera les hagan caso, mientras hay quienes se adjudican su representación,
se indignan en su lugar e inician la guerra de descalificaciones e insultos en
la red.
Estos
hombres y mujeres son como censores, como inquisidores que persiguen al hereje
que altera la corrección política y contradice su visión de la realidad; de este
modo, se otorgan el papel de dictadores
del uso de la palabra y de la imagen y, evidentemente, señalan a quien se sale
de su realidad, que es la única que admiten. Y todo ello pasando por encima del
verdadero sentir de los mencionados e imitados…, cosa que da igual: el
inquisidor dice que pintarse de negro o poner ojos de chino es racista y no
importa lo que digan los hombres de raza negra o asiática, en absoluto, lo
único que conviene a la sociedad es pensar, hablar y actuar como el inquisidor
ordena.
Con
tales formas de entender la realidad es fácil caer en el más bochornoso de los
ridículos: No hace mucho un reportero en una cadena radio daba una noticia que
se refería a un hombre “afroamericano”, a pesar de que el tal era francés de,
eso sí, padres marfileños. Y en una serie de televisión una chica blanca le
dice a su compañero negro: “podemos hacer un arroz negro…, huy perdón”. ¡Qué
despiste!, tendría que haber propuesto hacer un arroz afroamericano.
Lo
malo es que, ante la posibilidad de quedar como racista por la foto del
futbolista que admira a los Trotamundos de Harlem y se disfraza como uno de
ellos, muchas personas optan por callarse o sumarse a la acusación aunque no la
crean razonable. Y esto equivale a dar legitimidad a los nuevos inquisidores,
vigilantes de palabras, gestos, poses, imágenes. En fin, estas personas pretenden
ser los que examinan, los que califican, los que reparten carnets de buenos y
malos, los que sentencien qué sentido tienen las palabras, cuáles utilizar y
cuáles desterrar, o qué fotos son intolerables.
Los
que quieren imponer su realidad, los que dictan cómo hablar y cómo disfrazarse se
ven, en realidad, como auténticos quijotes que buscan “desfacer entuertos”,
pero no se dan cuenta de que los gigantes contra los que creen combatir son inofensivos
molinos.
CARLOS
DEL RIEGO
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