Las ideologías impiden ser verdaderamente libre, pues condicionan el pensamiento y, por tanto, distorsionan la realidad |
“El primer paso hacia la verdadera libertad es liberarse de las creencias políticas”, apuntó en una de sus obras el filósofo y escritor alemán Ernst Jünger. La frase no puede contener más lógica y razón, puesto que las ideologías políticas tienden a ser excluyentes. Así, quienes tienen gran apego a creencias de un signo o de otro, verán todo a través del color que le imponen sus gafas ideológicas; y no sólo en los temas relacionados con el pensamiento político, sino prácticamente en cualquier cosa, persona o acción que se les ponga delante, es decir, las doctrinas políticas condicionan la vida de quien se deja convencer y penetrar por ellas. De este modo, el individuo cuyo pensamiento se rige por un convencimiento ideológico, antes de tomar y pronunciar opinión acerca de un personaje, observará cual es su posición, si tiende hacia la diestra o hacia la siniestra, de manera que lo que piense o diga sobre tal personaje tendrá como base no su valía o sus méritos, no su esfuerzo o sus propuestas, no sus logros o actos solidarios, sino si el credo que manifiesta coincide o no con el propio. Es más, la misma acción tendrá una valoración positiva o negativa en función de quién la realiza, o sea, será loable si la creencia del ejecutor coincide con la propio o censurable en caso contrario.
Los
tragicómicos sucesos que tienen lugar en Cataluña en los últimos meses (años)
dan pruebas irrefutables de ello. Por ejemplo, el cantante catalán Joan Manuel
Serrat (podrían mencionarse muchos otros nombres propios) ha sido tratado de
‘facha’ por los que, fanáticamente, tienen como única guía moral su creencia
ciega en su idea política, de manera que quien discrepa de ellos es considerado
un enemigo al que perseguir e insultar. Así, el adepto incondicional a la idea
catalanista no tiene en cuenta los vaivenes de sus líderes, de manera que le da
igual que los apóstoles de la causa digan una cosa ante los tribunales y su
contraria a sus feligreses; no, a los devotos de la segregación no les importa
el prejuicio económico, social, político que (de modo irrefutable) causan los
que tal cosa predican, sencillamente no son capaces de ver la realidad porque
todo lo miran a través de los principios que dirigen su existencia; ignoran las
evidencias, las cifras, las afirmaciones de presidentes y representantes
políticos de otros países, e incluso no quieren (no pueden) ver el evidente
ridículo en que caen. Al revés, contra toda lógica dan la vuelta a las cosas y
culpan al resto del mundo de las calamidades que los acosan. Sea como sea,
mientras no sean capaces de sacudirse el prejuicio político continuarán
viviendo en un sectarismo ideológico que no produce más que frustraciones, ya
que una y otra vez se chocarán contra la realidad, una realidad que no coincide
con su creencia y, por lo tanto, la ignorarán, la negarán. Lo ilustra
perfectamente la postura de uno de los que más espuma echa por la boca contra
quien no comulga con su ideario y se atreve a contradecirlo, un cantante que en
otro tiempo fue un abanderado de la libertad de expresión…
El
caso es que la ideología contamina el pensamiento hasta invadirlo y ocuparlo,
con lo que será el ideario quien dirija al adicto adoctrinado; es decir, el que
ha caído en las redes de una ideología habrá perdido el libre albedrío, no será
él quien libremente decida, ya que la idea condicionará la decisión. Por eso,
ante el dogma no funcionan las razones y sobran los argumentos; es un poco como
el hincha que está convencido de que su equipo va a ganar el campeonato a pesar
de que no tiene en qué basar su creencia y le dé igual que le digan que no hay
mimbres: le basta la fe (que no es lo mismo que la esperanza). El problema es
que cuando la fe se impone a la realidad, cuando el ideario es lo primero, ya
se está listo para tragarse cualquier rueda de molino y, por tanto, para
emprender cualquier acción por muy disparatada que sea…, como se puede
comprobar.
Pero
la cosa va a más allá de cómo se mira a los demás en función de su postura
política. Y es que esas antiparras que obligan a ver el mundo a través de un
único color imponen al sujeto ideologizado una postura concreta sobre las cosas
más variopintas; así, comprar esto, ir allí, hablar con aquel, ver esta peli, escuchar
esa música, consumir cierta marca de bebida o vestir con este color se acepta sólo
si coincide con el dogma (ejemplo: en muchos países regidos íntegramente por el
ideario islamista se ha prohibido cualquier símbolo con cruz, ya sea el de una
firma de automóviles o la bandera de Suiza).
También
causa asombro que haya personas que despotriquen estentóreamente contra las
creencias de los demás al estar convencidas absolutamente de que la suya es la
única válida y admisible. Una muestra es ese prójimo que habla sapos y culebras
contra las convicciones religiosas a la vez que proclama a los cuatro vientos
sus propias convicciones; estas criaturas no caen en la cuenta de que su
ideario está tan profundamente arraigado como el de los creyentes, utiliza el
mismo proceso mental y tiene idéntica base: la fe, unos en el más allá y otros
en fulanos y teorías de acá.
La
reflexión del pensador alemán Jünger no puede ser más cierta: resulta imposible
acceder a la auténtica libertad mientras la mente esté penetrada por la
ideología política.
CARLOS
DEL RIEGO
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